Maquiavelismo catalán
El Príncipe es un hijo del exilio. Maquiavelo empezó a escribirlo ahora hace exactamente 500 años, en la casa de campo familiar de Sant'Andrea in Percussina, a diez kilómetros de Florencia. Todo ocurrió muy aprisa: el 16 de septiembre de 1512, el golpe de Estado con que los Medici recuperaban el poder; el 7 de noviembre su destitución como secretario; luego el confinamiento y la prohibición de entrar en el Palazzo Vecchio, que albergaba la institución republicana de la Señoría y donde ha trabajado toda su vida; desde entonces hasta el 10 de diciembre la indagación sobre su gestión; y al final, la cárcel, donde sufre la peor y más peligrosa experiencia de su vida: además de la miseria de un calabozo insalubre, tiene que enfrentar la tortura, un método judicial perfectamente acorde con los tiempos. Le atan las manos a la espalda y le suben y bajan con una polea hasta seis veces, en un tormento conocido como de la cuerda que suele producir dislocaciones. El 11 de marzo de 1513 el cónclave elige como nuevo papa a Giovanni di Lorenzo de Medici bajo el nombre de León X. Machiavelo queda en libertad y se encierra en el Albergaccio, su refugio campestre.
El aniversario que ahora se celebra no es de la publicación, que no se produjo hasta 1532, cinco años después de su muerte, sino de la escritura, fruto tanto de su experiencia política como de la nostalgia que sentía por la intervención en los asuntos públicos. Muy poco se puede añadir a estas alturas a la fortuna inmensa del célebre libro y de su autor, glosado y comentado, odiado y ensalzado en estos 500 años hasta fructificar muy pronto en un concepto y un adjetivo, maquiavelismo y maquiavélico, en el que se sintetizan la necesidad y la inmoralidad del realismo político. Por cierto, nadie entre los que mejor lo practican suele admitir su fiel adscripción a la doctrina maquiavélica.
El secretario es taxativo en su libro respecto a las promesas políticas, de la que se derivan tantos falsos mandatos electorales: "Un señor prudente no puede, ni debe, mantener la palabra dada cuando tal cumplimiento se vuelva en su contra y hayan desaparecido los motivos que le obligaron a darla. Y si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no lo sería, pero como son malos y no mantienen lo que prometen, tú tampoco tienes por qué mantenérselo a ellos. (…) Los hombres son tan crédulos y tan sumisos a las necesidades del momento que el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar".
Maquiavelo empezó a escribir en Sant'Andrea después de un cambio de régimen y en pleno cambio de época, ideas ambas muy próximas a las que revolotean ahora sobre nuestras cabezas. Los dos personajes que inspiraron su libro de forma más destacada fueron César Borgia y Fernando el Católico, el primero arzobispo de Valencia y el segundo monarca de Aragón y por tanto de Cataluña. Ambos fueron decisivos en la escena internacional de la época, que todavía era estrictamente europea y casi del todo italiana. Los catalanes se quedaron sin sus ancestrales estructuras de Estado hace tres siglos, en 1714, pero no tenían príncipe propio desde mucho antes, al menos desde los tiempos en que Maquiavelo contó cómo deben comportarse los príncipes. Hasta aquel momento en que dos personajes de raíces bien catalanas inspiraban al secretario florentino hay que remontarse si se quiere desmentir rotundamente el tópico sobre la ineptitud catalana para el poder desnudo, tal como la codificó Vicens Vives bajo la figura mitológica del Minotauro.
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