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Columna
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Little England

Que el Reino Unido y sus ciudadanos se benefician, y mucho, de la libertad de circulación y establecimiento en la UE es un hecho, pero quién va a dejar que un mal dato estropee un buen populismo

“De cómo la Gran Bretaña se convirtió en la Pequeña Inglaterra” podría ser el ensayo de no ficción más vendido en 2014. Sólo hace falta alguien que se anime a escribirlo. Los ingredientes están todos ahí: la pequeña política disfrazada de grandes discursos, los prejuicios raciales que se agazapan detrás de la estridente proclamación de principios, el populismo facilón que se agita tras la reivindicación de una identidad supuestamente amenazada, la demagogia barata que se hace pasar por liderazgo, la idealización del pasado como único proyecto de futuro.

Estamos en enero de 2014, fecha en la que según los agitadores del UKIP, a los que alegremente se han sumado destacados miembros del Gobierno conservador de David Cameron, el Reino Unido sufrirá el asalto de una horda de inmigrantes búlgaros y rumanos dispuestos a hacer colapsar el mercado de trabajo y los servicios sociales del país.

¿Qué le pasa a nuestros amigos ingleses, otrora faro político, económico y hasta moral de Europa y el mundo? Hubo un tiempo, ¿recuerdan?, en el que el Reino Unido no sólo era la gran fábrica del mundo, sino también la fábrica de las ideas que hacían funcionar ese mundo: el liberalismo político y económico, la apertura económica y comercial, la defensa de la democracia y la libertad frente a la tiranía y el oprobio. ¿Qué les ha ocurrido para que no se reconozcan en esta Europa a la que ellos tanto han contribuido y en esta globalización a la que tanto han aportado? ¿Qué lleva a uno de los países más cosmopolitas del planeta a pensar que el mundo, ese campo de juego en el que una otra y vez los británicos han demostrado su superioridad, es un lugar hostil del que hay que prevenirse y frente al que hay que blindarse? ¿Qué ha sido del tradicional pragmatismo británico, que les ha permitido entender cada amenaza como una gran oportunidad de reinventarse sin traicionar sus principios?

Sin duda que el parroquiano que enarbola una pinta de cerveza en el pub local está harto del mundo, de Europa y de sus políticos. Pero no mucho más que el currante español que se toma una caña en el bar de la esquina. Sin embargo, el contraste no puede ser más visible. España sufre una combinación potencialmente explosiva de paro, devaluación salarial y desafección hacia la política pero todo ello no se ha traducido, admirablemente, en la extensión de discursos, proliferación de mensajes o aparición de partidos o movimientos xenófobos. Y eso que en la última década, los españoles acogimos a 3,7 millones de extranjeros, elevando su número hasta 5,7 millones (casi el 12% de la población). De ellos, según el censo de 2011, unos 800.000 eran rumanos y casi otros tantos marroquíes, seguidos de ecuatorianos (más de 300.000) y, sorpresa, sorpresa, de británicos (312.000). Que el Reino Unido y sus ciudadanos se benefician, y mucho, de la libertad de circulación y establecimiento en la UE es un hecho, pero quién va a dejar que un mal dato estropee un buen populismo.

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