Los atlas del futuro
Las nuevas fuentes de energía cambiarán el mapa del poder mundial
En las épocas de crisis regresa el fatalismo. Las teorías deterministas se abren paso con facilidad. Es el paraíso de la economía, aunque los economistas se equivoquen. Y es el momento propicio para el regreso de la geopolítica —una disciplina interesante pero sospechosa, que utilizaron los nazis para justificar su teoría del espacio vital y su política agresiva y expansionista—, en forma incluso de geoeconomía.
No todo es imperialismo en los conceptos geopolíticos, aunque no hay dudas sobre los orígenes imperialistas de una ciencia que pretende explicar los comportamientos políticos por los condicionamientos del entorno geográfico. Hay también algo reactivo en la recuperación de un pensamiento duro, que observa a los seres humanos desde una perspectiva estratosférica, la de los satélites que nos mandan imágenes de la tierra. Tras las épocas ideológicas, y las épocas de la virtualidad digital como la nuestra, es lógico que surjan reacciones reduccionistas.
El libro de la temporada sobre esta cuestión es La venganza de la geografía. Lo que los mapas nos dicen sobre los próximos conflictos y la batalla contra el destino, del periodista Robert Kaplan, del que basta citar estas frases para percibir su aproximación bien clásica al problema: “La geografía es el telón de fondo de la historia humana misma. A pesar de las distorsiones geográficas, puede ser tan reveladora de las intenciones de largo alcance de los Gobiernos como los conciliábulos secretos. La posición de un país en el mapa es el primer elemento que le define, más que su filosofía de Gobierno”.
Kaplan nos introduce al pensamiento geopolítico pero, sobre todo, nos invita a adoptar una conciencia geográfica a la hora de acercarnos a los conflictos mundiales. Hagámosle algo de caso, sin necesidad de dejarnos convencer ni entrar en debates filosóficos sobre la libertad y el determinismo en la historia de las naciones. Volvamos por un momento a los mapas, aprovechando el año nuevo, momento propicio para interesarse por las noticias que trascienden la novedad de un solo día o una semana.
No nos bastan para este ejercicio los viejos atlas coloreados de geografía física y política, que nos mostraban el patchwork de las fronteras y soberanías nacionales de colores, aunque alguna utilidad pueden tener en un momento de agudización de rivalidades nacionales. En Asia, por ejemplo, donde nos servirán para escudriñar el mar de China en busca del archipiélago de las Spratley, las islas Paracelso o las Diaoyu (Senkaku en japonés), todas ellas disputadas entre China y sus vecinos. O en el Ártico, donde nos permitirán atisbar las futuras rutas de navegación entre Asia y Europa.
Estos son los mapas clásicos de superficie que albergan unos nuevos mapas menos conocidos, pero más interesantes para nuestra época, una nueva cartografía que debe recoger, precisamente, las novedades que nos proporcionan tanto la tecnología como las modificaciones del planeta producidas por el calentamiento global. Las primeras levantan, por ejemplo, la nueva cartografía de los yacimientos de gas y de petróleo que va a revolucionar la economía de la energía. Las segundas, tanto las costas en peligro como los resultados de la fusión en los casquetes polares, de efectos ambivalentes sobre la economía humana: catástrofes de un lado y nuevos recursos del otro.
Basta con centrarnos, de momento, en los efectos de la cartografía del subsuelo terrestre y marino que alberga nuevos yacimientos gasísticos y petrolíferos para concluir muy rápidamente en la utilidad de la geopolítica para entender los tiempos que nos esperan. A los avances en la extracción en fondos marinos a gran profundidad se han añadido los enormes progresos en detección de yacimientos, en extracción horizontal y en el llamado fracking, que consiste en extraer gas o petróleo de los esquistos bituminosos en las profundidades del subsuelo.
Estados Unidos asegurará su suministro de petróleo para los próximos cien años y en 2020 tendrá una total autonomía energética, además de exportar gas licuado al resto del mundo y principalmente a Europa. Hay probabilidades de que Polonia se convierta también en un gigante gasístico, liberado de la dependencia energética de Rusia. Esta última, al igual que los países árabes productores de gas y de petróleo, deberá acomodarse a la nueva situación. Recordemos que el conflicto entre Repsol y Cristina Kirchner tiene su origen en la explotación del yacimiento de Vaca Muerta, una enorme bolsa de arcilla bituminosa.
Las técnicas extractivas, que consisten en inyectar un cóctel de agua y componentes químicas a alta presión, suscitan muchas reservas por sus efectos contaminantes en las aguas subálveas e incluso sobre la salud de las poblaciones afectadas. Pero a la vez estos yacimientos pueden ser una bendición económica, como se espera que le suceda a Barack Obama en su segundo mandato con un boom inmediato del gas y del petróleo de piedra. Habrá que optar.
El mapa del siglo XXI está mutando gracias a la energía oculta e inagotable que hay bajo la superficie de la tierra. Y unas nuevas e inesperadas relaciones de poder nos esperan bajo los nuevos atlas todavía desconocidos.
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