Cameron viaja a Alemania para limar asperezas con Merkel sobre la UE
El 'premier' necesita a la canciller para acercar posturas tras convocar un consulta sobre la UE
Por primera vez desde que en mayo de 2010 se convirtió en primer ministro, David Cameron, ha emprendido este fin de semana un viaje oficial acompañado de su mujer Samantha y de sus tres hijos. Destino: el castillo-palacete de Schloss Meseberg. Se trata de una residencia barroca en Brandemburgo, unos 70 kilómetros al norte de Berlín, que el Gobierno federal utiliza como residencia campestre del jefe del Gobierno y para agasajar a visitantes extranjeros.
Los Cameron acuden a Meseberg como invitados de la canciller alemana Angela Merkel y su marido, Joachim Sauer. En términos estrictamente protocolarios, el viaje es devolución de la visita que Merkel realizó a Cameron en 2010 a Checquers, la residencia campestre del primer ministro británico, situada a poco más de una hora en coche desde Downing Street. Pero en realidad es mucho más que eso porque llega en un momento políticamente muy delicado para Cameron, más necesitado que nunca del entendimiento con Merkel para superar el crítico estado de las relaciones entre Londres y el núcleo duro de los socios europeos.
El primer ministro, que en enero sorprendió y contrarió a la gran mayoría de los Estados miembros de la UE al anunciar su intención de convocar en 2017 un referéndum sobre la pertenencia de Reino Unido a la Unión Europea, necesita la complicidad de Merkel para no convertir esa consulta en una catastrófica salida británica de Europa. Nada mejor que la informalidad de Meseberg para buscar esa complicidad.
Sería exagerado decir que las conversaciones de este fin de semana son de importancia suprema para el futuro de las relaciones eurobritánicas, pero sin duda pueden marcar el tono de la estrategia que Cameron quiere, o intenta poner en marcha: conseguir una amplia reforma de los tratados que permita a Reino Unido repatriar una serie de políticas clave que en la actualidad han sido cedidas a Bruselas y presentar así a los británicos una buena razón para votar a favor de seguir en la UE en lugar de marcharse.
Aunque el viaje de Cameron tiene carácter oficial, la estancia en el palacete de Meseberg tiene sobre todo carácter informal. Empezando por la presencia de la familia del primer ministro, siguiendo por el hecho de que Merkel hablará en inglés y no en el alemán que reserva para las reuniones de trabajo y acabando por la agenda de actividades, que quizás incluya una sesión de pastelería a cargo de la canciller en la cocina de la residencia campestre.
El encuentro se abre el viernes con una cena a la que asistirán no solo los Cameron y el matrimonio Merkel, sino una selección de invitados que reflejan la profundidad de las relaciones entre ambos países. Pero el grueso del fin de semana estará destinado a conversaciones informales y privadas entre la canciller y el primer ministro. En la agenda no solo está Europa, sino otros temas candentes como la crisis de Siria o la próxima cumbre de jefes de Estado o de Gobierno del G-8 que Londres organizará en junio en Irlanda del Norte.
Pero Europa es el plato fuerte. Sobre todo después de que Cameron se llevara a principios de mes un primer chasco de envergadura cuando Berlín, París y otras capitales decidieron ignorar la carta que les había remitido Londres invitándoles a ofrecer sus opiniones sobre el “equilibrio de competencias” que a su juicio debería haber en la UE. Es decir, qué políticas cree cada país que deberían ser repatriadas. Un juego que muchos ven como una cuestión de política interna británica y en el que prefieren no entrar. Al menos, de momento. Y un juego en el que Cameron necesita imperiosamente la complicidad de Merkel para no acabar pillándose los dedos.
La estancia de Cameron este fin de semana en Meseberg cobra especial relevancia por el chasco de su recortada visita de principios de semana a Madrid y la cancelación de su viaje a París debido al fallecimiento de Margaret Thatcher. No deja de ser simbólico que la Dama de Hierro consiga incluso con su muerte interferir en las relaciones entre Reino Unido y Europa. De la misma manera que llama la atención que cada vez que Cameron intenta centrarse en Europa ocurre algo que frustra sus planes. En enero, la toma de una planta de gas a manos de terroristas en Argelia le obligó a retrasar su esperado discurso sobre Europa, que iba a pronunciar simbólicamente en Ámsterdam. Ahora, la gira con la que quería empezar a limar asperezas con los socios europeos, ha acabado quedando coja.
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