Italia elimina por decreto la financiación pública de los partidos
El Gobierno de Letta sale de su letargo acosado por el ascenso de Renzi y las protestas
El Gobierno italiano de Enrico Letta, paralizado durante los últimos meses por sus propios problemas de supervivencia, parece haber despertado de repente. La causa hay que buscarla en la irrupción con mando en plaza en la política nacional de Matteo Renzi, el alcalde de Florencia elegido el pasado domingo casi por aclamación secretario general del Partido Democrático (PD), y en las cada vez más numerosas y más violentas protestas callejeras. El resultado es que, ya sin el veto de Silvio Berlusconi, expulsado del Senado tras ser condenado en firme por fraude fiscal, las reformas tantas veces prometidas empiezan a ver la luz. El Ejecutivo aprobó ayer por decreto ley la eliminación de la financiación pública de los partidos políticos. En 2014 recibirán un 40% menos y la reducción será progresiva hasta que, a partir de 2017, sean por entero los ciudadanos quienes, a través de donaciones transparentes o contribuyendo con el 0,2% de la declaración de la renta, sostengan por entero a sus políticos.
Los preocupantes ‘forconi’
Desde hace unos días para acá, un inclasificable movimiento de rabia, cólera y desilusión ha bajado a las calles de Italia, de norte a sur, para gritar contra los políticos, contra los banqueros, contra el poder, contra Europa y su moneda. Las manifestaciones de los Forconi —los de las horcas de labrador— reúnen bajo el engrudo de la desesperación a pequeños empresarios, agricultores y camioneros, parados, estudiantes y simples ciudadanos, pero también a ultras de equipos de fútbol y a radicales de la ultraizquierda y la ultraderecha.
Han practicado la guerrilla urbana en Turín y en Milán, han paralizado los trenes en Liguria y causado desórdenes en Campania y en Sicilia. Sus líderes o portavoces —Danilo Calvani, un antiguo horticultor, o Lucio Chiavegato, un ebanista— dicen que los Forconi son un movimiento social espontáneo, apolítico, cuyo único objetivo es defenderse de una crisis feroz: “Es una protesta del pueblo. Nos están asesinando con la desesperación, con la pérdida de nuestra dignidad. Nos están quitando todo, incluso nuestras casas”. Dicho esto, el agricultor Calvani se marchó de la protesta a bordo de un flamante Jaguar…
Los políticos no encuentran un nombre bajo el que encuadrar al movimiento callejero y eso les pone muy nerviosos. Hasta Beppe Grillo, cuyo triunfo electoral se debió a la canalización del descontento, parece superado, despistado. Hay quien ve en los Forconi similitudes con los movimientos autoritarios que llevaron al poder a Mussolini. Desde luego, detalles inquietantes no faltan. Andrea Zunino, de 60 años, agricultor y líder o portavoz del Movimiento 9 de Diciembre, apuesta “por salvar a Italia, que hoy es esclava de los banqueros como los Rothschild. ¿No le parece curioso que cinco o seis de los más ricos del mundo sean judíos?”. Entre las propuestas que parecen compartir los Forconi están “la recuperación de la soberanía de Italia, la salida del euro y de una Europa que, como el salvaje oeste de la globalización, está llevando a Italia al hambre”.
Aunque no faltan motivos para la protesta, no deja de llamar la atención que su explosión haya coincidido en el tiempo con la salida de Silvio Berlusconi de las instituciones. Sus ataques al euro, su populismo desaforado, parece buscar la complicidad de la calle para rentabilizar, a bajo precio, toda la frustración que él contribuyó a sembrar.
La abolición de la financiación pública de los partidos y la reforma de una ley electoral apodada “la cerdada” —cuya característica principal es convertir en ingobernable el país— eran, en teoría, dos de los compromisos prioritarios del Gobierno presidido por Enrico Letta. En parte por convicción y en parte porque constituían dos caballos de batalla muy eficaces sobre los que el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) de Beppe Grillo basaba su sintonía con un electorado muy harto de la incapacidad de la política para regenerarse. Pero, en unas ocasiones por las zancadillas de Berlusconi y en otras por la lentitud exasperante de las instituciones, las reformas se iban aplazando.
Sin embargo, en los últimos días, dos circunstancias paralelas —sin conexión aparente— se han confabulado para que Enrico Letta recorte por decreto ley la financiación de los partidos y dé un golpe de timón para desbloquear la reforma electoral, también varada en el Senado. A partir de ahora será la Cámara de Diputados —donde los partidos que sostienen al Gobierno gozan de una amplia mayoría— la que diseñe una nueva ley electoral.
La llegada a la dirección del centroizquierda de Matteo Renzi, quien solo unas horas después de su victoria se reunió con su compañero de partido Enrico Letta para dejarle claro que, si las reformas prometidas y necesarias no veían la luz, una parte del PD podría dejar de apoyarlo, y la sucesión de una serie de manifestaciones en todo el país protagonizadas principalmente por un movimiento conocido por I Forconi —los de las horcas campesinas— han encendido todas las luces de alarma. Más que por los métodos expeditivos de Renzi, quien ya ha avisado de su disposición a hablar con Berlusconi y Grillo para sacar adelante las reformas, por la explosión de rabia inesperada que tiene lugar en las calles. El primer ministro Letta no oculta su temor a que la pacífica alternancia entre centroizquierda y centroderecha empiece a dejar paso a una guerra más cruenta de la que también Italia se está convirtiendo en peligroso ejemplo: el populismo contra todo lo establecido.
La preocupación por la situación económica, la rabia ante la incapacidad de la política tradicional o el miedo al inmigrante son aprovechados por populistas de nuevo o viejo cuño para llenar sus alforjas electorales. La alarma lanzada por el propio Letta ante la posibilidad de que el próximo Parlamento Europeo sea el más antieuropeo de la historia —“el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) de Beppe Grillo puede ser el partido más votado en Italia”— se refuerza ahora con la incorporación de Berlusconi a los ataques al Estado y a Europa y la multiplicación de las protestas callejeras. Hace unos días, el exjefe del Gobierno arengó a los suyos con advertencias de grueso calibre: “Aunque no haya tanques o militares en la calle, los italianos corren peligro porque viven en una dictadura”. Y poco después subrayó: “Si me detienen, en Italia estallará una revolución”. ¿Hasta qué punto Berlusconi —desposeído de su traje de inmunidad tras su expulsión del Senado— no está detrás de algunas de las protestas callejeras más violentas y xenófobas?
Además de pronosticar un triunfo de Grillo en las europeas, el primer ministro Letta —en una reciente entrevista con este periódico— admitía que la fuerza del populismo no solo procede de los ajustes exigidos por Bruselas, sino también “como reacción a una política que ha tardado demasiado en renovarse y en reducir los costes”. Y, de eso, Italia y sus últimos Gobiernos de emergencia se llevan el pecado y su penitencia. Ni el Gobierno técnico presidido por Mario Monti ni el de coalición manejado a duras penas por Enrico Letta han conseguido llevar a buen puerto las reformas que tenían señaladas con letras grandes en su declaración de intenciones.
Solo la irrupción de Renzi, que en solo una semana ha aumentado las perspectivas electorales del PD en seis puntos, y el clamor de la calle han sacado de su letargo al Gobierno de Letta.
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