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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Más leña en la hoguera de la pugna entre suníes y chiíes

La sacudida provocada por la primavera árabe ha puesto contra las cuerdas a los regímenes autocráticos de uno y otro signo

Ángeles Espinosa

El atentado de este martes en Beirut es mucho más que una represalia de la oposición armada siria por la ayuda de Hezbolá al régimen de Bachar el Asad. El ataque, el segundo similar contra ese movimiento chií libanés en otros tantos meses, subraya la brecha sectaria que se está abriendo en Oriente Próximo. La sacudida provocada por la primavera árabe y la perspectiva de una eventual democratización de la región, han puesto contra las cuerdas a los regímenes autocráticos de uno y otro signo que intentan explotar las diferencias confesionales para protegerse de los cambios y avanzar sus intereses.

Al margen de quién termine por responsabilizarse de su autoría, el coche bomba tenía por objetivo calentar los ánimos entre suníes y chiíes (libaneses), tal como señaló el ministro libanés del Interior, Marwan Charbel. Aunque éste se mostró convencido de que eso no va a suceder, la fragilidad de Líbano, tanto por su vecindad con Siria como por su propia división confesional, lo convierte en un objetivo fácil para intentar que prenda la mecha sectaria. De hecho, el país todavía no ha curado las heridas de su propia guerra civil (1975-1989).

Hasta ahora, a pesar de la retórica incendiaria de muchos dirigentes políticos y religiosos, la mayoría de las poblaciones de Oriente Próximo han evitado entrar en ese juego peligroso. Pero el enquistamiento del conflicto sirio, el estancamiento político en Irak y el reciente golpe de Estado en Egipto, están contribuyendo a polarizar a sus opiniones públicas.

El conflicto sirio, el estancamiento político en Irak y el golpe de Estado en Egipto, están contribuyendo a polarizar a ambas comunidades

En Oriente Próximo “la afiliación sectaria determina la comunidad y las comunidades tienen sus propios intereses y compiten por el poder”, explicaba recientemente a este diario Barry Rubin, el director del Centro de Investigación Global en Asuntos Internacionales (GLORIA) de Israel. Suníes y chiíes “tienen una visión del mundo diferente en asuntos políticos y distinta [forma de] liderazgo. Así que la afiliación religiosa no es como en Occidente en la actualidad, con la reciente excepción de Irlanda”.

Esas diferencias no son nuevas. Se remontan a los albores del islam, en el siglo VII, cuando a la muerte de Mahoma sus seguidores se dividieron entre quienes apoyaban la elección de su sucesor (suníes) y quienes privilegiaban los lazos de sangre (chiíes). Sin embargo, en las últimas décadas han adquirido un tinte político del que carecían con anterioridad. Ahora, la primavera árabe las ha puesto a flor de piel al derribar unos regímenes que se fundaban sobre el nacionalismo y el laicismo; y la guerra civil en Siria las ha llevado al paroxismo.

Los gobernantes árabes, en particular la familia real de Arabia Saudí, temen que si prevalece El Asad, Irán consolide su influencia en una región que consideran su patio trasero. De ahí que, aún a riesgo de provocar un conflicto regional sin precedentes, Riad esté dando su apoyo a quienes combaten a los grupos aliados de Teherán, pero tomara la inusual medida de enviar tropas a Bahréin. La revuelta en ese pequeño país ponía en peligro a una monarquía suní ante las demandas democráticas de su mayoría chií, tachada sin pruebas de agente de Irán.

La rivalidad entre Arabia Saudí, que se ha arrogado el liderazgo de la rama suní del islam (mayoritaria entre los 1.300 millones de musulmanes), y la República Islámica, que aspira a ser el faro de los chiíes (una séptima parte del total), estalló a raíz de la revolución iraní de 1979. Para comprender su impacto hay que recordar que desde el siglo XII trasla derrota de la dinastía fatimí en Egipto, los chiíes, a quienes los extremistas suníes tachan de apostatas, fueron marginados de las tareas de gobierno en todos los lugares donde se extendieron, desde el golfo Pérsico hasta la India y desde Líbano a Omán.

Hasta la llegada al poder del gran ayatolá Ruholá Jomeini.Desde entonces los regímenes árabes, abanderados de la ortodoxia suní, han recelado de su vecino persa y de su posible influencia entre sus comunidades chiíes (mayoritarias en Irak y Bahréin, y minorías con distinto peso en Líbano, Kuwait, Arabia Saudí o Emiratos Árabes). La guerra entre Irán e Irak durante la década de los ochenta del siglo pasado reflejó ese antagonismo. La ayuda de sus vecinos permitió que Sadam Husein mantuviera a raya a los iraníes, pero también a la mayoría chií de su país.

De ahí que la transferencia de poder que propició la invasión estadounidense en 2003 no fuera bien recibida en el mundo árabe. El temor que causó entre los gobernantes (suníes) quedó gráficamente reflejado en la denuncia de “un arco chií” que hizo el rey Abdalá de Jordania. El Gobierno de Bagdad daba a los chiíes continuidad geográfica desde Teherán hasta un Líbano dominado por Hezbolá, pasando por Siria, convertida ahora en el eslabón más débil de la cadena. Resulta significativo que Arabia Saudí siga sin reabrir su embajada en Irak, donde al igual que en Líbano, el conflicto sirio esta reavivando el sectarismo.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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