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El único símbolo de unión para todos

No hay en el horizonte cercano nadie que pueda coger con autoridad el testigo de Mandela

Ciudadanos surafricanos ayer a las puertas de la casa de Mandela.
Ciudadanos surafricanos ayer a las puertas de la casa de Mandela.SIPHIWE SIBEKO (REUTERS)

¿Y, después de Nelson Mandela, qué? La pregunta tenía mucha más miga hace unos años, cuando había cierto temor que la desaparición del primer presidente negro de Sudáfrica devolviera al país a épocas convulsas, de revanchismo y de enfrentamientos raciales. Su muerte deja a la nación un poco huérfana, como acertó a decir el actual presidente, Jacob Zuma, al dar la noticia por televisión. Supone la pérdida de un referente, de un símbolo que ha sabido aglutinar a una sociedad acostumbrada a vivir segregada por raza: los blancos con todos los derechos y los negros, indios y mulatos relegados a ser ciudadanos de segunda o tercera.

Mandela era ya mayor cuando, en 1994, llegó a la presidencia. Llegaba con casi 76 años y una vida cargada de sufrimiento a su espalda. Sus cinco años en el cargo supusieron el arranque de un país que había que intentar reconstruir casi desde cero, permitiendo el perdón y la reconciliación entre víctimas y verdugos. La tarea era titánica y aún perdura como una de las grandes asignaturas pendientes de la Sudáfrica actual.

Sus compatriotas y el mundo despedirán a Mandela el domingo 15 en Qunu, la aldea donde creció, donde será enterrado. El presidente Barak Obama ha confirmado que asistirá. Madiba será homenajeado el 10 en el estadio de Johanesburgo que acogió la final del Mundial de 2010.

Si el país fuera un alumno se podría decir que progresa adecuadamente y que la muerte del maestro que alentó al pupilo a mirar siempre hacia adelante no va a hacer que repita curso, sostienen los analistas políticos. Nada augura que haya riesgo de involucionismo. El sistema democrático está muy asentado como para que ahora se venga abajo y Sudáfrica se convierta en un Zimbabue de Robert Mugabe.

Clare Shoebridge, 49 años, blanca de origen británico, ha acudido a presentar sus respetos al padre de la nación en Soweto, un antiguo gueto que el apartheid construyó para tener controlados a los negros. “No va a pasar nada malo”, afirma mientras muestra una vela que va a encender justo delante de la casa de Madiba en la calle Vilakazi, la única del mundo que tiene el privilegio de haber tenido dos premios Nobel de la Paz como vecinos: Mandela y su amigo el arzobispo Desmond Tutu.

No vamos a tener un hombre como él, nunca, nunca, nunca

A Shoerbridge, que puede contar con los dedos de una mano sus visitas a Soweto, Mandela le parece “el gran hombre” que con mucha generosidad hizo que esos blancos que se beneficiaron de los privilegios coloniales y del apartheid “dejaran de sentirse culpables por sus pecados”. Para nada se plantea irse del país porque no teme que la situación en el país empeore.

Como dice una afrikáner con familia “exiliada” en Australia desde los años noventa por “el temor a un Gobierno de negros”, no existe otro país en el mundo donde los blancos tengan tan buena calidad de vida. Ni que sea a costa de la de la mayoría negra, que con el 80% del censo solo representa un 5% de la clase media, inversamente proporcional al de los compatriotas de origen europeo.

Mandela se jubiló de la política hace más de una década y en todo ese tiempo el país se ha ido acostumbrando a vivir sin su presencia y a hacerse a la idea de que su muerte no debería suponer un cambio a peor.

No obstante, no existe nadie con autoridad que pueda coger el testigo de Mandela, cargarse a la espalda la ilusión y esperanza de un pueblo que carece de referentes compartidos. Mandela era uno de los pocos símbolos que todos los sudafricanos al margen de razas y religiones sentían como propio, lo querían y respetaban.

“No vamos a tener un hombre como él nunca, nunca, nunca”. Mientras bailaba a ritmo del toyi toyi, un canto a capela que nació como protesta y ha ido tornándose señal de duelo, Freda Hlongwane-Molaltol explica que su padre era de la misma generación que Madiba y que como vecina de la calle Vilakazi recuerda toparse con el luchador Mandela y reconocerlo como líder.

Aún es pronto para evaluar el impacto de su muerte en la política. Ahora es momento de duelo y homenaje a su legado pero seguro que el Congreso Nacional Africano (ANC, en sus siglas en inglés) añorará la figura de Mandela como su referente y más ahora que hasta al presidente Zuma lo investiga la defensora del pueblo por corrupción. Nada más lejos de Mandela que aprovecharse del país.

El primer test político de la Sudáfrica después de Mandela será en 2014. El ANC no tendrá problemas para imponerse en las elecciones generales. Pero tiene que andar con ojo porque ya no puede vivir más de las rentas que le dejó Mandela.

Otros factores pueden hacer tambalearse la hegemonía del partido: el electorado negro se está diversificando gracias a la incipiente clase media y la fortaleza de la Alianza Democrática, que lucha por borrar su imagen de partido de blancos. De momento, la formación de Zuma ya ha sufrido dos escisiones, lo que ilustra las luchas de poder en el partido y, por ende, en Sudáfrica.

