El hundimiento del Partido Acción Nacional
De cara a las próximas elecciones, la derecha mexicana se han quedado sin resultados qué presumir como gobierno y con una fama de ser tan corruptos como cualquiera
Enrique Peña Nieto es un peligro para el Partido Acción Nacional (PAN, derecha). En apenas 15 meses, el presidente mexicano ha evidenciado el enorme tamaño de la incapacidad de los panistas que ocuparon el Palacio Nacional durante doce años, de 2000 a 2012.
El PAN perdió en julio de 2012 las elecciones presidenciales. Su candidata, Josefina Vázquez Mota, fue enviada en esos comicios hasta el tercer lugar. Ni tan clara señal de hartazgo de la ciudadanía --que el partido gobernante terminara en el sótano- fue suficiente para pronosticar cuán desnudas quedarían las administraciones panistas una vez que comenzara el nuevo gobierno del PRI.
Con apenas 24 horas en la silla presidencial, Peña Nieto sorprendió con el anuncio del Pacto por México, una agenda de 95 compromisos acordada con los panistas y con el Partido de la Revolución Democrática (PRD, principal fuerza de la izquierda). Era el día dos del nuevo gobierno y el presidente ya había dado un mazazo al grillete de la parálisis que por más de una década encadenó a la política mexicana. Cierto es que buena parte de ese inmovilismo obedeció al cálculo de los priístas, que durante años pavimentaron su regreso a Los Pinos, la residencia oficial, con una estrategia basada en evidenciar que los panistas no podían sacar adelante grandes reformas.
El PRI, en cambio, se afanó en exhibir que podía sumar voluntades y mover al Congreso. El 2013 se convirtió en el año en el que se establecieron nuevas leyes para temas tan sensibles como la educación, las telecomunicaciones, el crédito bancario y la energía (electricidad, gas y petróleo). Las reformas sacudieron el statu quo, pero sus verdaderos alcances se verán en varios años más. No por nada la economía está tan mal o peor que en tiempos del PAN.
Sin embargo, la nueva agenda ayudó al presidente en su intención de cambiar de cuajo la narrativa sobre este país. Peña Nieto quiere que se hable de un México que se mueve, no de uno que se ahoga en sangre y violencia, como fue el discurso omnipresente en el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012).
Pero la nueva dinámica reformadora, muy aplaudida en el extranjero, no podía ser suficiente para responder a los reclamos de una sociedad harta de asesinatos, secuestros y extorsiones (si bien el primero de estos delitos parece ir a la baja, en los últimos meses los otros dos se dispararon).
Al comenzar el 2014, y roto ya el Pacto por México porque el PRD receló la aprobación de una agresiva reforma energética privatizadora, la agenda de la inseguridad se posicionó en el centro de la atención gubernamental. También en este tema, en muy pocas semanas el PAN y sus gobiernos quedaron en ridículo. Un operativo en Sinaloa detuvo a Joaquín El Chapo Guzmán Loera, que se le escapó a los panistas en 2001 y que se mantuvo prófugo durante 13 años. Y ahora una estrategia lanzada este año en Michoacán, donde los panistas intentaron infructuosamente de todo, comienza a dar resultados: el fin de semana cayó abatido Nazario Moreno El Chayo, el sanguinario líder de los Caballeros Templarios, y que había sido dado por muerto en diciembre de 2010 por la administración anterior. Además de ese golpe, en muy pocas semanas el gobierno federal ha recobrado el control del territorio michoacano, tierra natal de Calderón, y donde este inició su guerra anticrimen.
Falta mucho para vencer a los criminales, pero al descabezar tan rápidamente a cárteles del narcotráfico (en julio había sido detenido también Miguel Ángel Treviño El Z 40, líder de Los Zetas), Peña Nieto ha cosechado reconocimientos y apoyos de grupos ciudadanos que ahora colaboran con su gobierno en la estrategia antisecuestro.
Con todo lo anterior, los panistas podían ser acusados de omisión o incapacidad. Pero con febrero llegó el caso Oceanografía y ahora son señalados por sospechas de una corrupción de gran escala que pone en la mira a los círculos más cercanos de los expresidentes Vicente Fox y Felipe Calderón.
A finales del mes pasado Citigroup anunció en Nueva York que rebajaba sus expectativas de crecimiento anual y global porque había descubierto que su banco en México, Banamex, tenía un boquete financiero por 235 millones de dólares por préstamos a Oceanografía, una empresa proveedora de servicios para Petróleos Mexicanos que floreció gracias a jugosos contratos logrados durante las administraciones panistas.
Las pesquisas están en una etapa inicial, pero cada día se acumulan más evidencias de que Oceanografía pudo operar, hasta convertirse en la gran refaccionaria de Pemex, gracias a que funcionarios de la era panista decidieron favorecer a ese consorcio y perdonarle durante años millonarios adeudos en detrimento de las prestaciones sociales de los trabajadores de esa empresa.
Sin embargo, las mermas en la imagen de los panistas no han surgido solo por el contraste entre los anteriores gobiernos y el actual. El partido ha entrado en la etapa final de un ruidoso proceso para renovar la dirigencia nacional, que concluye el 18 de mayo. Quien gane la presidencia del PAN recogerá los escombros que han dejado sucesivos escándalos (por ejemplo, el líder de los diputados Luis Alberto Villarreal fue denunciado durante semanas en la prensa por supuestamente influir en los presupuestos a cambio de contratos privados para obras públicas, mientras que el jefe de la bancada panista en el senado, Jorge Luis Preciado, es más famoso por llevar alcohol y mariachis a la cámara alta que por sus discursos en la tribuna).
De cara a las próximas elecciones, los del PAN se han quedado sin resultados que presumir como gobierno y con una fama de ser tan corruptos como cualquiera. Su identidad de antaño, de gente proba, no existe más.
En 2006, cuando Calderón disputaba las presidenciales a López Obrador, que le llevaba ventaja en las encuestas, los panistas idearon el lema de que el izquierdista exalcalde de la capital mexicana era un peligro para México. Hoy no es exagerado decir que a Calderón y a Fox les urge que termine el actual sexenio. Faltan casi cinco años para eso, y quién sabe cuántas muestras más de que Peña Nieto se ha convertido en un peligro para ellos.
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