El laboratorio de Beppe Grillo
La gestión municipal del Movimiento 5 Estrellas en la ciudad de Parma intenta ser el modelo futuro aunque nace salpicada de claroscuros
El día después de la tormenta perfecta de la política italiana, Parma parece una Italia en miniatura: una ciudad bella hasta quitar el aliento, rica en monumentos e historia, pero herida por años de mala gestión, una red de cohechos y favores entre administradores y poderes económicos, que la hundieron en una deuda de casi mil millones de euros. Sobre esos escombros, en mayo del año pasado, empezaron a brillar las cinco estrellas del Movimiento de Beppe Grillo: su candidato Federico Pizzarotti, 39 años, casado, fue elegido alcalde con el 60% de los votos. Fue la primera gran conquista del movimiento, que por primera vez era llamado a cambiar sus reproches al sistema político por la gestión cotidiana de una de las ciudades más ricas del país (con sus 188.000 habitantes), patria del queso parmesano y sede de grandes empresas como la pasta Barilla.
Marco Vagnozzi, vaqueros y abrigo algo desteñido, 38 años, soltero, tenía un empleo como asesor informático que dejó para presidir el consejo municipal. Activo en el movimiento cuando aún nadie contemplaba que pudiera transformarse en una fuerza política, que, aunque presumiendo de no tener dirigentes, congresos ni líder, se presentó a las elecciones. Y las ganó.
“Representamos el cambio, un plan renove de una clase política que elige a los representantes sin consultar a los ciudadanos y sin criterios de mérito”. Ellos tardaron semanas en seleccionar a los ocho concejales: “Nos dividimos en grupos de especialidades, examinamos los currículos, hicimos entrevistas para sondear la motivación y la profesionalidad de cada uno. Elegimos a gente capacitada y entusiasta de la sociedad civil. No teníamos que respetar ninguna cuota minoritaria interna al partido, complacer a ningún ala, silenciar a ningún disidente”.
Vagnozzi está sentado bajo la estatua de Giuseppe Garibaldi, el hombre que recompuso los reinos de la península bajo una única corona, la de los Savoya, en 1861. Quiere a este país, a su ciudad. “Se merece que la gobierne buena gente, honesta”, dice dando la última calada. Apaga el cigarrillo y no lo tira al suelo, lo guarda en la mano para echarlo al basurero después.
La plaza central de Parma alberga edificios renacentistas, tiendas, bares y muchas bicicletas. En una esquina, un gran arco da la entrada al ayuntamiento. Aquí, en diciembre, el alcalde del movimiento puso un árbol de Navidad ecológico, que se iluminaba cuando los ciudadanos pedaleaban para darle energía: en pocos días rompieron las bicicletas enganchadas al pino y las fiestas fueron un poquito más crueles. Aquí, bajo los soportales de ladrillo visto del antiguo palacio ducal, está aparcado el Opel Zafira, a gas natural y de segunda mano, que lleva el alcalde en sus traslados: la Administración precedente había comprado unos Mercedes, hasta uno “de muchos caballos y con motor eléctrico. Costaba 120.000. Los devolvimos y ahorramos 250.000 euros al año”, exclama Vagnozzi. También se recortaron el sueldo un 10%. El alcalde actual gana unos 3.000 euros.
“Son gestos que no han cambiado la vida de la ciudad. De momento”, sostiene Augusto Pizzi, de 62 años, que regenta el café San Pietro. “Les voté porque me transmitieron entusiasmo, pero sigo esperando. Creo que pagan un poco por su inexperiencia”. “No consiguieron cambiar de paso. El planteamiento siempre es el mismo”, coincide Stefania Corradini, 58 años, funcionaria. Mario Castiglione, de la misma edad, pero carabiniere jubilado, sostiene en cambio: “¿A quién le das tu voto si no a ellos? Al menos, no llevan años metiendo mano en mi bolsillo y todavía no se han corrompido por el poder”.
“La situación que heredamos es devastadora”, se justifica Vagnozzi y añade: “La estamos desmantelando poco a poco”.
Uno de los temas en los que más insisten es el de las obras públicas inútiles: “Los viejos administradores gastaron millones de euros públicos para reformar el mercado a lo largo del río: construyeron una carpa moderna, que no pega nada con el contexto urbano y cedieron los locales municipales a la sociedad que ahora gestiona el área”, señala alargando el brazo sobre una columnata de metal que se apoya en el muro que contiene el río Parma. Sin embargo, la obra pública, aún a medias, contra la cual centraron su campaña, sigue en marcha. “No pudieron parar la incineradora”, apunta Pizzi. Es un polémico vertedero donde quemar las basuras de la ciudad. A las puertas del centro, sería muy contaminante, según los 5 estrellas: “Gastaríamos la tierra que produce el jamón y el parmesano. Un daño terrible”. Sin embargo, no hicieron más que denunciar el encargo de la Administración previa.
Tampoco gusta en la ciudad la gestión de las guarderías y de los asilos, servicios que en la rica y progresista Emilia siempre fueron públicos. Pero Parma es el único punto azul en una zona roja y la Administración de derechas pensó que para librarse de algún gasto podía ceder estos servicios a unas cooperativas privadas. “Los nuevos administradores no solo no invirtieron esta tendencia sino que renovaron el acuerdo con las privadas. A mí hasta me puede entrar en la cabeza que un Ayuntamiento delegue la formación de sus niños a manos privadas. Pero exijo que controle la línea pedagógica”, argumenta Roberta Roberti, profesora de italiano e historia en un instituto. “Además pusieron a la venta dos infraestructuras para ancianos. No sabemos dónde acabarán los que duermen allí”. “De momento, será la inexperiencia, pero la verdad es que parecen navegar costeando”, cierra Pizzi, en el café de la plaza. A ver qué faros encuentran en la tormenta perfecta que se ha formado en Roma.
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