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Columna
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Giorgio I Re d’Italia

El nuevo Gabinete, sea quien fuere su líder formal, tendrá una impronta inicial fuertemente presidencialista

Es un lugar común que Italia podía permitirse carecer de Gobierno elegido, porque la sociedad poseía una inercia positiva que se arreglaba aún mejor con administradores que con políticos. A mediados del siglo XIX, Camilo Benso, fue quien primero codificó ese sentimiento al asegurar que Italia farà da sé,refiriéndose al nacimiento del Estado unificado transalpino. Cabe que hoy siga funcionando ese misterio telúrico-nacional, pero, como en el caso del conde de Cavour, bien sabremos a quién se debe la acrobacia: Giorgio Napolitano, que la prensa del país ya llama Giorgio I, inaugurará el próximo 15 de mayo, a los 87 años, su segundo mandato presidencial.

Hace solo tres meses, el panorama era muy distinto: la izquierda templada del PD creía sentir el viento en las velas, su líder Pier Luigi Bersani, que había hecho elegir en primarias a la mayoría de sus candidatos a las legislativas del 24 y 25 de febrero, generaba confianza y afectos transversales. Su partido parecía llamado a convertirse, como lo fue la DC en la I República, en fulcro del sistema, con capacidad de negociar a derecha e izquierda para garantizar la estabilidad de una nueva oportunidad republicana. El propio Bersani, una vez cumpliera el trámite de ganar las elecciones, sería presidente del Consejo, y hacedor de reyes cuando tocara elegir al jefe del Estado. Pero los comicios generaron tres bloques de similar envergadura, de 25% a 30% de sufragios cada uno: el centroizquierda de Bersani; la derecha con Berlusconi, y el del anticonstitucional Beppe Grillo, geológicamente incompatibles entre sí, que componían la perfecta “fotografía de la parálisis” (Stefano Folli en Il Sole 24 Ore).

La ‘solución Napolitano’, sin pasar por las urnas,

Esa imposibilidad de acuerdo se extendía a la elección del presidente, donde el exjefe del Gobierno Romano Prodi, propuesto por el PD, no alcanzaba el quórum necesario porque parte de los votantes desoyeron las consignas del partido, y ello forzaba el pasado día 20 la dimisión de Bersani y todo su equipo. El PD quedaba reducido a una taifa de francotiradores, y derecha e izquierda tenían que reconocer su impotencia dirigiéndose en comitiva, a la que se sumaba el centro de Mario Monti y hasta el papa Francisco, a pedirle al anciano presidente que aceptara un segundo mandato de siete años. Giorgio Napolitano, excomunista, que abandonó el partido en 1994, y demócrata homologado, cumplirá el 29 de junio 88 años. Esa foto-parálisis se convierte, así, en una foto-fija, una congelación en el tiempo, que permita dar marcha atrás e intentar lo que los partidos no lograron por sí solos: la formación de un Gobierno de unión nacional, pero con una novedad de carácter muy monárquico. Ese Gabinete, sea quien fuere su líder formal, será un Gobierno del presidente, con lo que esta II República, que tanto tarda en nacer, tendrá una impronta inicial fuertemente presidencialista. O si se prefiere, de una monarquía constitucional electiva.

El Movimiento 5 Estrellas del insurrecto Grillo, que ha jugado a hacer todo acuerdo imposible porque esperaba del cul de sac que condujera a nuevas elecciones en las que deshacer el triple empate, figura, tanto como la derecha y la izquierda, entre los derrotados. La solución Napolitano, al prolongar el impasse sin pasar por las urnas constituye un triunfo, aunque in extremis, de la clase gobernante, la casta, de cuya abominación hizo el grillismo su gran cartel de campaña. El líder anticonstitucional —que vociferaba: “rendíos, que estáis sitiados”— verá ahora puesta a prueba la cohesión y resistencia de su movimiento, abocado a una travesía del desierto sin objetivos especialmente claros.

Y ante ese panorama puede producirse una polarización aún mayor del respetable: la de los que votan por un saltimbanqui de la política como Silvio Berlusconi, no porque ignoren la verdad de todo lo que se le acusa, sino a pesar de ello, como quien dice al resto de candidatos: “Vosotros no sois mejores”; y los que se sumen, en principio emigrados de la izquierda, al acervo de Beppe Grillo. Pero unos y otros, que acabarán indefectiblemente por llegar a las urnas, tienen motivo para acusar a su clase política de irresponsabilidad extrema, cuando la situación de parálisis o de foto-fija no hace sino retroalimentar o ser retroalimentada por la gravísima crisis económica que sufre el país.

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Italia chapotea en lo que se ha llamado tierra de nadie de una II República por institucionalizar, y que Napolitano intenta conducir a una refundación del Estado. Si tuviera éxito, sí que cabría decir de nuevo Italia farà da sé.

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