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Un cerebro iraní que no se puede fugar

Omid Kokabee, un joven iraní que estudió en Barcelona, rechazó trabajar en un programa militar. El investigador fue entonces condenado a 10 años por colaborar con una potencia enemiga. Ha escrito desde la cárcel tres cartas. Narra las ofertas que le hicieron a cambio de su cooperación.

Omid Kokabee, delante de La Pedrera, en Barcelona en 2010.
Omid Kokabee, delante de La Pedrera, en Barcelona en 2010.

“Hizo de guía enseñándome Castelldefels, Barcelona etcétera”, recuerda Olga Paseka, del departamento de Física de la Universidad Estatal de Moscú. “Nos cocinaba platos iraníes que eran muy sabrosos”, añora. “Era muy serio en su trabajo, no se marchaba del laboratorio hasta haber concluido el experimento”, añade Oscar Hernández-Cubero, doctorando en óptica aplicada a la neurociencia en la Universidad René Descartes de París.

Casi todos aquellos que se cruzaron con Omid Kokabee, iraní de 30 años, en la capital catalana hablan bien de él en lo personal y como estudiante en física en el Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO) de Barcelona. Cursó allí un doctorado, entre 2007 y 2010, tras haber acabado en 2005 la carrera en la Universidad Tecnológica de Sharif en Teherán.

“Era de trato agradable”, recalca Hernández-Cubero, ibicenco, que se hizo pronto su amigo, con el que compartió piso e hizo excursiones de fin de semana. “Entablaba amistades con facilidad aunque hablaba poco español, pese a haber seguido un curso”, insiste. “Nos comunicábamos en inglés”.

“Era un científico muy inteligente”, sostiene Olga Paseka. Además, rememora Oscar Hernández-Cubero, “le apasionaba la ciencia”. “Eso sí, decía que las mejores ideas le venían cuando se daba un baño en la piscina”, añade riéndose. “Eso demuestra que era un tipo cuerdo porque a bastantes científicos se les va la olla y no saben disfrutar de la vida”, asevera.

Omid ya no puede disfrutar de la vida. Desde hace 28 meses está encarcelado en la sección de alta seguridad 350 de la cárcel de Evin, al noroeste de Teherán. Cumple una condena a diez años de cárcel, dictada el 13 de mayo de 2012 por el tribunal revolucionario número 15, por “colaboración con un Estado hostil” [la CIA de Estados Unidos] por la que obtuvo “ingresos ilegales”.

Olga y Oscar perdieron de vista a Omid a mediados de septiembre de 2010. Había pasado tres años becado en Barcelona, pero tenía la oportunidad de seguir estudiando en la Universidad de Texas. “Tenía una lista con los lugares a los que quería ir a estudiar en EE UU y consiguió que la admitieran en el primero de ellos”, recuerda Hernández-Cubero. “Nos dijo que quería investigar las aplicaciones del láser en biología”.

Omid Kokabee en el laboratorio del ICFO, en Barcelona, en 2010.
Omid Kokabee en el laboratorio del ICFO, en Barcelona, en 2010.

La estancia de Omid en Austin (Texas) no duró ni cuatro meses. Regresó a Irán en enero de 2011 para visitar a sus padres, Nobat y Safarbibi, y a sus ocho hermanos, en Gonbad e Qabus, en el norte del país. Su familia pertenece a la minoría turcomana y suní. Fue detenido el 30 de enero de 2011 en el aeropuerto de Teherán cuando se disponía a embarcar en un vuelo a Dubái, escala obligada en su camino a EE UU.

A principios de 2011 los amigos de Barcelona echaron primero de menos sus correos -a Hernández-Cubero le llegó el falso rumor de que “Omid había sufrido un accidente de coche”- hasta que se acabaron enterando de que estaba detrás de unos barrotes. “Me dejó estupefacta lo que le pasó”, comenta Olga Paseka. “Es descabellado”, añade el amigo ibicenco. “Él solo se dedicaba a la ciencia”, remacha.

Hernández-Cubero no recuerda haber oído nunca a Omid hablar de política, ni criticar al régimen iraní, ni tampoco explayarse sobre su familia ni precisar que pertenecía a una minoría étnica y religiosa. “Nos decía que si algún día íbamos a Irán algún familiar suyo –tenía ocho hermanos- nos acogería, nos haría de guía turístico”.

Al estupor de sus amigos se añadió el miedo de los estudiantes iraníes en Europa. “Todos nos preguntamos entonces qué nos podría suceder cuando volviésemos de visita a casa”, afirma Behafarid que, tras pasar una temporada en España, cursa ahora un máster en Bélgica. “Algunos compañeros se lo pensaron dos veces antes de viajar a Irán en vacaciones”, añade.

