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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Socialdemocracia en un solo país?

Aunque eviten reconocerlo, Hollande y Francia dependen también de otros europeos

Todo francés que se precie tiene metida la cultura del Estado en el tuétano. Los franceses identificaron el Estado con la nación, utilizando para ello las potentes palancas de la lengua y la escuela. Todo eso ya no es lo que era: el actual Gobierno reconoce que el gasto público “pierde su eficacia”, tras pasar del 52% al 56% de la riqueza nacional en cinco años, sin que el nivel de vida haya progresado. Pero la política mantiene tanto peso que, en el país vecino, un buen demócrata es el que cumple con sus promesas. A Nicolas Sarkozy se le censuró haber terminado su mandato con un 10% de parados, horror, cuando había prometido reducirlo. Y en los meses de gestión de su sucesor, François Hollande, cada informe sobre el aumento del desempleo se vive como un drama.

Que Hollande iba a tropezarse con el muro del dinero era esperado. The Economist no ha tenido empacho en calificar a Francia como “una bomba de relojería en el corazón de Europa”, porque la economía se encuentra estancada, el mercado laboral es muy rígido y las finanzas públicas se deterioran. Pero lo que realmente roe la popularidad del presidente francés son los azotes desde su izquierda. No es que haya vuelto del revés la oferta electoral, pero ha dado prioridad al restablecimiento de las cuentas públicas, al control del déficit o a reducir “los costes de producción” de las empresas. O, como se anunció ayer, a iniciar una rectificación del modelo económico. No era lo esperado por una izquierda que valora la resistencia a los cambios (por ejemplo, al de la fuerte presencia estatal en la economía) y una rápida y contundente labor de redistribución, por ejemplo aumentando mucho más el salario mínimo (que ya es casi el doble que en España).

A Hollande le llaman “social-liberal” o “socialdemócrata”, con aires de crítica. Y si decepciona a la izquierda, enoja a las clases acomodadas con su política fiscal. Esa promesa electoral sí la ha mantenido con el famoso 75% de impuesto para las rentas superiores al millón de euros, pero la censura del Consejo Constitucional le obliga a aparcar una medida con la que lanzaba el mensaje de no lo fía todo a la austeridad y cree en la obtención de más ingresos públicos. Ahora Hollande ha fijado como objetivo número uno el de invertir la curva del paro, “cueste lo que cueste”; fue lo que dijo Zapatero en otro contexto —aunque no ha añadido aquel “y me cueste lo que me cueste”, que el expresidente español agregó a renglón seguido—.

¿Conseguirá Hollande poner en pie una alternativa socialdemócrata, por pragmática que sea, a los rigores de Angela Merkel? Le restan cuatro años largos de mandato y no es improbable que de aquí a entonces se recupere la economía. Pero en realidad, solo le queda 2013 para mostrar que el experimento socialdemócrata “a la francesa” da algunos resultados: en otoño se pondrá en juego el liderazgo de Merkel en las elecciones de Alemania y Hollande sufrirá menos presiones si las urnas germanas dan origen a una coalición democristiana-socialdemócrata. Él sabe que la socialdemocracia en un solo país se antoja un objetivo imposible. Por más que eviten reconocerlo explícitamente, Hollande y su país dependen también de otros europeos.

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