El nuevo ministro de Exteriores de Austria tiene 27 años
El conservador Sebastian Kurz no ha terminado la carrera de Derecho
"No niego que soy joven", se sinceró esta semana Sebastian Kurz en un diario vienés. Lo contrario sería complicado, porque el flamante ministro de Exteriores de Austria tiene 27 años. Su toma de posesión el pasado lunes confirmó, por si cabían dudas, el papel secundario de Austria en la arena política internacional. Pero el joven político encarna las exhaustas esperanzas del partido conservador ÖVP. Su nombramiento responde a las dificultades de las dos grandes formaciones austriacas, el socialdemócrata SPÖ y el ÖVP, para contrarrestar el renovado auge de la derecha populista del Partido Liberal FPÖ. En las generales de septiembre, el joven Kurz cosechó más de 35.000 sufragios directos, mucho más que cualquier otro político. Lidera las encuestas de popularidad entre los políticos y es el segundo ministro en el que más confían los austriacos en la nueva y enésima Gran Coalición entre socialdemócratas y conservadores.
Es un nombramiento atrevido. La prensa local cita a un alto diplomático austriaco que llama "bachiller" a su nuevo jefe: este nuevo sucesor del conde de Metternich al frente de la insigne diplomacia austriaca aún no ha concluido la carrera de derecho.
Dio su primera campanada cuando, con todavía 24 años, fue designado para la nueva Secretaría de Estado de Inmigración en abril de 2011. Llevaba apenas medio año como diputado en el parlamento regional vienés y, como apuntaron sus críticos, carecía de cualquier experiencia política ni ejecutiva. Solo era conocido por su oratoria espontánea y su campaña electoral en las regionales de 2010, cuando el hoy todavía jefe de las Juventudes Populares patrulló la capital austriaca en un todoterreno negro (el color que distingue a los partidos democristianos en Alemania y en Austria) llamado "Geilomobil", que podría traducirse como "Guaymobil". Su eslogan era, aproximadamente, "El color negro te calienta". Su nombramiento provocó una avalancha de sarcasmos, burlas y de ataques personales al "niñato".
Kurz eligió la vía seria. Arrumbó los dejes juveniles y evitó meteduras de pata. Se hizo un peinado de ejecutivo, se compró una buena ristra de trajes y dejó de lado la corbata. Su política, aunque muy cauta, puede calificarse de conciliadora y liberal para el país que en 2000 aupó al ultraderechista FPÖ de Jörg Haider hasta el Gobierno. Instauró Kurz un "foro de diálogo" religioso con el Islam, organizó cursos de integración para inmigrantes e ideó las llamadas "mesas de bienvenida". Uno de sus lemas favoritos proponía la "integración a través del esfuerzo". Evitó mojarse en las controversias sobre los refugiados políticos y sobre el racismo cotidiano en Austria. Según decía, su trabajo "empieza cuando el inmigrante es legal".
Su gran éxito como secretario de Estado fue no fracasar. Ya antes de las elecciones de septiembre se dijo que pronto sería el ministro más joven de la historia austriaca. Los dos grandes partidos se reparten el poder desde hace 68 años, de los cuales han gobernado 41 en grandes coaliciones. Hace 30 años, el socialdemócrata SPÖ y el conservador ÖVP obtenían juntos el 90% de los votos. En 2013 solo sumaron el 50,8%. Aun así, los dos partidos decidieron volver a aliarse bajo el auspicio de "un nuevo estilo". Nada era más urgente para el viejo nuevo Gobierno, liderado por los socialdemócratas, que un lavado de cara. La ventaja del imberbe Kurz es que la suya se diría que viene lavada de serie.
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