El legado de Chávez
El peor escenario sería aquel en el que la falta de cohesión del chavismo convenciera a sus herederos de que solo el enfrentamiento político y social garantiza su supervivencia
Sería deseable que el extremismo de Chávez hubiera dejado a la mayoría de los venezolanos agotados y deseando volver a la normalidad. En ese escenario, sin duda el más favorable, nos encontraríamos con que el chavismo sin Chávez no solo sería inviable sino que, con algo de ayuda por parte de una oposición dispuesta a tender la mano, se abriera un futuro con espacios comunes. Aquí, la economía, necesitada de políticas más sensatas que las que impuso Chávez, y el contexto internacional y regional, muy propicio a abrir espacios de liderazgo a países emergentes cooperativos y con recursos, serían favorables.
En el extremo opuesto, el peor escenario sería aquel en el que la falta de cohesión y debilidad del chavismo convenciera a sus herederos de que solo un alto grado de enfrentamiento político y social les garantiza la supervivencia en la Venezuela poschavista. A largo plazo, sin embargo, la polarización y el conflicto civil serían el peor enemigo de su legado.
En realidad, la consolidación del legado social de Chávez no solo no es imposible, sino como ha demostrado el régimen en numerosas ocasiones, factible electoralmente. Cierto que debido a las coacciones a la oposición y a los medios de comunicación, así como por la evidente falta de neutralidad del aparato estatal, las elecciones chavistas no han sido todo lo libres y limpias que pudiera haberse deseado. Aun así, es indudable que el chavismo cuenta con un enorme potencial de legitimación electoral. Al parecer, en Venezuela, la memoria de la desigualdad y de la exclusión, junto con los beneficios de la igualación y la movilidad social, siguen siendo lo suficientemente fuertes para conceder a la izquierda poschavista una alta probabilidad de ocupar el poder democráticamente.
En vez de pensar en grande, Chávez lo hizo en pequeño y concentró sus energías en salvar a Cuba
Como descubrieron las izquierdas europeas en su momento, la tan denostada democracia liberal concede a los partidos de izquierdas una ventaja estratégica nada desdeñable pues siempre que los pobres sean más numerosos que los ricos, los votos podrán llevarles al poder más rápido que las piedras o las balas. Por eso, lo mejor que le podría pasar al chavismo es encontrar un líder que fuera capaz de sustituir la verborrea caudillista y mesiánica de Chávez por un programa de reformas que tuviera como objetivo garantizar la supervivencia del legado social de Chávez. ¿Es Nicolás Maduro ese líder? Parece que no, pero todo depende de los incentivos y presiones externas a los que esté sometido.
Si sobre el legado venezolano de Chávez pende, hoy por hoy, un gran interrogante, sobre su legado internacional las cosas están más claras. Aquí el fracaso de Chávez ha sido completo. En el mundo de ahí fuera hay una gran competición por el poder y la legitimidad entre los países emergidos (seguir llamándolos emergentes solo refleja desidia mental) y los países del viejo Occidente. Aquí es donde el Chávez que tan bien supo leer el potencial de apoyo popular a su liderazgo se equivocó por completo pues en el mundo de hoy un líder con petróleo y una política exterior bien armada puede conseguir prácticamente todo lo que se proponga.
Pero Chávez despilfarró el petróleo y el discurso a partes iguales con unas aperturas diplomáticas a Irán, Osetia del Sur, Siria, Libia o Bielorrusia que nunca consiguió capitalizar, ni siquiera con Rusia o China. Esas aperturas hubieran debido convertir a Venezuela en la punta de lanza latinoamericana del revisionismo anti-liberal que capitanean China y Rusia. Pero el caso es que ni Moscú ni Pekín vieron nunca en Chávez nada más que una simpática anécdota. Mientras tanto, fue Brasil el que se colocó como pivote de los BRIC en la región y se convirtió en el principal elemento de proyección internacional de Latinoamérica. Se pongan como se pongan los chavistas, el liderazgo del legado en torno a la pobreza, la igualdad y la democracia en el continente latinoamericano lo tienen Lula da Silva y Dilma Rouseff, no Hugo Chávez y Raúl Castro.
En lugar de pensar en grande, Chávez pensó en pequeño y optó por concentrar todas sus energías en salvar al régimen cubano de su fracaso. Dicho apoyo era comprensible en el contexto venezolano y latinoamericano, donde la causa cubana suele gozar en la izquierda de una simpatía exactamente simétrica a los sarpullidos que genera Estados Unidos. Por razones ideológicas, incluso por el puro cinismo de hacer populismo apoyando a los Castro, se entendía que Venezuela subsidiara a Cuba y la apoyara diplomáticamente. Pero en un momento dado las tornas se invirtieron y Cuba, que iba a ser salvada por Chávez, se convirtió con los asesores de sus servicios secretos y sus médicos tanto en el soporte de la seguridad física del régimen como del propio Chávez. Al final, la cola cubana acabó moviendo al perro bolivariano.
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