Mirar al Sur
Los niños desamparados y vulnerables siempre desgastan el triunfalismo y corroen las promesas gubernamentales
Mario Benedetti escribió: “El Sur también existe”. Es una frase a tener en cuenta en esta era de recomposición política y económica que vive América, fundamental para saber que está pasando en la tierra media del continente, en el filo del cuchillo entre Norteamérica y América Latina.
La bisagra que une a Latinoamérica se llama Centroamérica. Desde hace 30 años, se desgarra y se desangra a causa de guerras desatadas para hacer justicia o provocar nuevas injusticias —de derechas o de izquierdas—, con récords no superados todavía en estas latitudes, como el genocidio étnico de los mayas en Guatemala durante el que fueron exterminados más de 200.000 indígenas.
Además, están los índices de crecimiento que crearon un ejército de las sombras que pasó de luchar contra la guerrilla comunista, la infiltración castrista y los sandinistas, para perder o ganar la guerra y terminar refugiado en los arrabales de Los Ángeles, en forma de Mara Salvatrucha.
Nacidos y desarrollados en medio de la violencia, los Estados fallidos centroamericanos son la consecuencia del fracaso del modelo político del Gran Garrote. Desaparecido el imperio del café, del plátano y de las bases esenciales de los negocios entre el Norte y el Sur, quedaron a expensas de los planes de crecimiento de los dos gigantes de la región, con la influencia indudable de Argentina.
Según el Cuarto Informe de Estado de la Región sobre Desarrollo Humano Sostenible, Centroamérica se ha convertido en la región más violenta del mundo, pese a no tener conflictos armados, sobre todo por el fenómeno de las pandillas, algunas de las cuales tienen hasta 70.000 miembros, y el negocio del narcotráfico, sumados a la pobreza y la falta de expectativas. Lo peor se concentra en el Triángulo del Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador), mientras que Costa Rica y Nicaragua son los países más seguros. Y tierra adentro, el Sur. Todo el Sur fue el experimento y el rehén de esa alquimia que se llamó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América. Fue el intento de crear otro horizonte político, basado en el petróleo de Chávez, y una nueva versión de todo lo que no pudo hacer la Cuba de Castro con su represión, ametralladoras y misiles soviéticos.
Llegó el momento de sacar la larga y demasiado olvidada lista del número de emigrantes que recorrieron el camino de ida y vuelta, de hacer el inventario de estos años sin violencia política, pero con violencia social.
Salvador Sánchez Cerén, antiguo guerrillero y miembro del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, hoy es presidente de El Salvador. Otros fueron y volvieron como los casos del comandante Ortega y de los sandinistas en Nicaragua. Y a pesar de la exigencia de políticas de Estado contra la depauperización colectiva, parece que nada cambió.
Costa Rica es la excepción, gracias a su inversión prioritaria en dos sectores: salud y educación. En 2011, fue el país centroamericano que más invirtió en ambos rubros con cerca del 16% de su PIB.
Panamá continúa siendo un territorio libre, como su canal, y, sobre todo, sede del encuentro de la riqueza y la miseria americana, mientras que Haití es el enclave de la desolación y el desamparo.
Centroamérica es una región de contrastes económicos, los ticos y los panameños destacan por sus tasas de crecimiento. El sector servicios, la industria y la agricultura son los pilares de la producción regional.
Brasil tiene que recomponer sus planes de desarrollo. México, terminar sus reformas. Hay que observar a Argentina con atención. Es una de las economías más grandes de Latinoamérica por su producción alimentaria y ganadera. La apertura al mercado de China ha consolidado su perfil exportador de productos primarios para satisfacer las demandas del gigante asiático. Buenos Aires invierte el 8% de su PIB en salud y el 6%, en educación. Su clase media se duplicó en seis años, de 9,3 millones a 18,6, aunque persisten la desigualdad social y los crímenes.
La ausencia de un modelo económico adecuado para toda la zona, más las presiones de las cuentas pendientes y las esperanzas insatisfechas, han hecho que el Sur —empezando por Argentina y extendiéndose a Brasil—, se vaya poco a poco contagiando del efecto Centroamérica.
Los países del Sur y toda América Central dependerán mucho de la política positiva que establezcan con los tres colosos del continente —Estados Unidos, Brasil y México—. De lo contrario, el poder de destrucción del descontento social terminará contaminándolos a todos.
Las convulsiones mundiales y la definición de los nuevos modelos están produciendo fenómenos desconocidos. Esa nueva figura del niño-culpa, abandonado en la frontera de Estados Unidos, daña gravemente la autoridad moral. Los niños desamparados y vulnerables siempre desgastan el triunfalismo y corroen las promesas gubernamentales.
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