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Columna
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Paisaje tras la crisis

Salvo en los países con voto obligatorio, la abstención es la gran ganadora en toda la UE

¿Cómo componer una explicación europea a partir de 28 elecciones disputadas, principalmente, en clave nacional? Cualquier generalización es peligrosa y la tentación de llevar el agua al molino de cada uno es difícil de resistir. La campaña paneuropea, con aspirantes declarados a presidir la Comisión, no ha logrado soltarse de dos lastres que arrastran las elecciones al Parlamento Europeo: la abstención y el voto de protesta en clave nacional (protesta contra el gobierno y, no pocas veces, también contra la oposición). A causa de estos dos factores, el resultado electoral es un retrato distorsionado de la opinión pública europea, e incluso de las opiniones nacionales. Tras la última elección del Parlamento Europeo la crisis sacudió los cimientos de la construcción europea, y parecería esperable que la crisis explicase, en buena medida, los resultados de estos comicios. Pero esta nueva cita con las urnas se saldó con un resultado paradójico: ni el mapa de la abstención, ni el mapa del populismo xenófobo coinciden con la geografía de la crisis y la austeridad.

La abstención es tal vez la más visible y generalizada expresión del desencanto general con los sistemas políticos que nos gobiernan, tanto en Bruselas como en las capitales nacionales. En Europa Central y Oriental la apatía del electorado alcanza sus máximas cuotas (la participación va del paupérrimo 13% en Eslovaquia al 37% de una Lituania que elegía presidente el mismo día), pero no está claro que esto refleje descontento con la UE (que sigue gozando de índices de aprobación altos en muchos de esos países) tanto como con los partidos nacionales que se presentaban. Salvo en los países con tradición de voto obligatorio, la abstención es la gran ganadora en toda la UE. Un Parlamento electo por sólo el 44% del electorado nace con pies de barro, pero no parece justo atribuir esa abstención exclusivamente a la hostilidad hacia Europa; de hecho, los antieuropeos son quienes más se movilizaron y votaron, mientras el electorado tradicional de los grandes partidos proeuropeos se quedaba en casa.

Tampoco coinciden las subidas de los euroescépticos y ni la de populistas xenófobos con los lugares peor castigados por la crisis. Las dificultades económicas de Reino Unido, Francia y Dinamarca, dónde la extrema derecha llegó en primer lugar, parecen más que moderadas en contraste con lo que pasó en Europa del sur y del este. La irrupción del euroescepticismo en Alemania y los buenos resultados del nacional-populismo en algunas de las otras economías más exitosas en los últimos años (Austria, Polonia, Finlandia) desmentirían todavía más una correlación entre crisis y aumento del populismo. Y no todo el nacionalismo en auge es populismo antieuropeo: suben opciones a la vez nacionalistas y proeuropeas en Flandes, Cataluña y País Vasco, y se mantiene en Escocia el SNP.

En el epicentro de la crisis, el sur de Europa e Irlanda, la reacción global del electorado ha sido relativamente proeuropea. En Grecia ha ganado una Syriza muy crítica, pero progresivamente reconciliada con una Europa a la que su líder, Alexis Tsipras, quiere transformar desde dentro; y el centroizquierda europeísta, entre Pasok y sus aliados, y la nueva coalición To Potami, ha detenido la hemorragia de votos. En Italia, las derivas euroescépticas del Movimento 5 Stelle y de Forza Italia se han saldado con sonoros fracasos. En ambos países los partidos xenófobos quedan por debajo del 10%; éstos, a pesar de la crisis, no logran representación en Chipre, España, Irlanda ni Portugal. En España el desplome de los dos grandes partidos ha abierto el espacio a opciones que se declaran igualmente proeuropeas, pero con voluntad de reforma, en algunos casos radical.

No cabe ninguna duda de que los resultados traspiran la irritación y desengaño de millones de europeos, que han expresado, con su voto o su abstención, su frustración. Pero sería precipitado concluir que la respuesta de la ciudadanía haya sido darle la espalda a la UE. Con más miembros euroescépticos que nunca, el Parlamento Europeo se convertirá en caja de resonancia de los que quieren replegarse al ámbito nacional. No hay que dejar que se atribuyan el monopolio del descontento. Muchos ciudadanos se declaran hartos. Pero no hartos de Europa, sino de esta Europa, a la que le ha llegado la hora de una renovación a fondo.

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