Alemanes (felices) por Europa
A todos les une el amor por su país de acogida aunque los choques culturales son inevitables
PETER SPIELLER
Librero alemán afincado en Madrid
Vino a España hace tres años buscándose la vida desde Auerbach, su pueblo natal en la Sajonia alemana. La culpa de su decisión de desembarcar en Madrid la tiene la novia madrileña de este licenciado en Economía y Turismo en Múnich. En España le ha ido bien, pero sabe que su suerte se puede torcer en cualquier momento, como le ha sucedido a otros alemanes que al final se han visto obligados a volver a su país. El apreciado idioma alemán rápidamente le abrió puertas al sur de Europa. “En seguida encontré trabajo en hoteles, porque buscaban a gente que hablara alemán”, dice Spieller, que trabaja en Auryn, la librería alemana de Madrid.
Ahora que conoce bien España, Spieller cree que la imagen que muchos de sus compatriotas alemanes tienen de los trabajadores de la Europa mediterránea es injusta. “Los alemanes creen que los españoles no trabajan porque cuando vienen de turismo a Andalucía se encuentran las tiendas cerradas. Lo que no saben es que esas mismas tiendas vuelven a abrir a media tarde hasta la noche”, explica. “Aquí se trabaja más de lo que piensan los alemanes. Los españoles pasan muchísimo tiempo en el trabajo”, añade.
En España se trabaja más de lo que piensan los alemanes, dice Spieller
A Spieller como a tantos otros extranjeros que recalan en este país, le enamora el estilo de vida de España. “Se vive mejor aquí. El clima, la comida, la manera de vivir… es un país muy bonito con lugares increíbles para descubrir. El gran problema es la política”. Spieller no entiende cómo las sucesivas revelaciones de casos de corrupción que afectan al partido conservador que gobierna en España no han provocado hasta ahora ninguna dimisión. “En Alemania, cuando un político hace algo mal, no le queda otra opción que dimitir. Aquí no. Me molesta que en este país se hable de democracia, pero luego no se aplique y a la gente le dé igual”. ¿Por qué cree que no se llenan las calles de gente protestando? “Porque se van al bar, salen al sol y en general hay más vías para desahogarse”. Termina este joven con un consejo para los españoles que en los últimos tiempos llaman a las puertas del mercado laboral alemán en busca de una salida a la crisis que en España les asfixia. “Tienen que aprender alemán. Si no, sólo encontrarán trabajos de mala calidad”.
(Entrevistado por Ana Carbajosa, de EL PAÍS)
PETRA KRINGEL
Directora de la librería alemana Marissal Bücher de París
Llegué a París desde Hamburgo, en 1982, con 23 años, para trabajar en una librería alemana en Les Halles.
Al principio repartía mi tiempo entre Francia y Alemania, seis meses en cada país: era política de la librería, para mantenerse al tanto de la actualidad alemana. Al cabo de unos años, pedí quedarme de forma permanente. Al principio me dijeron que no, pero en 1984 volvieron a llamarme y enseguida me convertí en directora. ¡Hace casi 30 años, qué locura!
Cuando llegué, los franceses me consideraban “esa alemana rubia de ojos azules”. Solo hubo una persona que se atreviera, por aquel entonces, a hacerme preguntas y hablar de cosas más profundas. Al terminar una cena en casa de unos amigos, aquel joven me preguntó: “¿Qué opinas del Nacional Socialismo?” Acabé casándome con él.
Aunque vivo fuera de mi país desde hace muchos años, no creo que eso haya cambiado mis percepciones sobre él. En el fondo sigo teniendo muchas cosas alemanas, como el rechazo a la energía nuclear, que es algo muy arraigado en mí. En cocina también sigo siendo alemana... Echo de menos el Schwarzbrot (pan negro). Sin embargo, nunca se me ha ocurrido regresar. Por supuesto, me mantengo al corriente, leo las noticias. Hasta hace poco, incluso votaba en las elecciones legislativas alemanas. Pero esta vez no voy a hacerlo. Lo que tiene hoy influencia en mi vida es la política francesa. La política alemana es un poco triste, no existen verdaderas diferencias entre los partidos. Aunque hoy Alemania es más abierta que cuando me fui. Se ha convertido en un país multicultural.
