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Columna
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Ucrania existe

Las tareas que aguardan a los ucranios son ciclópeas pero lo que está en juego aún es más colosal: las relaciones Rusia-Europa

Lluís Bassets

Dotarse de un Gobierno provisional, representativo y eficaz. Recuperar el orden y el funcionamiento del Estado. Poner al país a trabajar. Sortear la bancarrota. Alejar las largas manos de los oligarcas, una veintena de poderosas familias mafiosas, de la economía. Hacer justicia con quienes reprimieron violentamente la concentración en Maidán y situaron el país al borde la guerra civil. Mantener unidas las dos partes en que se podría dividir Ucrania, una más próxima a Rusia, incluida Crimea, y otra occidental. Obtener ayuda financiera internacional y una geometría de relaciones comerciales con la UE que no signifique enemistarse con Putin. Evitar una nueva guerra fría entre la OTAN y Rusia, los viejos contendientes de la guerra fría auténtica.

Cuando se desmontan las barricadas, se enfrían las cenizas de los incendios y los héroes fallecidos han sido ya sepultados bajo tierra, aparecen las tareas ciclópeas, inhumanas, que los ucranios tienen ante sí. En Maidán, como en Tahrir, hay un momento mágico, excepcional, casi increíble, en el que lo imposible se hace real. El autócrata se siente incapaz de mantenerse en el poder, un vacío glacial se hace en su entorno: nadie responde ya a sus órdenes o es él mismo quien no se atreve ya a ordenar nada a nadie. El mundo se hunde bajo sus pies y huye. La plaza ha triunfado.

Todo sucede deprisa, en este caso y en todos, sin tiempo para entenderlo. Siempre hay vectores exteriores, ángulos ciegos y maniobras oscuras. Pero no es un golpe de Estado maquinado desde Bruselas o Washington. Es ante todo el vacío de poder, el socavón que se abre cuando alguien tan inepto y mendaz como Yanukóvich es incapaz de controlar la revuelta fabricada por su corrupción y sus mentiras.

Cuando el poder yace tirado en mitad de la plaza es el más osado quien se atreve a llevárselo. Si le dejan, si nadie se opone, para no soltarlo nunca jamás. Lo intentó Morsi después de Tahrir y lo va a intentar el mariscal Al Sisi después del siguiente Tahrir. De las revoluciones suelen salir dictaduras peores que las derrocadas. Para que el que ocupe el vacío sea de verdad el pueblo, es decir, el consenso activo de los ciudadanos, tienen que concurrir muchas circunstancias, producto del lento y tenaz trabajo del tiempo en la mayor parte de las ocasiones.

Sí, hay razones para dudar de Ucrania, de su futuro, de su viabilidad, pero Maidán es la demostración todavía incipiente de una poderosa voluntad de construcción de una democracia europea, que aprende de una primera y fracasada experiencia hace 10 años en la Revolución Naranja.

Las tareas son ciclópeas, pero lo que está en juego todavía es más colosal: las relaciones entre Rusia y Europa, la capacidad de la Unión Europea como agente global, su propia definición como espacio de bienestar, paz y prosperidad capaz de proyectarse sobre sus vecinos, la estabilidad del continente euroasiático...

Todo está por hacer porque casi nada se ha hecho hasta ahora y queda por delante la tarea de levantar desde sus cimientos una nación entera, en la que los ucranios no deben estar solos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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