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El ‘número dos’ de Berlusconi rompe con su líder y llama a votar a favor de Letta

El primer ministro se juega el Gobierno con un voto de confianza en el Parlamento Berlusconi ha amenazado con hacer caer el Ejecutivo si es expulsado de la política

Alfano, este martes, al salir de la casa de Berlusconi.
Alfano, este martes, al salir de la casa de Berlusconi.ANDREAS SOLARO (AFP)

El liderazgo político de Silvio Berlusconi parece, ahora sí, listo para sentencia. Su desesperada operación para dejar caer a Enrico Letta retirando a sus cinco ministros del Gobierno de coalición le ha salido por la culata. Angelino Alfano, su hasta ahora delfín en el Pueblo de la Libertad (PDL) y vicepresidente dimisionario del actual Ejecutivo, ha pedido a sus diputados y senadores que desobedezcan a Berlusconi y renueven el apoyo parlamentario al primer ministro socialdemócrata: “Estoy firmemente convencido de que todo nuestro partido debe votar mañana [por el miércoles] la confianza de Letta”.

Se trata por tanto de una rebelión en toda regla, histórica, la primera vez que, en las dos décadas que lleva al frente del centroderecha italiano, Silvio Berlusconi es contestado frontal y públicamente por buena parte de los suyos. De hecho, el senador disidente del PDL Carlo Giovanardi ha calculado que ya son más de 40 los parlamentarios moderados que estarían dispuestos a irse con Alfano si Berlusconi no se aviene a razones y sigue anteponiendo sus intereses personales a los de la nación: “Estamos decididos”, ha dicho Giovanardi, “a votar la confianza para mantener en pie al Gobierno de Letta”.

La sorpresa y la perplejidad son totales en la política italiana, acostumbrada a los rifirrafes internos en el centroizquierda del Partido Democrático (PD), pero no en el PDL de Berlusconi, donde la única competición suele ser para piropear al líder y dueño. Empezando por Angelino Alfano, al que Berlusconi llegó a nombrar como su sucesor para después —finales de 2012— arrebatarle el encargo sin contemplaciones. Por aquel entonces —operación de acoso y derribo del Gobierno de Mario Monti—, Alfano, un político moderado, capaz de tender puentes con el centroizquierda pero sin carisma frente al jefe y los extremistas que le ríen las gracias, no tuvo más remedio que agachar la cabeza y pronunciar el hágase. Su sumisión —dicen que lloró en privado pero se sorbió el enfado en público— fue recompensada después con la vicepresidencia y la cartera de Interior en el Gobierno de Enrico Letta, con el que ha trabajado bien… cuando el jefe le dejaba.

Que ha sido poco y nada. Berlusconi, que tras las últimas elecciones fue quien más apostó por el Gobierno de coalición patrocinado por el presidente de la República, Giorgio Napolitano, se barruntó enseguida que hacer de estadista responsable —un traje que siempre le quedó grande—no le iba a servir para librarse de sus problemas con la justicia. Acostumbrado a obtener lo que desea por las buenas o por las malas —la justicia ha demostrado sus conexiones con la Mafia y su afición a comprar voluntades de jueces o políticos—, en los últimos meses ha comprobado con sorpresa que algo estaba cambiando. Que mientras sostenía con sus votos el Gobierno de Letta, la justicia italiana —con más libertad de la que él querría— iba poniendo la penitencia a sus delitos: condenado por prostitución de menores y abuso de poder en el caso Ruby, por evasión fiscal en el caso Mediaset, por comprar a un juez para hacerse con la editorial Mondadori… La desesperación de verse, en los próximos días, expulsado del Senado, inhabilitado para seguir en la política y en arresto domiciliario le llevó el sábado a errar fatalmente el tiro. Después de que Letta anunciara su decisión de pedir la confianza del Parlamento, harto de que el socio Berlusconi boicoteara por sistema su gestión de Gobierno, Il Cavaliere quiso ir más allá y obligó a sus cinco ministros —Angelino Alfano entre ellos— a presentar la dimisión sin siquiera escucharlos. Los ministros obedecieron, pero la mañana del domingo iniciaron una rebelión que fraguó la tarde del martes. Alfano, después de comer con el jefe en el palacio Grazioli, divulgó un mensaje que no dejaba lugar a dudas: “Estoy firmemente convencido de que todo nuestro partido debe votar mañana [por el miércoles] la confianza de Letta”.

Era el colofón de una jornada de locos vivida alrededor de Letta y Berlusconi. El primer ministro quiso asegurarse de que su partido —experto en traiciones de última hora— no le jugara una mala pasada. Se reunió con Matteo Renzi, alcalde de Florencia y tal vez el líder con más tirón electoral del centroizquierda, quien le prometió portarse bien: “He dicho al primer ministro Letta que como alcalde, militante democrático y sobre todo como ciudadano deseo que prevalezca el bien del país. Italia necesita un Gobierno sólido”. Peor lo tuvo Berlusconi. Se reunió con todos, los llamados halcones (radicales) y palomas (moderados), juntos y por separado, pero a última hora de la noche no había conseguido calmar los ánimos y sí lo contrario. Hubo quien, como suele suceder en los últimos tiempos, le aconsejó que diera un paso atrás y colocara al frente a su hija Marina, pero no parece que el viejo tahúr de la política italiana esté dispuesto a abdicar antes de intentar algún último truco.

Tan es así que, pese a la histórica rebelión del sumiso Alfano, nadie en el centroizquierda quiso lanzar las campanas al vuelo. Mientras el presidente Napolitano llamaba de nuevo a aclarar la situación en el Parlamento y a buscar un Gobierno “no precario”, Letta y los suyos se tentaban la ropa. Nadie espera que Berlusconi asuma su derrota y emprenda, deportivamente, el camino del adiós.

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