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“Tengo origen ruso, un apellido alemán y soy ciudadano de Ucrania”

Protagonistas de la revuelta temen un estallido de las tensiones comunitarias

Hombres uniformados sin distintivos, en el aeropuerto de Simferópol.Foto: reuters_live | Vídeo: getty / reuters-live!
SILVIA BLANCO (ENVIADA ESPECIAL)

La noche en la que los miembros del nuevo Gobierno se presentaron ante el Maidán,los oradores empezaron a ocuparse de los incidentes que comenzaban a ocurrir en Crimea y llamaban a la unidad. La multitud rugió: “¡Crimea, estamos contigo, somos uno!”. Al día siguiente, en la Rada Suprema (el Parlamento), un grupo de diputados del partido ultranacionalista de extrema derecha Svoboda gritaban sin parar “¡Habla en ucraniano!” a un diputado que se expresaba en ruso. El viernes, el ministro del Interior, Arsen Avakov, calificó de “invasión militar” y “ocupación” la presencia de militares rusos en los aeropuertos des Sebastopol y Simferópol.

La preocupación en Kiev por lo que ocurre en Crimea ha ido calando poco a poco también entre los ciudadanos. Primero entre los nacionalistas radicales, siempre más sensibles a cualquier conflicto territorial. “El 90% de los crimeos no entiende lo que pasa en Ucrania”, dice como si no formaran parte del mismo país. “La televisión rusa los maneja como a zombies”, teoriza envuelta en una bandera de Svoboda —no es la primera vez que sus diputados se enfrentan a los rusohablantes— Tatiana Bilyaeva, de 44 años. Con su marido habla ruso, igual que con su madre. Con sus hijos, en ucraniano. Una circunstancia bastante normal en Kiev, donde la gente emplea indistintamente ambos idiomas. Bilyaeva quiere aclarar algo en medio del griterío de sus compañeros de partido, concentrados ante la Rada Suprema el jueves: “Vengo de una familia mixta, pero yo soy una patriota”.

En el Maidán, el epicentro de la revuelta, abundan las banderas ucranias y a la mínima ocasión miles de personas cantan el himno con gran solemnidad. Pero en esta protesta ha participado gente de todas las regiones, también las del Este y Sur, donde la influencia lingüística y cultural rusa es mayor. Mariana Stepanova, de 28 años, creció en una ciudad del oeste, Dolina, en un ambiente ucranio. Pero ahora mismo, en el Maidán, junto a una caseta donde se muestran casquillos de bala de la represión policial, está hablando en ruso, el idioma que aprendió en la Universidad, donde se emplea como lengua franca. “Estoy muy preocupada por lo que pueda pasar en Crimea, porque se separen. Tengo muchos amigos allí, quiero seguir yendo al mar en verano como he hecho siempre”, cuenta.

Mi  familia dice que los rusos se aprovechan de que Ucrania está en un momento frágil para arrebatarle Crimea” Mariana Stepanova, de 28 años

Ella está asustada con lo que sucede, su familia está enfadada. “Dicen que los rusos se están aprovechando de que Ucrania está en un momento frágil para arrebatarle Crimea”, explica. La península, un territorio autónomo con su Parlamento, fue un regalo que Nikita Jruschev le hizo a Ucrania en 1954, cuando formaban parte de la misma federación soviética.

La sospecha de que el conflicto entre este y oeste tiene parte de juego político está muy extendida. Eso le parece a Alexei Kitel, de 30 años, director de sonido del Teatro Nacional Ivan Franko. Él nació y vivió en Crimea hasta los 20, y se mudó a Kiev cuando la Revolución Naranja, en 2004, porque allí no tenía trabajo. Cuenta en un escenario que ya no se usa, con poca luz y cuerdas colgando, que la gente “son solo instrumentos” de la geopolítica. Por una parte, entiende el descontento de muchos crimeos: “¿Qué ha hecho el Gobierno ucranio allí en los últimos 20 años?”, se pregunta. “Mi madre trabaja en un sanatorio abierto desde hace cinco años por inversores de Moscú, que han puesto dinero allí cuando las fábricas cerraron”, explica. Por otra, en estos diez años se ha aproximado a la visión ucrania de las cosas, él que viene de una familia que se siente rusa, habla ruso y votó a candidatos prorrusos, como la mayoría en Crimea. Participar en la protesta de Maidán, dice, ha acelerado su comprensión de la mirada desde Kiev.

“Empezó para cambiar el sistema, para tener un país más democrático”, cuenta. “Pero cuando empezaron a tirar estatuas de Lenin, cuando dispararon a los manifestantes, como a un compañero electricista del teatro, me di cuenta de que había muchas causas en marcha”, lamenta. A Kitel le molestan todos los insultos que se pronuncian contra los crimeos en las redes sociales, pero no ha sentido esa hostilidad en Kiev. Solo espera que la situación se calme, y se define: “Me siento de origen ruso, tengo un apellido alemán y soy ciudadano de Ucrania”. Todo a la vez.

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SILVIA BLANCO (ENVIADA ESPECIAL)
Es la jefa de sección de Sociedad. Antes ha sido reportera en El País Semanal y en Internacional, donde ha escrito sobre migraciones, Europa del Este y América Latina.

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