El húngaro Orbán: “Europa se avergüenza de sus raíces cristianas”
El primer ministro húngaro exhibe su perfil religioso en un acto en Madrid con Mayor Oreja, del PP
Una de las armas retóricas predilectas del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, consiste en decir a cada cual lo que quiere escuchar. Si acude a Bruselas a dar explicaciones sobre los embrollos legales que aprueba con la supermayoría que ostenta en el Parlamento —dos tercios de la Cámara—, se muestra abierto al diálogo. Si se dirige a los húngaros, deja claro que en Hungría manda el pueblo y advierte que nadie, ni la UE, ni el FMI, le dice lo que tiene que hacer. Este fin de semana su audiencia eran los asistentes a la conferencia Esperanza y respuesta cristiana a la crisis, organizada por la Fundación Universidad San Pablo CEU. Orbán estuvo en Madrid unas horas y solo vino para esta cita.
Al público lo dejó embelesado. Igualmente entusiasta se mostró el eurodiputado del PP Jaime Mayor Oreja, que presentó a Orbán como “un referente de libertad". Subido a un estrado y junto a un crucifijo en el aula magna, dijo que “a los que tienen un sentimiento cristiano les corresponde un papel de vigías. Dios nos ha nombrado vigías, también a los políticos”. Y lo que hay que vigilar es “que Europa se avergüenza de sus raíces cristianas”. De hecho, Orbán cree que “una Europa cristiana no habría permitido que países enteros se hundieran en la esclavitud al crédito”.
El primer ministro húngaro está convencido que esa filiación cristiana le ha costado cara, a él y a Hungría. En un breve encuentro posterior con periodistas, mientras tomaba un café y se quitaba la corbata, dijo que hay dos motivos por los que se le rechaza en Bruselas: “Primero, por nuestra naturaleza ideológica. Representamos la posición fundamental de los padres fundadores de Europa, de la que creemos que Europa se ha alejado. [Robert] Schuman dijo: ‘Europa será cristiana o no será’. Puede no gustar, pero es legítimo”.
Orbán no mencionó una palabra sobre la ley que obliga a las distintas confesiones húngaras a registrarse como tales si quieren ser reconocidas, con la sola excepción de 14 credos cristianos y de los judíos. El asunto lo está examinando ahora el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Otra corte europea, la de justicia, con sede en Luxemburgo, dictaminó hace una semana contra el Ejecutivo húngaro que no puede adelantar la edad de jubilación de los jueces de los 70 a los 62 años. Detrás de esa maniobra, ahora abortada, sus críticos veían una purga.
La segunda razón que esgrime es económica, y aquí se define como un defensor de los ciudadanos. Hungría atraviesa una segunda recesión en cuatro años y ha recibido críticas por las impredecibles medidas económicas que adopta, que dificultan el crecimiento. Su óptica es esta: “En Hungría hemos creado un sistema económico que se aparta de la doctrina liberal que tantos defienden en Bruselas. Vemos la gestión de la crisis de manera distinta. La UE siempre propone austeridad. Que quitemos la jubilación, que reduzcamos los salarios y otras medidas dolorosas. La carga de la crisis no puede caer sobre las personas. Y es aquí donde estalló la tormenta con Bruselas. Nosotros ponemos impuestos a los bancos y a las grandes empresas. Determinamos el precio de la luz, el agua y el gas, y no permito que se aprovechen de la gente con precios excesivos”. Tras enumerar sus logros, concluye: “Ese modelo no gusta en Bruselas. Así es la vida”.
Pero no solo es la economía lo que ha enfrentado a Hungría con la UE. En el último año y medio, Budapest ha aprobado “360 leyes” y ha emprendido “una renovación total de Hungría en todas sus dimensiones, económica, espiritual...”. Bruselas duda de la calidad democrática del país por la ingente cantidad de reformas legales que, entre otras, socavaban la independencia del Banco Central, la justicia y la libertad de prensa.
Budapest ha tenido que dar marcha atrás en algunas para adaptarse al acervo comunitario. El sábado, Orbán se centró en una de las que generó más polémica, la nueva Constitución, que arranca con la frase “Dios bendiga a los húngaros”. Con un ejemplar traducido al castellano, el primer ministro mencionó su amistad con José María Aznar y destacó como un gran logro el haber conseguido “una Constitución cristiana” para “un país neutro e indiferente a la fe como Hungría”. Como él mismo explicó, “si hoy hiciéramos un referéndum en Hungría sobre el aborto, una mayoría aplastante diría que sí. Por lo tanto, no queremos un referéndum, pero sí hemos puesto un cimiento en la Constitución [sin tocar una ley de 1992 que lo permite], al expresar que la vida del ser humano se protege desde la concepción”. A una pregunta sobre el matrimonio homosexual, ya con periodistas, Orbán contestó que "hay que asumir las diferencias culturales”, pero aseveró tajante que, en Hungría, “es inimaginable”. Al menos en su Hungría.
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