Desde su celda Omid Kokabee reclama su inocencia. Se pregunta cómo podría ser él un espía “sin tener ninguna idea de las actividades secretas ni de los objetivos del Gobierno” iraní. Asegura que en su juicio, tras 15 meses de prisión preventiva, no se aportaron pruebas ni hubo testigos que respaldaron la acusación. Lo narra en tres cartas que logró sacar de la cárcel y que llegaron a manos del periodista Michele Catanzaro, que trabajó en el departamento de comunicación de ICFO. Las publicó en abril en la revista científica Nature.

Omid cree saber por qué está en la cárcel. Horas antes de que fuese al aeropuerto se le invitó insistentemente a una reunión en la Agencia de Energía Nuclear Iraní (AEOI) cuyo vicepresidente le animó a quedarse en Irán y trabajar para su país, según relata el reo en una misiva enviada al que fue su gran amigo en la universidad. Fue la última vez que se le hizo este ofrecimiento estando en libertad.

Tras ser interrogado durante varios días, en febrero de 2011, Omid fue trasladado de Evin a la sede de los servicios secretos. “Alguien que se presentó allí como delegado de Nokhbegan [organización de investigadores talentuosos de Irán] me dijo que si aceptaba la oferta sería liberado al día siguiente”, escribe el preso. “Pero mi respuesta fue negativa (…)”.

Dos meses después un enviado de Teherán llamó a casa sus padres en Gonbad e Qabus. Les pidió que visitaran a su hijo en la cárcel para convencerle de que colaborase. Hicieron en vano el viaje hasta la prisión. Poco antes de la primera fecha fijada para el juicio apareció, por último, durante unos días en la celda Omid, que estuvo varios meses en régimen de aislamiento, un preso que le hizo una propuesta de trabajo más detallada. Le indicó incluso que cobraría un buen sueldo.

“¿Cómo es posible invitar a alguien, al que se acusa de ser espía (…), a colaborar y compartir las informaciones y los mayores secretos del Gobierno?”, se pregunta Omid en su primera carta dirigida al ayatolá Sadeq Larijani, jefe del sistema judicial iraní. “¿Es un pecado que no quiera, en ningún caso, verme involucrado en actividades militares o relacionadas con la seguridad?”, insiste en su última misiva al amigo.

Sus reiterados rechazos no solo le valieron a Omid diez años de cárcel sino que su condena se alargará tres meses más por haber supuestamente cobrado a otros reos por darles clases de inglés, según indicó su abogado Saeed Khalili. El joven físico había hecho “de tripas corazón y era de los presos más activosorganizando, por ejemplo, clases de lengua y de gimnasia en el patio”, recuerda al teléfono el médico Arash Alaei que coincidió con él en Evin.

“En aquella cárcel conocí a muchos investigadores y simples estudiantes que prometían, pero que estaban allí por el mero hecho de negarse a trabajar para el Gobierno”, asegura Arash Alaei al teléfono desde Albany (EE UU), donde se exilió tras estar encarcelado durante 26 meses con su hermano Kamiar, también médico.

¿En qué puede un investigador novel como Omid interesar al régimen iraní? Eugene Arthurs, que encabeza desde Washington la Sociedad Internacional de Óptica y Fotónica (SPIE), formuló una hipótesis en declaraciones a Nature. Los láseres de dióxido de carbono son, según él, un instrumento prometedor para la separación de isótopos. Aunque en el futuro podrían ser utilizados en medicina, también tendrían “aplicaciones para enriquecer el uranio para armas nucleares” o antimisiles. De ahí que la especialidad de Omid resulte a la larga atractiva a un régimen con un ambicioso programa nuclear civil y acaso militar.

La SPIE y otras muchas asociaciones científicas internacionales y estadounidenses se han movilizado para solicitar la liberación de Omid recogiendo firmas en peticiones o enviado una carta al ayatolá Ali Khamenei, el auténtico líder de Irán. Su actividad contrasta con el silencio de la pequeña comunidad científica española. El profesor que en Barcelona dirigió la tesis del estudiante iraní rehusó hablar del asunto. No obstante, Lluís Torner, director del ICFO, aseguró a este periódico que había efectuado “gestiones diplomáticas”.

“Ese es el camino para obtener su liberación: las gestiones discretas y la movilización de instituciones científicas”, asegura el médico Kamiar Alaei. “Así se consiguió mi libertad y la de mi hermano”.

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