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Tribuna
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Putin regresa a la retórica de la Guerra Fría para afianzar el nacionalismo

Rusia revive el discurso de la época del 'telón de acero' en la crisis ucrania. Las nuevas sanciones serán poco útiles

La reacción de Rusia al último conjunto de sanciones estadounidenses y europeas era predecible: una intensificación de esa retórica de la Guerra Fría que ha envuelto toda la crisis ucrania. Al referirse a la prohibición de las exportaciones militares, Sergei Rybakov, el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, la calificaba de "reinstauración de un sistema creado en 1949 cuando los países occidentales bajaron el 'telón de acero' y cortaron el suministro de productos de alta tecnología a la URSS".

Una nueva Guerra Fría no contribuirá a la resolución pacífica de la crisis en Ucrania, en la que Rusia tiene que participar.

Es probable que las nuevas sanciones sean contraproducentes; demasiado blandas para someter al oso ruso, pero suficientes para provocarle. Dirigidas a unas cuantas personas y empresas estrechamente vinculadas a Putin, van a resultar molestas, con sus prohibiciones de viajes y embargos preventivos de bienes en Occidente. Pero tendrán poco impacto en la economía —la única forma de que unas sanciones funcionen de verdad— y no el suficiente para hacer que Putin dé marcha atrás en sus agresivas acciones en Ucrania, donde, evidentemente, cree que los intereses rusos son lo bastante importantes para arriesgarse a un aislamiento absoluto de Occidente.

El Kremlin habrá suspirado con alivio al enterarse de que las sanciones no llegarían a traducirse en una prohibición radical de las exportaciones rusas de gas y petróleo, de las que el país depende en gran medida. Gazprom es la mayor arma del Kremlin en cualquier guerra económica con Ucrania y las sanciones contra la petrolera perjudicarían gravemente al Gobierno ruso.

La economía rusa se está estancando. Una disminución de los ingresos procedentes de las exportaciones de combustible a Europa podría conducir fácilmente a una crisis en toda regla, lo que afectaría gravemente a las decrépitas infraestructuras y a las prestaciones sociales del país, y tal vez traería consigo una oposición al Gobierno de Putin más generalizada que la de los jóvenes profesionales urbanos que se unieron a las concentraciones de protesta de 2011-2013.

Rusia tiene que participar en la resolución del

Pero si tuviera que interrumpir las exportaciones a Europa, el Gobierno ruso tiene unas reservas enormes para aguantar una crisis así, probablemente las suficientes para soportarla hasta que lograse abrir nuevos mercados en China.

Y ahí está la pega. Alrededor de una tercera parte del suministro de gas de la UE procede de Rusia. En las nuevas democracias de Europa del Este, la cifra se duplica. Europa no puede dejar de importar gas y petróleo de Rusia sin arriesgarse a sufrir una crisis económica grave, y quizás disturbios en los países más pobres, que dependen en gran medida de Gazprom. La UE no puede aceptar esas sanciones más radicales que han propuesto los halcones de Washington.

Putin sabe que Occidente está dividido, y de ahí proviene su confianza en esta crisis. Sabe que —salvo una intervención militar— hay poco que Occidente pueda hacer en la práctica para impedir que siga debilitando a Ucrania. Como advertía el mes pasado, si Europa intentase dejar de comprar gas ruso, no haría más que "desangrarse".

Europa tampoco va a sacrificar sus intereses comerciales (especialmente los del Gobierno de Reino Unido, que durante años ha permitido que los oligarcas rusos compren las mansiones, los equipos de fútbol y los periódicos de Londres, y envíen a sus hijos a los colegios y universidades de élite británicos).

El consejero delegado de BP, Bob Dudley, anunciaba el mes pasado que todo seguiría como siempre en Rusia. BP tiene una participación del 20% en Rosneft, la empresa petrolera estatal rusa, cuyo director, Igor Sechin, está incluido en la última lista de sanciones de EE UU (como miembro de la junta directiva de Rosneft, Dudley estará incumpliendo las sanciones estadounidenses cuando asista a la próxima reunión).

