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La oposición venezolana se fractura frente a la violencia en las calles

Un manifestante salta sobre los escudos de la policía venezolana.
Un manifestante salta sobre los escudos de la policía venezolana.FRANCISCO RODRIGUEZ (AFP)

Las masivas protestas y disturbios del miércoles en diversas ciudades de Venezuela, que en Caracas, la capital, se saldaron con tres muertes por disparos, vuelven a calentar las calles en una etapa que se anuncia decisiva para la continuidad de la revolución bolivariana. Paradójicamente, también parecen oficializar una crisis en el liderazgo opositor que amenaza dar al traste con la trabajosa unidad construida durante los últimos dos años.

Es tiempo de fragmentaciones en Venezuela. La propia dinámica de la manifestación —convocada en Caracas para exigir la liberación de un grupo de estudiantes detenidos durante protestas de la semana anterior en varias localidades— puso de relieve las fisuras en la cúpula de la oposición. Además de los dirigentes estudiantiles, desde la tarima arengaron a la multitud María Corina Machado y Leopoldo López, miembros de lo que el Gobierno ha bautizado como la Trilogía del Mal. El vértice restante de ese triunvirato virtual, el gobernador del Estado de Miranda y ex candidato presidencial, Henrique Capriles Radonski, se encontraba entre los oyentes, sin que se le invitara a subir.

La escena pertenece al pulso que se desarrolla en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) desde las pasadas elecciones municipales del 8 de diciembre. El triunfo del Gobierno en esa jornada, a la que la oposición le había otorgado carácter plebiscitario, fue interpretado por diversos analistas como un revés personal de Capriles, que asumió la dirección de la campaña. La merma que supuso la derrota en el liderazgo del por dos veces candidato presidencial sirvió de pistoletazo de salida para que otros integrantes de la mesa, con aspiraciones presidenciales y críticos con la conducción de Capriles —especialmente con su posible tibieza en la impugnación de los resultados de los comicios del 14 de abril de 2013, en los que salió electo Nicolás Maduro como presidente— empezaran a actuar de manera autónoma.

Entre ellos está Leopoldo López, exalcalde del municipio Chacao, en la próspera zona este de Caracas. Hoy dirige su propio partido, Voluntad Popular (VP), que registró un importante crecimiento de apoyo en las elecciones locales de diciembre. Pero antes militó junto a Capriles en las filas del partido Primero Justicia (PJ), al que hoy sus contrarios acusan de pretender una hegemonía dentro de la oposición. Los dos jóvenes políticos representaban las últimas esperanzas blancas del antichavismo: apuestos, con abolengo, educados —López en la Universidad de Harvard, Capriles con estudios parciales en la de Columbia— y, todavía así, con pegada en las clases populares. Pero ambos se profesan entre sí una antipatía imposible de ocultar.

López, que ha tratado de definirse como socialdemócrata aunque muchos lo ven como un hombre de derechas, siempre ha resultado un factor de irritación para el chavismo. El oficialismo se las apañó para, a través de un dictamen de la Contraloría en 2008, inhabilitarlo para postularse a cargos de elección popular hasta 2014. Ese fallo, que aludía a supuestas irregularidades administrativas durante su gestión como alcalde, fue puesto en duda en 2011 por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que ordenó la rehabilitación del político. Ahora el Gobierno ha ordenado su captura como presunto responsable de los desórdenes del miércoles. Pero con ello tal vez busque también cimentar un liderazgo alternativo a Capriles.

Junto a López figura la diputada y ex precandidata presidencial María Corina Machado, ex dirigente de una ONG de observación electoral y muy popular entre los sectores más radicales de oposición. Ambos son las caras visibles de un movimiento insurgente que se dio a conocer en días recientes con la consigna de “la salida”: propugna que, ante la galopante crisis económica y los pasos dados por el Gobierno de Maduro para restringir las libertades públicas, no se puede esperar a que los tiempos del almanaque electoral den la oportunidad teórica de un cambio. Convocan a las calles para presionar en la crisis y provocar el hundimiento del régimen.

En la otra acera queda Capriles, que lucha contra su creciente aislamiento. Este jueves se desmarcó con claridad, pero sin mencionarlos, de los dos disidentes: “Las cosas no están bien, ayudemos a que este país salga del caos, no dejemos que los extremos dañen esta visión”, dijo durante una rueda de prensa en la que trató de explicar su ideario, difícil de tragar para los sectores opositores que se sienten acuciados por la carestía, la inflación y los embates de un Gobierno que se dice dispuesto a hacer irreversible su revolución.

Según fuentes conocedoras de la situación interna de la MUD, Capriles habría impuesto dentro de la alianza opositora su tesis frente a la crisis: dejar solo al Gobierno en la gestión de los problemas económicos para evidenciar su responsabilidad en ellos ante el electorado popular que vota al chavismo. Sostienen el excandidato y su partido, Primero Justicia, que el llamado a revueltas callejeras sólo tiene eco en la base más férrea de la oposición.

Mientras toda clase de rumores sobre conspiraciones —alentados por el presidente Maduro, quien el miércoles aseguró que un golpe de Estado estaba en marcha— cobraban cuerpo en Caracas, parece configurarse el peor escenario para las horas decisivas que se avecinan: los inventarios de las industrias alimentarias se reducen a un mes de reserva, la inflación oficial en enero fue de 3,3%, se desvanece el vínculo del país con el exterior por vía aérea. Cuando los malestares se desborden, de ocurrir, sorprenderán a un Gobierno debilitado —cuestionado desde su propia izquierda— y a una oposición disgregada.

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