Una madre mexicana se atrinchera para pedir justicia por su hijo desaparecido
Julia Alonso se instala frente a la Secretaría de Gobernación para pedir avances en la investigación
Julia se ha cansado de esperar. Ha acampado frente a edificios oficiales, ha marchado en las caravanas del Movimiento por la Paz junto a Javier Sicilia, estuvo 10 días en huelga de hambre, se reunió con el secretario de Gobernación de la anterior administración - Alejandro Poiré - al que arrancó la promesa de hacer todo lo que estuviese en su mano para solucionar su caso. Pero Julia se ha aburrido de reunirse con autoridades y escuchar promesas que no se cumplen.
Su hijo, Julio Alberto López Alonso, desapareció junto a otros tres jóvenes el 12 de enero de 2008 en el Estado de Nuevo León (al norte del país). Para reactivar su búsqueda, Julia montó el jueves una tienda de campaña frente al edificio de la Secretaría de Gobernación mexicana (Segob) en la calle Abraham González, y asegura que no se moverá hasta que el actual secretario, Miguel Ángel Osorio Chong, la reciba. A partir de ahora, esta será su casa. Y lo será literalmente: junto a la tienda de campaña en la que ella, su hijo Fabián y su marido Jaime pasaron la noche del jueves, Julia pretende instalar todos sus muebles, que un camión de mudanza acerca a DF.
Algunas personas que la rodean le advierten de que una cosa es acampar y otra hacer ese tipo de despliegue, que se lo piense dos veces. Se lo dicen, por ejemplo, los funcionarios de la Comisión Nacional de Derechos Humanos que se han acercado allí para dar apoyo a Julia. Y también los trabajadores de la Segob que se acercan para “dialogar” con la madre y su desesperación. Pero Julia lo tiene claro: intenta que el camión con los muebles de su mudanza llegue hasta la mismísima puerta de la Secretaría.
Tanta insistencia ha tenido respuesta: las autoridades han decidido en la mañana de este viernes vallar la calle que da acceso a la Segob. Así es cómo la avenida Bucareli, en el centro de DF, queda cerrada. Después de una hora y media de tensión, retiraron las vallas, ante lo que Julia decidió doblar su apuesta y cortar ella misma el paso del tráfico. Los peatones y trabajadores de la zona observan la escena, rodeados por una veintena de agentes. Es el escenario del pulso de una madre contra toda una Secretaría. Después de casi cinco años y ocho meses desde la desaparición de Julio Alberto, muchos conocen la tenacidad de Julia, quien relata el encontronazo que tuvo con una funcionaria de la Segob:
- Después de tanto tiempo, lo máximo que vas a encontrar es un diente -dijo la funcionaria.
- Si es así, quiero encontrar ese diente - explica Julia.
“Esta vez no me voy hasta que tenga una respuesta. No quiero hablar con nadie que no sea Osorio Chong, todo lo demás ya lo he hecho”, asegura Julia, nerviosa, alterada y escarmentada. Ya consiguió que el antecesor en el puesto, Alejandro Poiré, se comprometiera a investigar a fondo el caso, a asignarle otros investigadores y a publicar carteles con fotografías de los muchachos desaparecidos. “No han hecho nada. Cuando uno se compromete a eso, hay que cumplirlo aunque haya un cambio de administración. Nosotros acudimos a una institución y no a un nombre, un partido o unos colores. Cambian las personas, pero la Constitución es la misma”, dice Jaime, el esposo de Julia. Tranquilo, intentando que su esposa no sufra un ataque de ansiedad, Jaime se muestra dispuesto a seguirla hasta donde ella quiera. “Es su hijo”, dice sereno.
Mientras, la “familia” - como la califica Jaime - ha empezado a llegar. No es familia de sangre sino que han construido el parentesco a fuerza de manifestarse, de pedir a las autoridades que les escuchen, de unirse para hacer la fuerza para buscar a miles de desaparecidosdurante el sexenio pasado. Esta administración recibió un listado de 27.523 personas no localizadas (se desconoce cuántas de ellas desaparecieron a manos de la delincuencia organizada, y el gobierno de Peña Nieto prometió hace meses depurar esa base de datos). Brenda Rangel tiene “tres desaparecidos a las espaldas desde 2009: mi hermano y dos amigos”. Embarazada de tres meses se sienta con Julia al sol del agosto mexicano, lloran, se abrazan y le dice que no va a estar sola en esta lucha. “Nadie puede comprender cómo nos sentimos. Somos víctimas y nos están revictimizando al no escucharnos y darnos una respuesta”, asegura.
Aunque no llegue el camión, la tienda de campaña seguirá en la puerta del edificio. En su interior, un colchón y varias mantas para sus ocupantes. Julia recibe la asistencia de un médico que la recomienda que se tranquilice. Pero su voluntad es fuerte. “No me lo hacen otra vez. Ya me han prometido mucho y nunca hacen nada. Esta vez, de aquí no me muevo”.
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