La doctora Mamphela Ramphele fue la última pareja de Steve Biko, el activista muerto en 1977 mientras estaba detenido por la policía del apartheid. Ex directora general del Banco Mundial, Ramphele pretende atraer con su partido Agang a desencantados con el ANC por el flanco de la justicia social. Ella se puede llevar los votos de esos negros acomodados que han prosperado económicamente y que ya no se sienten cómodos con Zuma.

Pero el auténtico granero de votos está entre los negros pobres. Y allí se ha ido Julius Malema, expresidente de las juventudes del ANC, que a pesar de reivindicarse como fiel heredero del espíritu de Mandela de trabajar por los negros, es el que más se aleja del sueño de igualdad pacífica.

Malema, expulsado del partido, acusado de racista y pendiente de ser juzgado por corrupción, ha defendido propuestas —de las que Mandela y el ANC han huido— como la nacionalización de las minas y la expropiación sin indemnización de la tierra en manos de blancos.

Pero Mandela, reconocido y admirado en el mundo entero, tampoco ha sido capaz de inculcar a su familia los valores que lo han convertido en un símbolo de la bondad. El clan pasó los meses en que Madiba estuvo ingresado en estado crítico y después retirado en su casa peleándose en directo en los platós de televisión y las primeras páginas de los periódicos. La situación llegó al límite cuando intervino la justicia para exhumar los cadáveres de tres de sus hijos para enterrarlos en su tumba original, ya que habían sido trasladados sin permiso por el nieto y actual jefe del clan, Nandla.

El hombre se ha ido pero su legado de paz y reconciliación continúa vigente y vivo. Sudáfrica se despertó ayer con tristeza por la muerte del que fue el primer presidente negro pero también con cierto alivio porque por fin el viejo Madiba, de 95 años, puede descansar tras toda una vida dedicada a luchar por los derechos y las libertades de los demás.

“Me he enterado en el autobús de que Madiba se ha muerto”, se lamentaba una mujer de camino a su trabajo en uno de los distritos acomodados del norte de Johannesburgo. La noticia se conocía cerca de la medianoche, una hora intempestiva para un país que vive y respira al ritmo de la luz solar. Muchos sudafricanos se fueron enterando de la noticia al leer las ediciones especiales de los diarios, que le rindieron homenaje con grandes fotografías y titulares. “El mundo llora”, tituló el popular The Star.

Con lágrimas Razia Moosagee, de origen indio, se dice “consternada”. Anima a sus compatriotas a “recordar el enorme sacrificio que hizo por Sudáfrica, a recordar su contribución al país de libertad que tenemos ahora” y a tenerlo como “ejemplo de que con odio Sudáfrica irá para atrás”.

El luto oficial durará hasta los funerales de Estado, que serán en Qunu, la aldea donde se crió. Se espera a centenares de personalidades del mundo de la política, la cultura o las ONG.

Las muestras de respeto y de consternación empezaron poco después de que el presidente Zuma anunciara a la nación la muerte de Mandela. Decenas de personas se congregaron ante la casa de Madiba para rendirle homenaje improvisado. Durante los próximos días, las banderas de todo el país ondearán a media asta y, aunque no se ha decretado ningún día festivo, se facilitará a los trabajadores permisos especiales para acudir a los servicios religiosos en su memoria.

Nada ha trascendido sobre cómo serán los actos fúnebres, que se consensuarán entre la familia Mandela y el Gobierno. El gran acto popular de despedida será el 10 en el estadio Soccer City, en Soweto, el township (gueto) donde Mandela vivió los años anteriores a su encarcelamiento y donde se instaló tras su puesta en libertad, en 1990, y uno de los símbolos de la lucha contra el apartheid.

El arzobispo emérito de Ciudad del Cabo y amigo de Mandela, Desmond Tutu, organizó ayer por la mañana una plegaria en Ciudad del Cabo y no pudo evitar las lágrimas al recordar la figura de su viejo camarada contra la segregación racial.

Tutu, como el día anterior hizo Zuma, pidió a los sudafricanos que se mantengan unidos en estos momentos, tal y como Mandela les enseñó aquel 11 de febrero de 1990, nada más ser excarcelado tras pasar 27 años tras las rejas.

“Madiba ha sido un extraordinario regalo para todo el mundo”, dijo Tutu en la misa. El también Nobel añadió que, a pesar del dolor, Sudáfrica no puede “regodearse en el dolor de las lágrimas”. El arzobispo aseguró que el mundo “quiere a Mandela por su coraje, convicciones y el cuidado de la gente”.

Pero donde posiblemente se note más la muerte de Mandela es en Soweto. Una multitud baila al ritmo de canciones tradicionales africanas delante de la que fue casa de Madiba, en la calle Vilakasi.

Como todos los viernes, ayer Sudáfrica conmemoró el Viernes de Libertad que anima a los sudafricanos a vestirse con los trajes tradicionales tribales o lucir las camisetas de las selecciones nacionales deportivas. Es una iniciativa que trata de crear sentimiento de unidad, de que todos, negros y blancos, se sientan “orgullosos” de ser ciudadanos de un país multirracial y multicultural. Se ve mucho amarillo en Soweto, el color del equipo Bafana Bafana, la selección de fútbol, aunque se confunden con las camisetas del Congreso Nacional Africano, el partido desde el que Madiba luchó por las libertades.

La universitaria Deidre Mae tampoco puede esconder su “profunda tristeza” y asegura que a lo largo del día dejará una vela encendida en esta calle. La llama de lo que sembró Mandela no debe apagarse.

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