Los reformistas levantan cabeza en la recta final de la campaña iraní
Rohaní es la opción de los que desean mayores libertades y el fin del aislamiento internacional
“¿A quién vais a votar?”, pregunta el maestro de ceremonias en el estadio Heydarniya. “A Yalilí”, responden al unísono varios miles de entregados basiyís, la organización popular que constituye la espina dorsal del régimen islámico. A apenas medio kilómetro de allí, en la plaza de Palestina, una multitud similar promete hacer presidente a Mohamed Qalibaf. Son los dos candidatos que parecen contar con más posibilidades entre los seis que concurren a las elecciones iraníes de este viernes. Pero, dependiendo de la participación, el único candidato que se distancia del conservadurismo de ambos, Hasan Rohaní, puede dar una sorpresa.
Aunque a primera vista parezca que todo está atado y bien atado, en Irán siempre hay margen para imprevistos. Cada grupo de interés sigue maniobrando hasta el último minuto para situarse lo mejor posible en el reparto de poder. Y si bien es cierto que sea quien sea el elegido es improbable que traiga cambios significativos en asuntos clave para Occidente como la política nuclear o el apoyo al régimen sirio, también lo es que los matices pueden ser importantes para los iraníes.
Después de cuatro años de obligado silencio y cuando la mayoría daba por borrados del mapa a los reformistas, muchos iraníes han encontrado un inesperado representante en Rohaní. El único clérigo en la carrera electoral no es un reformista, aunque algunos medios oficiales le tilden de tal para dar la impresión de que se elige entre un abanico más amplio. Sin embargo, empieza a intuirse una maniobra de esos sectores apartados del poder tras la polémica reelección de Mahmud Ahmadineyad en 2009 para intentar frenar a los ultras y no ser del todo irrelevantes.
Tras el veto a la candidatura del expresidente Ali Akbar Hachemi Rafsanyani, los reformistas han sacrificado al único candidato que procedía de sus filas, pero que carecía de carisma. Mohamed Aref, que fue vicepresidente con Mohamed Jatamí, renunció el martes a favor de Rohaní. Poco después, tanto Jatamí como Rafsanyani manifestaban su intención de votar por él, lo que para sus seguidores supone una indicación clara.
El líder supremo de la revolución, Ali Jamenei, no se ha pronunciado a favor de ninguno de los contendientes
Ayer, cuando los seguidores de Qalibaf y de Yalilí salían de sus respectivos mítines, un nutrido grupo de simpatizantes de Rohaní (que cerró la campaña en Mashhad) coreaba eslóganes en la plaza de Val-i-Asr. Entre todos bloquearon el tráfico del centro de Teherán durante horas.
Rohaní se ha convertido en la última esperanza de aquellos iraníes que desean mayores libertades y el fin del aislamiento internacional de su país. Pero más que el resultado que pueda lograr, lo que está en juego es si los reformistas y los moderados (también llamados centristas o pragmáticos) pueden unirse y hacerse oír.
No todo el mundo está convencido. Muchos perdieron la esperanza tras los incidentes de 2009 y piensan quedarse en casa el viernes. Sin embargo, destacados reformistas han declarado su intención de votar porque, como ha explicado el conocido periodista Abas Abdi en su blog, “los líderes clave no solo fracasaron en lograr la reforma debido a su eliminación [de la escena política], sino que más que nunca también redujeron su impacto en la sociedad”. La perspectiva de que Irán se convierta en otra Siria debido a sus divisiones internas también ha calado.
“Reformistas y centristas han aprendido que las instituciones poderosas y la gente que es amenazada puede reaccionar con cierta dosis de violencia si perciben la amenaza como existencial”, ha escrito la analista Farideh Farhi.
De hecho, los principalistas, como se denomina el sector cada vez más reducido de conservadores que copa el poder, parecen reconocer el potencial que hay detrás del gesto de sus rivales. En un signo de su preocupación por esa alianza en apoyo de Rohaní, diversas voces han pedido que sus candidatos se unan para concentrar el voto. Anoche eso no había sucedido, lo que para algunos observadores significa que, en contra de la opinión generalizada, el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, no ha intervenido a favor de uno concreto.
Yalilí y Qalibaf compiten por el voto conservador con el antiguo jefe de la diplomacia, Ali Akbar Velayati, que tiene poco tirón popular pero cuenta con el respaldo de dos asociaciones de clérigos, y con Mohsen Rezai, un exjefe de los Pasdarán al que los medios oficiales presentan como independiente. Todos ellos han criticado a Yalilí por su oposición al compromiso en las negociaciones nucleares. Sin embargo, entre los asistentes al mitin del estadio Heydarniya no hay duda de que esa es la postura correcta.
“Voy a votar a Yalilí porque no cede ante Estados Unidos y apoya al líder supremo”, explica una pizpireta Nazanin Norowzi, de 22 años, estudiante de pintura y miembro de los basiyís, con cuya unidad ha acudido al estadio. En las anteriores elecciones respaldó, como la mayoría de quienes la rodean, a Mahmud Ahmadineyad y por el mismo motivo, su proximidad al líder y su defensa del sistema de gobierno islámico.
Las relaciones exteriores solo pueden ir a mejor
“Gane quien gane, las relaciones con el exterior van a mejorar”, asegura Babak Musavifard, profesor de la Universidad Azad. Este sociólogo remite a los debates electorales en los que todos los candidatos, a excepción de Said Yalilí, se mostraron partidarios de mejorar las relaciones diplomáticas para buscar una salida al atolladero nuclear.
Es sabido que la última palabra en ese terreno no la tiene el presidente de la República sino el líder supremo de la revolución, el ayatolá Ali Jamenei. Sin embargo, también es erróneo descartar al jefe del Gobierno como una figura sin ningún poder. A él le corresponde la gestión de los asuntos internos, en especial la economía, un asunto clave cuando el país, que es el quinto exportador de petróleo del mundo, no puede cobrar sus ventas debido a las sanciones financieras internacionales.
El presidente es también la cara pública de Irán en el mundo, ya que el líder no viaja al extranjero. El deterioro de la imagen internacional de Irán durante el mandato de Mahmud Ahmadineyad es una de las razones por las que muchos iraníes piensan que cualquiera de sus sucesores no puede ser peor. Esperan que al menos cambie la forma de relacionarse con otros países y que repare el daño que causó el estilo provocativo de aquel.
“Si el elegido fuera Qalibaf, Rohaní o Velayati, sin duda que habría posibilidades de limar aristas en las relaciones internacionales, aunque la solución de nuestro problema con Occidente no va a venir por ahí; pero si el que se hace con la presidencia es Yalilí, la situación aún puede empeorar más”, discrepa un politólogo que le trató antes de que fuera nombrado jefe negociador nuclear. “A diferencia de Ahmadineyad que era un oportunista populista, Yalilí es un convencido de la causa sin espacio para la duda”, concluye.
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