El Reino del Desierto estrecha el puño represor
La monarquía saudí impulsa leyes draconianas, inquieta por las maniobras de los Hermanos Musulmanes, el desafío terrorista y la reivindicación de derechos civiles
Afirma un proverbio saudí que las nubes pasan. Tal vez por ello, la familia gobernante de Arabia Saudí confiaba en que la fiebre de la primavera árabe remitiera. Pero el terremoto desatado por las revueltas populares en los países vecinos sigue ocasionando réplicas, y los cambios geopolíticos han llevado a su aliado Estados Unidos a explorar un acercamiento a Irán, su principal rival por la influencia en la zona. El Reino del Desierto está intentando recuperar la iniciativa con una draconiana ley antiterrorista y una política regional más enérgica. Algunos saudíes ven en todo ello una mera maniobra para acallar el debate interno.
“Es un nuevo ataque a la democracia. Por primera vez se criminaliza la pertenencia a corrientes religiosas. Antes no estaba permitido, pero tampoco era un delito”, denuncia Abdulaziz Algasim, un antiguo juez que codirige un bufete de abogados.
Entre los grupos incluidos en el desarrollo de la nueva ley antiterrorista, se incluye junto a Al Qaeda y sus franquicias, como el Estado Islámico en Irak y el Levante o el Frente Al Nusra, a los Hermanos Musulmanes. De forma significativa, el anuncio de la lista se produjo apenas dos días después de que Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Bahréin retiraran a sus embajadores de Catar, precisamente por el apoyo que este país ofrece a la cofradía fundada hace un siglo en Egipto, pero con adeptos en todo el mundo árabe.
Los responsables saudíes tratan de responder así a los cambios que se están produciendo a su alrededor, interpretan fuentes diplomáticas occidentales. Por un lado, las revueltas árabes han puesto de relieve el deseo de la gente de tener una mayor participación en los asuntos públicos, y el inicial ascenso de los Hermanos Musulmanes hizo saltar las alarmas. Por otro, la respuesta de Estados Unidos y, sobre todo, que haya abierto las puertas al diálogo nuclear con Irán ha creado un profundo malestar en el reino.
“Siempre ha sido un estado policial. Pero ahora más”, resume una activista
Ambas preocupaciones han resultado contradictorias en Siria. A diferencia de su posición en Egipto o Bahréin, Arabia Saudí ha respaldado a los rebeldes que luchan contra Bachar el Asad, un aliado de Teherán. Su empeño incluso le ha creado tensiones con Estados Unidos, a quien acusa de ignorar el grito de socorro de los civiles sirios. También, a apoyar (o al menos, cerrar los ojos) al envío de hombres y armas a esa guerra. Ahora, el temor a que el regreso de los combatientes aliente el extremismo islamista en el reino ha llevado a matizar tal política.
“A primera vista, la nueva legislación hace frente a los retos exteriores, pero es dentro del país donde [las autoridades] afrontan el mayor desafío”, defiende Algasim. “Es una ley contra la gente silenciosa que simpatiza con los Hermanos Musulmanes”, añade convencido de que la cofradía “está muy extendida”. “Hace 35 años el régimen religioso de Irán se convirtió en el primer enemigo de Arabia Saudí; en las dos últimas décadas, son los Hermanos porque ponen en duda la legitimidad de la dinastía”, explica.
Según la lectura de este jurista, además de los grupos enumerados, el texto se refiere de forma implícita a otros que considera contrarios a la familia real, como el movimiento por la monarquía constitucional, los liberales o los reformistas. Human Rights Watch tacha la ley de “asalto a las libertades”.
“Hay una campaña en marcha contra el menor signo de crítica”, concurre una activista de los derechos civiles antes de enumerar varios condenados en los últimos días por sus comentarios en Twitter. “Es aleatoria, para dar ejemplo, aunque está teniendo el efecto contrario”, apunta. Según ella, antes se podía acceder al debate entre los saudíes en Internet. “Ahora la gente tiene miedo y ha pasado a foros privados”, añade antes de mencionar una popular aplicación de mensajería electrónica que codifica los mensajes y permite destruirlos.
La ONG Human Rights Watch tacha la ley de “asalto a las libertades”
“Siempre ha sido un Estado policial, pero ahora más. Se ha reducido la tolerancia porque la familia real está ocupada en el ajedrez de la sucesión”, interpreta.
El rey Abdalá ronda los 90 años y su heredero tiene 78. El gran reto pendiente es el salto generacional de los hijos del fundador del reino a sus nietos. Aunque la opacidad sobre lo que sucede en palacio es total, los observadores hablan de una lucha entre las distintas ramas familiares por colocar a uno de los suyos al frente del mayor exportador de petróleo del mundo.
Mientras, la corrupción se come buena parte de las enormes inversiones con las que la familia real intenta hacer frente a los desafíos en educación, empleo y servicios de una población que va a duplicarse en los próximos 20 años. Y los saudíes viajan a países vecinos como Emiratos, Catar y Turquía, con los que inevitablemente se comparan.
“Por supuesto que sabemos lo que pasa, que tal o cual príncipe se ha quedado con esta tierra o tiene el monopolio de este negocio; estamos al tanto de la corrupción. Pero ¿qué podemos hacer?”, me responde un colega periodista cuando le pregunto por el pulso de la calle.
“La sociedad está cambiando”, opina por su parte Eman al Nafjan, una prominente bloguera que ha sido detenida en tres ocasiones por acompañar y documentar a las mujeres que desafían la prohibición de conducir. “He pasado horas en la calle con ellas y veo que la reacción de la mayoría es positiva, como mínimo no les molesta. Incluso alguno de los policías que nos han detenido nos ha mostrado su simpatía personal”.
Otros no lo tienen tan claro. “Los saudíes viven demasiado cómodos para arriesgarse a hacer nada”, afirma una extranjera con varias décadas de residencia en el país. Las palabras de un funcionario parecen confirmar su impresión. “Hemos visto lo que ha pasado fuera y no queremos algo así. Mire a Irak, Egipto o Siria. Están peor que nosotros”, manifiesta.
“Quienes están dispuestos a actuar son aún una minoría”, admite Al Nafjan, “pero ha cambiado la forma en que la sociedad los percibe. Antes, la mayoría estaba en contra, ahora muchos son indiferentes o incluso simpatizan. Y la división no es ya entre liberales e islamistas, sino crecientemente entre pueblo y Gobierno”. Algunas nubes no pasan hasta que descargan el agua que llevan.
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