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LEGISLATIVAS ITALIANAS

El incierto resultado electoral en Italia deja las reformas en el aire

El centroizquierda necesita del apoyo de Monti para continuar los cambios económicos que pide Europa pero el primer ministro rechaza apoyar a Bersani

El líder del Partido Democrático, Pier Luigi Bersani, ayer en Roma.
El líder del Partido Democrático, Pier Luigi Bersani, ayer en Roma. E. A. Villa (Getty Images)

A los mercados no les gustan las dudas, y hoy Italia es una gran interrogación inflable a punto de explotar. La cuestión principal no es ya si Pier Luigi Bersani, el candidato del centroizquierda, logrará finalmente ganar las elecciones —en su doble jornada de domingo y lunes—, sino si será capaz de llevar adelante su programa de Gobierno para sacar a Italia de la grave crisis económica que atraviesa. A medida que avanza la campaña aumentan las dudas propias y los nerviosismos ajenos, y aunque el candidato del centroizquierda sigue siendo el favorito en los sondeos, el aparente debilitamiento de Mario Monti hace temer que la Cámara de Diputados, y sobre todo el Senado, puedan convertirse de nuevo en una jaula de grillos imposible de gobernar.

El programa de Bersani, líder del Partido Democrático (PD), no supone ni mucho menos un volantazo arriesgado. Su objetivo es continuar con las reformas emprendidas por Monti —de hecho, muchas de ellas fueron posibles gracias a su voto—, aunque con mucha mayor atención sobre el plano social, moderando los recortes, fomentando la igualdad y prestando mayor atención al mundo del trabajo en dos aspectos principales: ayudas urgentes a la pequeña y mediana empresa —verdadero motor de la economía italiana y al que la crisis está golpeando con especial saña— y la reforma, valga la redundancia, de la llamada “reforma Fornero”. Aquella primera pica en Flandes del Gobierno de Monti, no solo no logró crear más puestos de trabajo, sino que generó numerosos problemas a decenas de miles de prejubilados que por culpa de una reforma laboral construida a toda prisa se quedaron suspendidos en el vacío, sin trabajo y sin jubilación. En resumidas cuentas, el plan de Pier Luigi Bersani se puede sintetizar en dos líneas: continuar con las reformas del gobierno técnico quitándole “rigor Montis” y, como corresponde a un gobierno progresista, intentar que Italia vaya superando sus atrasos en derechos sociales. Bersani contaría de partida con la ventaja de tener ya en Francia a un aliado como François Hollande.

A los mercados no les gustan las dudas y Roma es hoy un gran interrogante

Visto lo visto, Pier Luigi Bersani sería la opción menos mala para quienes, hace un año y tres meses, urdieron la sustitución del mundialmente desacreditado Silvio Berlusconi por el respetado profesor Mario Monti, ex rector de la universidad Bocconi de Milán, excomisario europeo y exasesor de Goldman Sachs. Aquellos patrocinadores —los mercados, Europa, Angela Merkel y hasta el Gobierno de EE UU— hubiesen deseado que Mario Monti siguiera al frente del Gobierno una legislatura más para garantizar la estabilidad de Italia, pero su aterrizaje en la política activa ha sido menos confortable de lo que esperaba. En primer lugar, porque por mucho que el profesor domine el arte de los silencios elocuentes y las verdades a medias, su postura oficial durante un año entero fue que, tras el mandato técnico, volvería a pasar el testigo a los partidos políticos. En segundo lugar, porque los aliados en los que basa su propuesta, Pier Ferdinando Casini y Gianfranco Fini, representan todo lo contrario a lo que propugnaba Monti, una renovación de la cosa pública alejada del egocentrismo, las batallas palaciegas, el aire viciado de la muy viciada casta política italiana. O sea, justo lo contrario de aquello que representan Casini y Fini. Y, finalmente, porque el hasta ahora flemático profesor Monti se ha visto arrastrado sin remedio al rifirrafe diario de la campaña electoral y se ha entregado al juego de las descalificaciones y las promesas. Se ha convertido, a su pesar, en un político más en liza. El resultado es que los últimos sondeos conocidos no le auguraban más que un 13,6% de votos, el cuarto lugar por detrás de Pier Luigi Bersani (34,7%), Silvio Berlusconi (29%) y el fundador del Movimiento 5 Estrellas, Beppe Grillo (16%).

Monti: “No tengo ni tendrá nada que ver con esta coalición de izquierdas”

Por tanto, la siguiente interrogante es si Monti está dispuesto a intercambiar los papeles con Bersani. El líder del centroizquierda ha sostenido el gobierno técnico por un año, a riesgo incluso de fracturar el apoyo de su base social, para que Italia pudiera sacar adelante las reformas urgentes que exigía Bruselas, ¿será capaz ahora Monti de sostener a Bersani? Y, sobre todo, ¿a qué precio? Porque durante la campaña electoral, en más de una ocasión, el profesor ha mostrado su frontal desacuerdo con las posturas políticas de Nichi Vendola, presidente de la región de Apulia y secretario de SEL (Izquierda Ecología y Libertad), uno de los partidos que sostienen la candidatura de Bersani. Vendola, comunista, católico y homosexual declarado, está en las antípodas de Monti, pero Bersani ha dejado claro en más de una ocasión que no piensa sacrificar a su compañero de viaje con tal de obtener el respaldo del hasta ahora primer ministro técnico. El problema es que las invectivas de Monti contra Vendola resucitan en la izquierda un fantasma cierto y cercano. Aquel del último gobierno de Romano Prodi. Tomó posesión el 16 de mayo de 2006 y ya en febrero de 2007 presentó su dimisión por las crecientes divergencias internas. Duró un agónico año más, pero en enero de 2008 tuvo que marcharse. Conjurando aquel recuerdo, Nichi Vendola, ha garantizado: “No seré un elemento de inestabilidad”. Tal vez no tenga ni la ocasión. Las últimas palabras al respecto de Monti han sido: “Con esta coalición de izquierdas no tengo ni tendré nada que ver”. A medida que se acerca la fecha electoral, la interrogación sobre el futuro político de Italia no hace más que aumentar.

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