(Entrevistada por Anne Solesne Tavernier, de Le Monde)
PETER BOENISCH
Profesor en la Universidad de Kent
Lo que Peter Boenisch sigue sin entender de Gran Bretaña son las ventanas. “¿Por qué demonios insistís en tener unas ventanas tan poco prácticas, que no se pueden abrir como es debido (es decir, hacia dentro) y que, por tanto, no se pueden ni limpiar de verdad más que con una escalera desde fuera?”, dice el profesor de la Universidad de Kent después de casi 10 años de vivir en nuestra lluviosa isla.
Como profesor de teatro europeo, Boenisch dice que lo que más echa de menos de su Baviera natal —aparte de mejores ventanas— es el respeto que se presta a las artes. Bild, el periódico sensacionalista más vendido de Alemania, publica críticas habituales de ópera y teatro, y los periódicos “serios” como el Süddeutsche Zeitung tienen una amplia sección de cultura, llamada “Feuilleton”.
En Alemania, dice este profesor de 42 años, nadie protesta por el hecho de que se subvencionen formas artísticas que en el Reino Unido se consideran elitistas. Cree que los elevados precios del teatro británico hacen que el público no se atreva a arriesgarse a la hora de comprar entradas. “En Alemania, muchas veces, no pago más que cinco euros para ver una obra en un teatro subvencionado por el Estado. Ni siquiera para las mejores entradas de los espectáculos más solicitados se pagan más de 40 o 50 euros. Y después, si no me gusta, me voy. En Gran Bretaña, los precios son tan altos que la gente está menos dispuesta a experimentar”.
Cuando Boenisch llegó al Reino Unido a trabajar de profesor, le sorprendió que sus alumnos se atrevieran a llamarle por el nombre de pila, una cosa completamente impensable en Alemania, donde, asegura, “si uno se olvida uno de los ‘doctor’ en el nombre del profesor doctor Fulano, es una ofensa”. En las universidades alemanas, tanto estudiantes como profesores emplean la forma educada, Sie (usted), y no osan saltarse ninguno de los títulos honoríficos. Con el tiempo, reconoce, ha aprendido a valorar la informalidad británica y el hecho de que las jerarquías no sean tan rígidas.
(Entrevistado por Helen Pidd, The Guardian)
NORBERT BICKERT
Profesor de alemán en la Universidad de Turín
“Llegué a Turín en los años ochenta por el amor de una mujer, pero no solo por eso: sentía ya una especie de simpatía, de atracción hacia este país. Pequeñas cosas, impresiones, pero que para mí tenían importancia especial. La primera cosa que se me había grabado de Italia era la lengua: cuando tenía 10 años, en el cámping, oía a mi alrededor todas esas palabras con aes abiertas y rotundas, que para pronunciarlas había que abrir la boca. ¡Qué preciosidad! Mientras que los alemanes se las arreglan para decir casi todo con la boca cerrada. También me fascinaba la cocina, que era al mismo tiempo simple y refinada, con raíces a menudo rurales. Una mezcla que se encontraba en cualquier trattoria y que te permitía comer verdaderamente bien sin pagar una fortuna.
Norbert Bickert dice que Alemania se preocupa más por el bienestar
Soy profesor de universidad desde 1984. Al principio tenía contrato temporal, me pagaban solo 10 u 11 meses y cada año debía volver a solicitar la plaza. Así que pensaba que me movería mucho de un lado a otro. Sin embargo, han pasado 30 años y aquí sigo, tengo dos hijos italogermanos e incluso me he comprado una casa. Volver a Alemania es algo que ni me planteo: no encontraría trabajo y la edad cuenta. Pero si se produjera un milagro, me sentiría tentado, no diría que no así como así. Porque Italia tiene un aspecto que no me ha gustado jamás, que nunca he podido digerir: la gestión de la polis, del interés común. El bienestar general, el medio ambiente, los servicios de salud, las pensiones. El Estado del bienestar, en otras palabras. En este sentido, existen grandes diferencias entre nuestros dos países.
