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La crisis del espionaje se vuelve hacia Obama

Cuánto sabía el presidente sobre esas operaciones empieza a ser la pregunta más repetida y la que más riesgos políticos encierra

Foto: reuters_live | Vídeo: VIDEO: REUTERS-LIVE!
Antonio Caño

El conflicto por el espionaje masivo conducido por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) en Europa y América Latina, además del propio Estados Unidos, empieza a girar principalmente en torno a Barack Obama. Cuánto sabía o no sabía el presidente sobre esas operaciones ha comenzado a ser la pregunta más repetida y la que más riesgos políticos encierra para la Casa Blanca.

A medida que pasan los días se va haciendo más improbable que esta crisis genere cambios profundos en el funcionamiento de los servicios de inteligencia norteamericanos. Seguramente, ni siquiera relevos en la cúspide de la agencia que más ha quedado en evidencia, la NSA. Mucho menos para satisfacer las presiones de los gobernantes europeos. No se puede colocar a Obama en una posición de tener que elegir entre sus aliados en Europa o la lealtad con sus servicios secretos porque tendrá que optar siempre por éstos últimos.

El portavoz presidencial, Jay Carney, dijo este lunes que Obama tiene “plena confianza” en el general Keith Alexander, el director de la NSA, y defendió, en términos generales, los programas de espionaje, de los que dijo que están dirigidos a garantizar la seguridad de los ciudadanos norteamericanos y que no tienen móviles económicos. Insistió en que Obama ordenó el pasado verano una revisión del funcionamiento de los servicios de inteligencia para comprobar que existe un equilibrio adecuado “entre la seguridad y el derecho a la privacidad de todos los ciudadanos del mundo”.

No solo se trata de descartar cualquier sospecha de que los masivos programas de vigilancia no sean completamente legales, sino que puede ser necesario salvar el prestigio de Obama ante la historia

Por ese lado, el de la admisión pública de la culpa, es muy difícil que encuentren los europeos alguna satisfacción. Con raras excepciones, este país suele actuar como un bloque cuando se ve afectado por un asunto como este, en el que se pone en duda, desde el exterior, el trabajo de sus cuerpos de seguridad.

Lo están comprobando los miembros del Parlamento Europeo que visitan Washington pidiendo explicaciones por el masivo rastreo de las comunicaciones. Los miembros de la comisión se entrevistaron este lunes con el presidente del comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, Mike Rogers, quien les comunicó lo que había dicho previamente, que respalda y justifica el trabajo hecho por la NSA. El laborista británico Claude Moraes, que encabeza la delegación europea, reconoció que no estaban recibiendo “las respuestas esperadas”. El miércoles esa delegación será recibida por un funcionario de segundo nivel del Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca.

Es improbable que por se camino se produzcan muchos progresos. Pero la crisis se va adentrando por otros derroteros que podrían darle mayor vuelo dentro de EE UU. En los últimos días se ha mencionado la responsabilidad personal del propio Obama en este escándalo, y ese ya es un asunto mucho más atractivo para la oposición conservadora y mucho más inquietante para la Administración. Carney no quiso ayer comentar sobre cuál ha sido el papel de Obama.

Después de que un diario alemán publicase el domingo que Obama aprobó personalmente el seguimiento del teléfono móvil de la canciller alemana, Angela Merkel, la NSA emitió una nota de prensa en la que desmentía categóricamente que el presidente hubiera sido informado de esa operación, ni en 2010, como decía el periódico alemán, ni posteriormente. A raíz de esa pista, The Wall Street Journal publicó ayer una información, con datos atribuidos a fuentes oficiales, en la que asegura que Obama pasó más de cinco años de su presidencia sin tener conocimiento del espionaje a líderes extranjeros. Cuando lo supo, según el Journal, ordenó poner fin a la operación sobre Merkel y a otras similares. Pero la conclusión del diario conservador es que Obama se ha mantenido en la inopia sobre actividades esenciales de sus servicios secretos durante casi toda su presidencia.

Eso dejaría a Obama en una posición poco envidiable: o responde a la decepción de la que se quejan los europeos o a la negligencia que atisban los conservadores norteamericanos.

La Casa Blanca sigue manejando esta crisis con tono comedido y distante, ayudada aún por la falta de interés en la opinión pública y en los medios de comunicación más influyentes. Pero eso quizá tenga que cambiar si el nombre de Obama sigue en liza. No solo se trata de descartar cualquier sospecha de que los masivos programas de vigilancia no sean completamente legales, sino que puede ser necesario salvar el prestigio de Obama ante la historia.

Ese prestigio quizá sea ya irrecuperable en Europa. La opinión pública europea, que acogió a Obama con entusiasmo como un antídoto contra George W. Bush, parece haber concluido, con mayor o menor ligereza, que apenas hay variación entre los dos últimos presidentes. Pero la opinión europea tiene una importancia secundaria en la consolidación del papel histórico de un presidente, como demuestra el caso de Ronald Reagan. Otra cosa es que Obama llegue a ser identificado entre sus compatriotas con el oscurantismo que caracterizó la presidencia de Richard Nixon.

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