Los guatemaltecos queman al diablo
La tradición que se originó en la época colonial degenera en gamberrismo con alto riesgo para la población
Guatemala es un país donde el sincretismo religioso alcanza cotas mundiales. Una de sus expresiones más significativas es la quema del diablo, tradición que, aunque tiene sus orígenes en la época colonial (1524-1821), solo aquí se conserva. El acto congrega frente a sus viviendas, cada 7 de diciembre, a miles de familias en todo el país para prender fuego a inmensas pilas de basura, algo que contamina el ambiente, pero que deja a las autoridades atadas de manos ante la fuerza de la costumbre.
De acuerdo a historiadores y costumbristas, la fiesta tiene su origen en las fogatas que se organizaban para iluminar el paso procesional de la Virgen de Concepción. La mentalidad mágica de los guatemaltecos, heredada de los ancestros aborígenes, inmediatamente le dio presencia a un personaje omnipresente en la cosmogonía maya: el diablo, y da a las fogatas la connotación, eterna, de la lucha entre el bien y el mal.
“El diablo se esconde entre la basura y las cosas viejas acumuladas y trae mala suerte a los habitantes de las casas”, narra un octogenario, vecino de un barrio popular de la capital guatemalteca. “Por eso”, añade, “es necesario quemarlo y reducirlo a cenizas, para que se regrese al infierno, que es su mero lugar”.
Como toda fiesta de carácter religioso, la quema del diablo tiene un simbolismo que ha prendido muy hondamente en los guatemaltecos y ayuda a perpetuar la tradición. El costumbrista Celso Lara explica que “la lucha entre el bien y el mal es protagonizada por la virgen de Concepción, madre del Redentor, mientras el mal está personificado en el diablo. La batalla la gana el bien, pues el demonio es convertido en cenizas y devuelto al infierno. El fuego es el ‘purificador’, que permite una limpia espiritual”.
La quema de basura parece ser, entonces, el origen de la degeneración que ha sufrido la fiesta, pues entre “las cosas viejas” se incluyen neumáticos, botellas de plástico y otros productos altamente contaminantes. Cuando a lo anterior se suma el uso de fuegos pirotécnicos, el riesgo de sufrir accidentes se eleva considerablemente.
Y es también el origen de una agria polémica entre los partidarios y quienes adversan esta costumbre. Los ecologistas y grupos que velan por la pureza del ambiente se pronuncian en favor de suprimirla. Las autoridades de Salud han emitido disposiciones, que incluyen multas, para quienes quemen productos contaminantes, con, hay que decirlo, muy escaso éxito. A los primeros se han sumado, en los últimos años, pastores de iglesias fundamentalistas que ven “un culto a la bestia (satanás)” en esta celebración.
Las estadísticas de los cuerpos de socorro y de las emergencias de los hospitales, declaradas desde la víspera en alerta máxima, confirman los aspectos negativos. Para la oficina de prensa de los bomberos voluntarios, a partir de las cinco de la tarde del 7 de diciembre, “el número de emergencias se triplica, mientras que los percances de tránsito, producto del consumo excesivo de alcohol, se duplica en el mejor de los casos”.
La mayoría de reportes que merecen atención urgente es para niños que sufren quemaduras. Ocurre que muchos, por descuido o desidia de los padres, juegan alrededor de las fogatas con los bolsillos llenos de “cohetillos” (petardos), los que pueden ser alcanzados por las llamas y estallar, con el resultado de quemaduras de primero, segundo y hasta tercer grado.
También se elevan los reportes de conatos de incendios y viviendas en llamas, producto de la irresponsabilidad de quienes queman los artefactos pirotécnicos sin ninguna supervisión. Ante ello, los bomberos piden un mayor respeto para con las vecindades y no lanzar petardos a peatones o vehículos que circulen por las calles.
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