(Entrevistado por Marina Verna, La Stampa)
Klaus Bachmann
Profesor de la Universidad de la Ciencias Sociales y Humanidades en Varsovia
Klaus Bachmann pasó tanto tiempo en Polonia que ahora ya casi nada le sorprende ni le asombra.
“Mi problema consiste más bien en que, a veces, me siento como un extranjero en Alemania “, dice. “En Polonia, casi todo lo que ocurre ya me parece natural. A menudo me pasa que intento - la mayoría de las veces infructuosamente - convencer a mis amigos y conocidos polacos de que los fenómenos que ellos encuentran inadmisibles, raros e intolerables son casi una norma en Europa y ocurren en muchos otros países considerados por los polacos como un lugar mejor para vivir. Los polacos son, por lo general, unos conductores fatales - a menudo literalmente hablando - y agresivos, y muestran una actitud ambivalente hacia la sanidad pública y la policía, aunque cuando vislumbran a una ambulancia o un coche de policía, hacen lo imposible por despejar la carretera. En Italia he visto ambulancias retenidas en los atascos ya que a nadie se le pasaba por la cabeza apartar el coche.
Si hay algo en Polonia que todavía sorprenda a Bachman es el estado y la manera de construir las carreteras. No obstante, ello no se debe a la circulación por las carreteras polacas, sino más bien a las experiencias de viajar mucho por otros países que los polacos consideran menos desarrollados que Polonia, pero que, como ha podido comprobar, disponen de carreteras mucho mejores, como Bosnia o Sudáfrica. “Y no se trata de la red de carreteras o de la longitud de las autopistas”, explica, “sino que, por ejemplo, no se coloquen las tapas de los registros a lo largo del trazado por el que suelen pasar los coches”.
Bachmann, como enviado especial, se topó con considerables problemas para poder explicar a sus lectores las peculiaridades de la cultura política polaca, como por ejemplo el populismo, ya que este es un elemento indispensable de cualquier campaña electoral, o el hecho de que en el Parlamento polaco un diputado pueda acusar a otro de alta traición, corrupción, espionaje y conspiración contra Polonia, después de lo cual, lo pasan por alto.
“En otros países, el acusado sería juzgado por alta traición, o bien al acusador se le condenaría por difamación”, añade. Sin embargo, según él, la cultura política en Polonia se ha suavizado en los últimos años, mientras que en otros países ha aumentado el nivel de agresividad política, al haber entrado en sus parlamentos los partidos extremistas.
“A mí ya no me impresiona tanto desde que he dejado de ver la televisión polaca y de preocuparme por lo que sucede en la política actual”, puntualiza Bachmann. “En la Universidad observamos la política con una perspectiva de una década o un siglo. Muchas cosas que eran capaces de sacarme a mí, como periodista, de mis casillas, pierden intensidad”.
Si algo le sorprende todavía de Polonia, son más bien las pequeñeces de la vida diaria. Últimamente, se quedó muy asombrado cuando se enteró de que, en Polonia, los esquiadores y turistas despreocupados que se extravían en la montaña o sufren accidentes no tienen que sufragar los gastos del desplazamiento en helicóptero hasta el hospital. En Alemania, Austria, Francia, pero también en la República Checa, al individuo que no ha contratado la correspondiente póliza le toca pagar una costosa factura. En Polonia, de hecho, son los contribuyentes quienes sufragan los costes de rescate de los turistas imprudentes, lo que, según Bachmann, ‟en definitiva los anima a desatender las advertencias de avalanchas y tormentas en la montaña”.
(Entrevistado por Jacek Harlukowicz,Gazeta Wyborcza)
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