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¿Dónde han quedado los escándalos de la Iglesia?

Francisco ha conseguido en pocos días que se dejen de lado las polémicas sobre pederastia y corrupción en la Iglesia

Juan Arias
Río de Janeiro -
Un cartel muestra al papa Francisco en Buenos Aires.
Un cartel muestra al papa Francisco en Buenos Aires. Maxi Failla (AFP)

Los expertos en marketing están admirados al observar cómo el papa Francisco, en pocos días, con la sola fuerza de un puñado de gestos simbólicos positivos, ha sido capaz de desplazar de la información mundial los graves escándalos de la Iglesia que llevaron a su antecesor Benedicto XVI a tener que renunciar al papado, agobiado por el peso de las mismas.

Es como si, de repente, las graves acusaciones de pederastia o de ilegalidades en la Banca Vaticana o de las intrigas palaciegas de los mayores responsables de la Curia Romana, hubiesen desaparecido por arte de magia.

El publicitario Paulo de Tarso Santos, que fue jefe de imagen del expresidente Lula da Silva, y de la ecologista Marina Silva en 2010, cuando se enfrentó a Dilma Rousseff en las presidenciales, intenta explicarlo. Mientras, según él, antes del nuevo papa, la Iglesia estaba siendo juzgada por “sus defectos y escándalos”, ahora el papa Francisco, ha hecho que el juicio se trasladara “hacia sus cualidades”.

Con un puñado de gestos simbólicos, como el ir a pagar la cuenta al hotel donde había estado antes del cónclave, el abandonar los zapatos rojos de estilista por unos marrones comunes, y el rechazar la moceta roja que distingue el poder del Papa del de los demás obispos, junto con el fuerte acento puesto en la defensa de los más pobres, el papa argentino ha cambiado en pocos días la imagen de la Iglesia, que de estar en el banquillo de los reos, ha pasado a ser considerada cercana a la vida de los simples mortales.

Bergoglio, que se ha desnudado de los perifollos rituales y de las vestiduras doradas del papado fundado en la imagen del poder y que aún no se ha llamado “papa” sino simplemente “obispo de Roma”, ha revestido a la Iglesia del manto de la virtud, haciendo olvidar sus pecados.

La ha retrotraído a los tiempos en los que Francisco de Asís surgió como el restaurador a través de la humildad, la pobreza y del amor a todos los seres vivos, de una Iglesia también hundida entonces en los pecados del poder, de la riqueza y de la falta de moralidad.

La fuerza de los gestos liberadores del papa Francisco, que están limpiando la imagen de la Iglesia devolviéndole un rostro de sencillez franciscana capaz de ser reconocida como propia por la gente común, no son sólo, al parecer, fruto de un cálculo publicitario.

Como ha afirmado la argentina, Claudia Turis, especialista en Historia de la Iglesia, los gestos liberadores del papa Francisco poseen una fuerza especial porque pertenecen a su forma de actuar antes aún de llegar al papado, cuando ya era arzobispo cardenal de Buenos Aires.

Según la historiadora, los zapatos rojos del papa Benedicto XVI, que fueron objeto de polémica mundial, el papa Bergoglio no se los quitó en el Vaticano, como papa, sino que se los había quitado “cuando iba a pie por las calles de Buenos Aires”.

Para los publicitarios, los gestos simbólicos del nuevo papa orientados todos ellos a presentar a una Iglesia pobre, cuando era vista envuelta en riquezas; una Iglesia cercana a los más desposeídos, cuando era acusada de bendecir a los poderosos, o los gestos que lo asemejan más a un simple párroco de periferia que a un pontífice y monarca, van a tener enseguida un efecto dominó en toda la Iglesia jerárquica.

La conducta y forma de vida del alto clero, generalmente vistosa y suntuosa, serán confrontadas ahora por los fieles, según los publicitarios, con la sencillez evangélica del obispo de Roma, que aparece sucesor más que de los emperadores romanos o de los nobles de la Edad Media, del apostol Pedro, el humilde pescador de Galilea que acabó también crucificado por no plegarse ante el poder de entonces.

Antes del nombramiento de Bergoglio para la sede de Roma, la atención de los medios estaba puesta en los escándalos del Vaticano que el papa Benedicto XVI no había querido revelar por su gravedad ni a los cardenales congregados para el cónclave, sino sólo a su sucesor.

Ahora, de repente, ya nadie se pregunta, por ejemplo, si el papa dimisionario ha entregado o no a su sucesor aquellos documentos polémicos, ni se interrogan ya sobre la gravedad y secreto de los mismos.

Hace unos días pude ver desfilar en el aeropuerto de Río a un puñado de jóvenes vistiendo un flamante hábito franciscano. Antes de la llegada del papa Francisco, la gente hubiese mirado hacia ellos con compasión diciendo: “¡Pobres chicos, vestidos con sayas!”. Esta vez observé la simpatía de la gente que comentaba: “Son los del papa Francisco”, sin saber que Bergoglio es jesuita y no franciscano. Ese parece ser el cambio positivo producido por los gestos del nuevo papa, que los publicitarios están observando con atención y hasta sorpresa.

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