España ensimismada
Quizá algún día Madrid entienda que ante Rusia no basta con desplegar una actitud cordial para que ésta le considere de verdad un interlocutor estratégico
España parece pensar que la Rusia de Putin no es un problema para ella. Los recientes acontecimientos que han vuelto a atraer los focos de la atención internacional sobre Rusia —su reciente protagonismo en Siria o las medidas preventivas contra Ucrania para que no firme el nuevo Acuerdo de Asociación con la UE en noviembre— no han merecido ninguna atención especial en Madrid. A pesar de la firma en marzo de 2009 de la Asociación Estratégica entre ambos países, nada indica que Rusia se tome realmente en serio a España, como un país que pese dentro de la Unión Europea. El nuevo Concepto de Política Exterior rusa, de febrero 2013, donde cada palabra habrá sido medida, dedica un párrafo aparte a la importancia de desarrollar relaciones bilaterales con los países europeos en el que aparecen nombrados Alemania, Francia, Italia y Holanda, mientras España queda relegada a la categoría “y otros”. El acuerdo de colaboración militar, firmado en julio de 2013, tiene visos de ser lo más serio que ha ocurrido en sus relaciones bilaterales.
Ante problemas mayores que pueda plantear la evolución interna o externa de la política rusa, Madrid no tiene otra posición que la de Bruselas. Y si aporta algún matiz suele inclinarse por Rusia, como en las negociaciones para la eliminación de visados para los ciudadanos rusos en el espacio Schengen. En una única ocasión España se ha desmarcado de sus socios europeos, la cuestión del reconocimiento de Kosovo, con la que el Gobierno del PP coincide totalmente con su predecesor socialista. Es probable que Moscú haya visto entonces en España un aliado importante aunque esa no fuera la intención de Madrid. Tal vez España llegará algún día a entender que ante Rusia no basta con desplegar una actitud cordial y acrítica para que esta le considere un interlocutor estratégico. Alcanzar acuerdos es importante pero no equivale a hacer política.
Rusia, que ha sido una constante fuente de desafíos para la UE, ha sabido usar hábilmente la energía como instrumento de actuación exterior. Moscú calcula que, en la interdependencia en el campo energético, la balanza se inclina a su favor y constata que la división de los miembros de la UE no solo debilita esta como poder político mundial sino que pone a Rusia en bandeja la posibilidad, legítima, de negociar acuerdos bilaterales ventajosos. Mientras la UE no sea capaz de desplegar una verdadera política exterior común (algo que no ha mejorado con el nuevo Servicio de Acción Exterior de Ashton), gran parte del problema con Rusia seguirá del lado europeo.
Carmen Claudín es investigadora senior de CIDOB
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