La consternación de Rousseff
La presidenta no acudirá mañana a la final Brasil-España por recomendación de sus asesores
La presidenta Dilma Rousseff está consternada. Sus asesores le han convencido de que no debe asistir mañana en Río en el mítico Maracaná a la final de la Copa de las Confederaciones que enfrentará a dos campeones mundiales, Brasil y España.
Rousseff ya había anunciado que estaría en el Maracaná sobre todo si Brasil llegaba a la final.
¿Por qué no va? Se ha especulado enseguida de que sus asesores temen que, al igual que sucedió en Brasilia en la apertura de la Copa, la mandataria pudiera ser de nuevo abucheada.
En realidad no ha sido el miedo de la presidente a enfrentar los silbidos de la torcida, ya que en general los aficionados, en el campo, tienen como costumbre arremeter contra los políticos presentes y sus discursos. Allí el rey es el balón. Hasta el mítico Lula da Silva fue abucheado en en 2007 en la apertura de los Juegos Panamericanos en plena popularidad.
La preocupación de Dilma es que en Río tuvo lugar la mayor de las manifestaciones de todo el país que sacó a 300.000 personas a la calle y donde fue destruida la sede del gobierno municipal en una acción de las más violentas desde que comenzó la protesta callejera. En todos los partidos de la Copa de las Confederaciones ha habido en este mes duros enfrentamientos entre la policía y grupos de vándalos infiltrados.
Las autoridades de Río han blindado el famoso estadio que estará vigilado y protegido por 10.000 agentes de seguridad. Y ni los habitantes de aquella zona podrán salir a la calle a partir de la una de la tarde hasta acabar el partido. Sin embargo, tras la experiencia de las semanas pasadas, es prácticamente imposible adivinar lo que podrá ocurrir y si habrá o no enfrentamientos violentos con detenidos y heridos.
En ese clima, la presidenta que acaba de tener la mayor caída de popularidad de su gobierno, según un sondeo de hoy Datafolha, ha preferido quedarse en Brasilia. Su popularidad ha perdido 27 puntos en las tres semanas de la protesta, pasando de un 57% a 30%. La apreciación de la gestión económica de su gobierno ha caído de un 49% a un 27%.
El índice de popularidad de Dilma ha quedado rebajado a un 30% y coincide con el menor dato de su antecesor Lula, cuando en 2005 se vio envuelto en un escándalo. El vendaval de protesta que ha derribado de forma tan severa la popularidad de Rousseff es más significativo si se piensa que ella, en seguida, acogió el grito de la calle y reconoció que las reivindicaciones de los manifestantes eran justas y razonables y hasta anunció un plebiscito nacional para consultar a los ciudadanos sobre sus reivindicaciones, al mismo tiempo que anunciaba una gran reforma política.
La constatación de que Dilma ha perdido consenso popular en todo el territorio nacional y entre todas las categorías de renta y grado de educación revela mejor que ningún otro análisis que la protesta no se debe, como se llegó a decir, a la clase media, sino a todo el país.
Dilma llegó a hacer suya la idea defendida desde el principio de la protesta en este diario según la cual la diferencia entre la protesta europea de los indignados y la brasileña consiste en que mientras en España la gente protesta “por lo que está perdiendo” de bienestar social, en Brasil la calle protesta “por lo que aún no ha conseguido” y cree que tiene derecho, a pesar de haber tenido una mejora indiscutible económica y social en estos últimos 20 años y sobre todo en la última década de los gobiernos Lula-Rousseff.
Mañana, los ojos del mundo estarán puestos en la final de Brasil- España donde las entradas por Internet se están vendiendo a diez mil dólares. Será un duelo entre un Brasil cuya final de este Copa será importante para el Mundial, en un momento en el que el pentacapeón estrena un nuevo equipo de jóvenes jugadores y una España que desea realizar el último sueño de su cadena de triunfos: ganar a Brasil en Maracaná.
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