Martin Schulz: un librero que cuenta historias de gigantes
El candidato socialista a presidir la Comisión Europea fue vendedor de libros, uno de los alcaldes más jóvenes de Alemania y entró como Eurodiputado en 1994
Un librero es siempre un librero. Martin Schulz (Hehlrath, Alemania, 1955), exlibrero, presidente del Europarlamento y flamante candidato socialista a las europeas, suele recordar una historia muy literaria para explicar cómo ve la crisis de la UE. Cuenta que Europa le recuerda a un personaje de uno de los libros de Michael Ende, el autor de La historia interminable: un gigante falso capaz de invertir las leyes de la física. A medida que se aleja, ese personaje no se vuelve más pequeño sino más grande, hasta parecer, a gran distancia, un gigante enorme; de cerca, en cambio, se aprecia que lleva una chaqueta raída, es bajito, apenas da miedo. Algo parecido sucede con Europa: “Cuanto más se aleja uno tanto mayor es la fascinación que irradia: paz, libertad, bienestar y justicia social son conceptos que en otros continentes se asocian con lo que Jeremy Rifkin llama el sueño europeo. (...) Sin embargo, la UE se presenta tanto más miserable cuanto más se aproxima uno a su centro”, escribe Schulz en Europa: la última oportunidad (RBA).
El padre de Schulz fue uno de los fundadores de la sección local del SPD; su madre, cofundadora del partido rival, la CDU
Natural de una ciudad cercana a Aquisgrán, junto a la frontera con Holanda y Bélgica, el padre de Schulz fue uno de los fundadores de la sección local del SPD; su madre, cofundadora del partido rival, la CDU. Quizá por eso es políticamente apasionado, discutidor, un punto puñetero. Dueño de un carácter que puede llegar a ser volcánico, Schulz ejerce sobre todo como europeísta genuino, con uno de los discursos más sólidos (y más alejados del diktat alemán, pese al pasaporte) de la UE. Asegura que por primera vez desde la posguerra el fracaso de la Unión es un escenario realista, aunque no inevitable. Se confiesa “insatisfecho y rabioso” por el estado de las instituciones. Pero sobre todo es un firme defensor de un proyecto que a pesar de los pesares está llamado a defender el modelo social europeo.
Sin pasar por la universidad, Schulz, que fue bebedor empedernido antes de rehabilitarse, se alistó como ayudante en una librería antes de abrir la suya. Fue uno de los alcaldes más jóvenes de Alemania. Se convirtió en eurodiputado en 1994, hasta llegar a presidir la Cámara en 2012. Y desde esa atalaya prepara el asalto a la Comisión, consciente de que necesita poco menos que los astros se alineen. Las cosas van por ese camino: el SPD debía coligarse con la CDU de Merkel; eso lo tiene casi hecho. Tenía que convencer a su familia política; acaba de lograrlo. Le queda, eso sí, lo más duro: obtener buenos resultados en los comicios, a sabiendas de que no le beneficia la vinculación con Merkel, cuyas políticas ha criticado con fiereza. Aun así, a mucha gente puede preocuparle que Schulz pueda ser una pieza más de la temida Europa alemana.
Enamorado de uno de esos móviles Nokia de los noventa, Schulz acaba de comprarse un iPad que maneja a duras penas. Uno de sus colaboradores apunta que tal vez ese sea el único indicio de que, incluso para un antiguo librero que cuenta historias de gigantes, los tiempos están cambiando.
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