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El silencio democrático de Rousseff y Lula

Tras el anuncio de encarcelamiento a viejos compañeros de partido por el 'caso mensalão', ambos han callado ante la prensa

Juan Arias
Rousseff y Lula charlan el pasado 14 de noviembre durante una ceremonia.
Rousseff y Lula charlan el pasado 14 de noviembre durante una ceremonia.AFP

Tanto la presidenta Dilma Rousseff como su antecesor, el expresidente Lula da Silva han preferido el silencio a las críticas al Supremo, como algunos esperaban, tras el anuncio de que los condenados del mensalão empiezan a entrar en la cárcel.

Un silencio con simbolismo democrático que no les debió de ser fácil si se tiene en cuenta que han empezado a apresar a personajes de primera plana de la formación política en el Gobierno, el Partido de los Trabajadores (PT). Entre ellos dos personas emblemáticas: José Dirceu, fundador con Lula del partido y su primer ministro de la Casa Civil, una especie de primer ministro, lo que era Rousseff antes de llegar a la presidencia.

De hecho, Dirceu que fue el gran artífice de la llegada al poder del sindicalista Lula, estaba, desde el primer momento preconizado para ser el candidato del partido a su sucesión. Dirceu había sido varias veces presidente y hombre fuerte del PT.

Con él entrará en la cárcel otra figura emblemática de entonces, José Genoino, que era el presidente del PT cuando estalló el escándalo del mensalão. Genoino fue también una figura clave de la formación política creada por Lula después de la dictadura militar y es aún hoy diputado federal.

Había dentro del partido quienes defendían la tesis de que se había tratado más bien de un proceso “político y sin pruebas” para intentar neutralizar la experiencia progresista del primer Ejecutivo de izquierdas del país.

Y esperaban una reacción pública de crítica al Supremo y un gesto de solidaridad de Lula y de la presidenta Rousseff a sus viejos compañeros de partido que siguen considerándose “presos políticos” y no “políticos presos”, como cabe en una democracia.

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Tras una reunión de dos horas de Dilma y Lula, a la que asistieron el ministro de Justicia, Eduardo Cardozo, el de Educación, Aloizio Mercadante -preconizado como posible nuevo ministro de la Casa Civil-, el recién reelegido presidente del PT, Rui Falcâo y el director-presidente del Instituto Lula, Paulo Okamoto, la respuesta escogida por la mandataria y el exmandatario, fue un gesto de democracia. Rousseff, a su estilo, escogió el silencio en sentido literal y ni siquiera en su cuenta de Twitter, siempre muy activa, escribió una palabra sobre el asunto.

Lula escogió el silencio de las palabras. Para él no hablar es imposible. Habló, pero para responder a los periodistas que insistían en arrancarle un juicio sobre la decisión del Supremo de encarcelar a sus viejos compañeros y amigos, con la ya célebre frase del papa Francisco pronunciada en el avión en julio pasado a la vuelta de la visita a Brasil, “¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?

Al salir de la reunión del Palacio del Planalto, abordado por los periodistas, Lula les dijo enseguida que no hablaría sobre el tema. La consigna concordada era el silencio. Ante el aprieto de los reporteros para que lo quebrara, se limitó a acogerse a la frase del papa y dijo: "¿Quién soy yo para emitir cualquier juicio o insinuación sobre la Corte Suprema?”. Y volvió a enfundarse en su silencio.

Un silencio, el de ambos, dos políticos claves de este país, que refuerzan la convicción, a veces perdida por parte de la opinión pública, de que, en Brasil, se respeta la separación de poderes y que incluso en los momentos dolorosos como este, prevalece la defensa de los valores democráticos sobre los intereses partidarios por fuertes que sean y por mucho que puedan doler.

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