Las elecciones más libres
A Europa se le puede aplicar el atributo divino de que escribe derecho con renglones torcidos
No hay nada como las urnas. Unas buenas elecciones libres son insustituibles. Y lo son aunque a veces parezcan inútiles, como era el caso hasta ahora de las elecciones europeas, que suscitaban dudas incluso sobre sus efectos en los nombramientos por parte de los jefes de Estado y de Gobierno para los máximos cargos de la UE para los próximos cinco años.
Buena parte de quienes se abstuvieron, el 43%, lo hicieron desanimados por las nulas consecuencias de su voto en la marcha de sus respectivos países y todavía más de la UE, el ámbito donde se toman decisiones que afectan directamente a nuestras vidas sin que hayan sido acordadas por gobiernos democráticamente elegidos ni debidamente controladas por parlamentos representativos de la voluntad de los ciudadanos. Muchos de los más de 200 millones de europeos que votaron también compartían la misma sensación respecto a la escasa utilidad del voto.
Pues bien, la realidad nos está revelando, con mayor intensidad si cabe a medida que pasan las horas, que estas elecciones han producido un auténtico terremoto, cuyos efectos aparecen en el entero paisaje político de todos y cada uno de los países y se proyectan sobre la propia marcha de la construcción europea. Quienes se preocupaban por el alcance de las elecciones pensando solo en la Comisión deben levantar la cabeza y darse cuenta de que casi es lo de menos el nombre de quien presida el imperfecto Ejecutivo de la UE, cuando la lectura política que está en juego versa sobre el proyecto mismo de esa “unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos”, tal como reza el Tratado de Roma.
Esto ha sido así en este caso, y quizás por primera vez en la historia electoral europea, por las especiales condiciones de las múltiples crisis económicas, políticas e incluso institucionales que afectan a muchos de los países y al conjunto de la UE. Sin grietas ni fallas no hay terremoto. Pero ha contado también el grado enorme de libertad con que los europeos han ido a las urnas. Cuando no es posible imaginar los efectos directos del voto, como solo ha ocurrido hasta ahora en unas elecciones como las europeas, aparece la ocasión perfecta para castigar a gobiernos y partidos y manifestar preferencias ideológicas. Craso error, porque todo eso tendrá consecuencias y extraordinarias, como estamos viendo ya desde el mismo lunes. Y los ciudadanos deberemos aprender de los efectos de este voto europeo tan influyente que construye Europa incluso cuando transmite el mensaje de que hay que deconstruirla.
Ninguna otra elección había situado hasta ahora al conjunto de los europeos en una situación de mayor libertad para manifestar sus deseos políticos. Las europeas han sido una expresión democrática pura de la subjetividad del conjunto de los 380 millones de ciudadanos llamados a votar, que nadie, ni desde los gobiernos ni desde las instituciones de la Unión, puede tener la osadía de desatender. A Europa se le puede aplicar el atributo divino de que escribe derecho con renglones torcidos.
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