Café militar
El capítulo más difícil de una transición es la consolidación de las instituciones democráticas
Sucede como con el café. Hay muchos tipos de golpes militares. Los hay descafeinados por ejemplo. Pero siguen siendo golpes militares, contemplados bajo esta explícita rúbrica en la sección 508 de la Foreign Assistance Act (FAA) aprobada por el Congreso de los Estados Unidos en 1999: “Ninguno de los fondos asignado o facilitado por esta ley será comprometido o gastado para financiar directamente cualquier tipo de ayuda a país alguno cuyo jefe de Gobierno debidamente elegido haya sido depuesto por un golpe militar o por un decreto”.
Las explicaciones sobre la destitución de Mohamed Morsi son muchas y casi todas ellas argumentables. El primer presidente egipcio salido de las urnas hizo todos los méritos para que le echaran, empezando por su ineptitud en la gestión de la economía, siguiendo por su sectarismo islamista y terminando por su nula capacidad como constructor de coaliciones y alianzas. Pero ninguna consigue rebatir que su situación sea la de un jefe de Estado debidamente elegido e ilegalmente destituido. No hay duda, a la vez, de que es un golpe peculiar, sin dejar de ser plenamente militar, incluyendo la violencia con que suelen prodigarse los golpistas, la detención también ilegal del presidente y de la cúpula de su organización religiosa o la censura sobre los medios de comunicación. Los militares rechazan cualquier ambición de mantenerse en el poder y presentan su actuación como temporal: de hecho han anunciado ya elecciones en seis meses. Si no hay engaño y actúan con diligencia tendrán todas las facilidades para eludir la sección 508 de la FAA, que también contempla la reanudación de la ayuda en cuanto se restituya el poder civil.
Otra novedad es que este golpe militar cuenta con un fuerte apoyo social y se produce tras numerosas acusaciones de arbitrariedad y de vulneraciones de la legalidad por parte de Morsi. Los Hermanos Musulmanes han demostrado hasta ahora que tienen un concepto instrumental de la democracia, como mero procedimiento formal, necesario para alcanzar el poder, pero en absoluto vinculado al respeto de las minorías, al equilibrio de poderes y sobre todo a la reversibilidad del poder.
La prueba del nueve no es que el islam político obtenga el poder democráticamente, sino que lo ceda después de perderlo democráticamente
La prueba del nueve no es que el islam político obtenga el poder democráticamente sino que lo ceda después de perderlo democráticamente. Para que suceda hay que permitir primero que merezca democráticamente perderlo, es decir, que los ciudadanos efectúen el castigo en las urnas y no con un golpe apoyado por las movilizaciones en la calle. El experimento tiene valor para una región en la que el islamismo político está en ascenso y donde incluso el prototipo más moderno, el Partido de la Justicia y del Desarrollo turco, ha demostrado una propensión a reducir la legitimidad política a la legalidad de las urnas.
Para que EE UU pueda salvar los 1.500 millones anuales de dólares que destina a Egipto es necesario, por tanto, que se instale un Gobierno salido de las urnas a toda prisa y se reanude, al menos formalmente, el proceso democrático. Pero no basta. La transición egipcia no ha conseguido hasta ahora construir instituciones democráticas. El derrocamiento de un dictador y la celebración de elecciones no ha significado que la política recaiga plenamente bajo el territorio de las leyes sino que continúa perteneciendo al de los hombres, como demuestran tanto el comportamiento de Morsi como el de los militares. Es el capítulo más difícil de una transición y donde el presidente depuesto ha mostrado su peor rostro, al utilizar su victoria en las urnas y su poder para sí mismo y para los suyos y no para consolidar las instituciones democráticas. Tenía margen para hacerlo, pero le faltaban voluntad y capacidad.
La construcción de instituciones es tarea de colosos. En Egipto solo hay una que funciona, pero lo hace según sus propias reglas, que no son democráticas, y esta es el Ejército, un Estado dentro del Estado. Un tercio de la economía egipcia está en manos militares y cuatro de cada cinco empresas se hallan bajo su control, además de la ayuda financiera que llega de Washington directamente a las arcas pretorianas. El problema, quizás irresoluble, es que Egipto necesita instituciones civiles con fuerza y poder como para someter y desmantelar el actual poder y los privilegios del Ejército.
Esta institución tan suelta y poderosa es vital para los intereses de EE UU en la zona y para la seguridad de su aliado inquebrantable que es Israel. Hasta el 2 de julio a Obama se le culpaba por mantener a Morsi y ahora por apoyar a los militares. Además de un golpe a la esperanza democrática, este café fuerte administrado desde los cuarteles es un nuevo revés para la imagen de Barack Obama en el mundo, que se suma a los desperfectos ocasionados entre aliados y amigos por el caso Snowden.
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