El sur de Libia se convierte en un refugio de yihadistas llegados de Malí
Argel, con el Ejército más potente de la zona, es el gran baluarte contra Al Qaeda
Después de Malí, le toca a Libia o, por lo menos, al sur de ese país. El Ejército francés, precedido por soldados chadianos, desalojó, a partir de enero, a Al Qaeda y sus grupos afines del norte de Malí. Buena parte de los radicales islamistas se replegaron primero a la cordillera maliense de los Ifoghas, pero después se refugiaron en Túnez y, sobre todo, en Libia, cuyo Gobierno central no logra imponer su autoridad.
“Parece que ahora debemos hacer un esfuerzo especial en el sur de Libia”, recalcó el miércoles en Niamey (Níger) Laurent Fabius, el ministro francés de Asuntos Exteriores.
El sur de Libia fue el lugar de tránsito de los terroristas que, en enero, se adueñaron de la planta gasística de In Amenas en el sureste de Argelia. En aquel espectacular asalto y la posterior operación de rescate murieron 38 rehenes y 29 secuestradores. Por allí pasaron también los que perpetraron, el 23 de mayo, el ataque contra la mina de uranio de Arlit (Níger), cuya paralización desde entonces cuesta casi un millón de euros al día a la empresa Somair (con un 64% de capital francés), que la explota.
“Para Níger la amenaza principal se ha desplazado de la frontera maliense a la frontera libia”, explicaba su presidente, Mahamadou Issoufou. Desde su plataforma libia, anunció Issoufou, los terroristas planeaban a continuación golpear Chad, probablemente para castigarle por su eficaz respaldo a Francia en Malí.
El primer ministro libio afirma que su país no es un foco de terrorismo, pero los hechos le desmienten
La nueva Libia “no es un foco de terrorismo”, repetía esta semana en Bruselas el primer ministro libio, Ali Zeidan, pero los hechos le desmienten. En Trípoli, la capital, las milicias cercaron recientemente los ministerios del Interior y de Exteriores para hacer valer sus reivindicaciones.
En Bengasi, la segunda ciudad del país, los atentados —el último, el miércoles, causó la muerte de tres soldados— son frecuentes. En el desértico sur otros milicianos, mucho más radicales, campan a sus anchas.
“(...) Una gran parte de Libia puede servir ahora de cobijo a los grupos terroristas”, constataba Fabius en Niamey. París no va a intervenir allí como en Malí, pero sí insta a una “actuación conjunta” de cinco vecinos de Libia para atajar el problema: Túnez, Argelia, Chad, Malí y Egipto.
Difícilmente podrá contar mucho con Túnez, donde, por primera vez en su historia, ha surgido un brote guerrillero en los montes de Chaambi, en el este del país, que el Ejército no logra eliminar del todo. “El incremento de la actividad terrorista es achacable a factores tanto internos como externos, entre los que figuran las consecuencias de la guerra de Malí”, señala el politólogo tunecino Alaya Allani, profesor de la Universidad de Manouba.
“La operación” de erradicación del foco terrorista en Chaambi, en la que fueron heridos 16 soldados, “ha puesto de relieve la falta de preparación y medios de las fuerzas de seguridad ante un fenómeno yihadista que no para de reforzarse”, según Allani. La rama magrebí de Al Qaeda “trata de instalar un triángulo yihadista que una a Túnez, Argelia y Libia”, sostiene el profesor. Marruecos logra mantenerse al margen.
Argelia es el eslabón más sólido. Con 127.000 hombres, posee el Ejército mejor equipado del norte de África. A ellos se añaden 130.000 gendarmes. Llevan dos décadas luchando contra terroristas a los que, si se exceptúan algunos flecos en Cabilia y en el sur, han derrotado. Por eso el director de la Guardia Nacional tunecina, Moutaser Essakouhi, viajó la semana pasada a Argel para pedir ayuda.
El nacionalismo castrense de Argelia seduce a los líderes occidentales asustados con el islamismo
“Ante los problemas de seguridad en Libia y las orientaciones islamistas de los regímenes tunecino y egipcio, Argelia sigue ofreciendo el encanto anticuado de un modelo de república nacionalista y castrense que seduce a las diplomacias occidentales perturbadas por la irrupción de partidos islamistas y de sociedades civiles en el escenario político de África del Norte”, escribe Luis Martínez, profesor en Sciences Po París.
Así se explica que el presidente francés, François Hollande, haya quebrado la tradición y su primer viaje presidencial no haya sido a Marruecos sino a Argelia, donde estuvo en diciembre. Pidió a su presidente, Abdelaziz Buteflika, permiso para que los aviones franceses pudiesen cruzar el espacio aéreo argelino camino de Malí.
Un mes después estuvo en Argel David Cameron, en la que fue la primera visita de un primer ministro británico a esa capital desde que el país accedió a la independencia.
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