Gazprom sigue siendo la mayor arma económica del Kremlin

La progresiva confianza de Putin se basa en algo más que el pragmatismo político del comercio internacional. La crisis en Ucrania ha puesto su popularidad por las nubes. La semana pasada, el centro ruso de estudios estadísticos Levada la situaba en un asombroso 82%, 10 puntos por encima de la que registró tras el éxito de los Juegos Olímpicos de Sochi, aunque no tan alta como el apoyo del 88% con el que contaba en septiembre de 2008, justo después de que Rusia derrotase a Georgia en la guerra de Osetia del Sur, lo cual es significativo. Puede que nosotros pensemos que es malvado y está loco, pero la mayoría de los rusos de a pie creen que Putin es la clase de dirigente fuerte y patriótico que Rusia necesita para defender sus intereses en el mundo.

Este es el motivo por el que las sanciones probablemente sean contraproducentes. Le darán a Putin una oportuna excusa para justificar las penalidades económicas del país —que se deben principalmente a los robos cometidos por sus compinches y al despilfarro de las riquezas del país a lo largo de muchos años— y le ayudarán a unir al país bajo el estandarte de su régimen nacionalista.

Muchas de las acciones de Putin en Ucrania tienen tanto que ver con la política nacional como con la internacional. Temeroso de que la revolución de Kiev se propague a Moscú, ha hecho suya la causa nacionalista rusa para consolidar su régimen autoritario.

El control gubernamental de los medios de comunicación se ha reforzado. Hay periodistas que se han visto obligados a dimitir tras hablar públicamente en contra de la propaganda descaradamente antioccidental que se hace pasar por información en la televisión estatal. Los funcionarios hablan de "fascistas", "espías", "quintacolumnistas" y "traidores a la patria", expresiones que evocan recuerdos del terror estalinista.

A los rusos se les dice que se preparen para el sacrificio en el caso de que Occidente imponga sanciones a largo plazo. En la memoria colectiva de la época soviética —de la que proviene una enorme parte de los sentimientos nacionalistas que despierta Putin— hay muchos ejemplos de sacrificio patriótico: los Planes Quinquenales, cuando el pueblo soviético pasó por unas penalidades tremendas para construir una sociedad industrial; la Gran Guerra Patriótica de 1941-1945, cuando murieron 25 millones de soviéticos; o la Guerra Civil Rusa, cuando los fundadores del Estado soviético lucharon contra el Ejército Blanco y la intervención aliada en Rusia. En esas batallas, se vertió más sangre en suelo ucranio que en cualquier otro territorio soviético.

Este es el legado soviético del que saca partido Putin en su lucha contra la "junta fascista", como su máquina propagandística insiste en llamar al Gobierno provisional del Kiev, una etiqueta que también emplean los rebeldes prorrusos en el este de Ucrania.

Tras la retórica estalinista —poderosa porque aviva los sentimientos de la lucha contra el nazismo— se oculta un peligroso nacionalismo ruso basado en un profundo resentimiento hacia Occidente, hacia sus lecciones morales y su doble rasero, y un anhelo nostálgico de la Unión Soviética, cuya ruptura fue descrita por Putin en 2005 como una catástrofe nacional rusa en la que "decenas de millones de conciudadanos y compatriotas se encontraron de repente fuera del territorio ruso". Los prorrusos del este de Ucrania no solo combaten por volver a Rusia; combaten por volver a la Unión Soviética.

Sigue sin estar claro hasta qué punto controla Putin a estas tropas irregulares. Probablemente no mucho. Pero sí tiene influencia sobre ellas. Podría detener la deriva hacia una guerra civil diciéndoles, muy claramente, que los territorios orientales seguirán formando parte de Ucrania.

Unas sanciones ineficaces no son la forma de obligarle a hacerlo. Puede que consigan lo contrario: provocar a Rusia, y que adopte una postura más agresiva. Pero a Occidente debe animarle el hecho de que, hasta ahora, Rusia no haya llegado al extremo de invadir militarmente Ucrania. Porque ello indica que Rusia está preparada para dialogar acerca de Ucrania. Y sin Rusia, no habrá una solución duradera a esta crisis.

Orlando Figes es autor de Crimea. La primera gran guerra. Para leer más: www.orlandofiges.co.uk

Traducción: News Clip.

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