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La Iglesia da carpetazo al ‘Vatileaks’

El escándalo por el robo y difusión de documentos secretos de Benedicto XVI termina con la condena al mayordomo personal y a un informático

El mayordomo del Papa, a la derecha, en el juicio en El Vaticano, en septiembre.
El mayordomo del Papa, a la derecha, en el juicio en El Vaticano, en septiembre.L'OSSERVATORE ROMANO (REUTERS)

La verdad oficial del Vaticano dice que el mayordomo del Papa y su amigo el informático son los únicos culpables del caso Vatileaks, la difusión masiva de documentos secretos de Joseph Ratzinger que pusieron al descubierto las feroces batallas de poder en la Santa Sede. Un mes después de que Paolo Gabriele fuese condenado a 18 meses de prisión por robar la correspondencia de Benedicto XVI, a quien servía como ayudante de cámara desde hacía seis años, el tribunal del Vaticano condenó ayer al informático Claudio Sciarpelletti a cuatro meses de cárcel —que no tendrá que cumplir— por obstruir la investigación. Sciarpelletti ofreció hasta tres versiones distintas sobre quién le había entregado un sobre con documentos que la Gendarmería encontró en su despacho.

El informático fue detenido el pasado 25 de mayo, un día después que Paolo Gabriele. Una llamada anónima realizada desde la Secretaría de Estado informó a los investigadores de la amistad de Sciarpelletti con el mayordomo. Durante la vista oral, William Kloter, vicecomandante de la Guardia Suiza, resaltó la cara de espanto del informático cuando, entre sus papeles, apareció el sobre —ni grande ni pequeño— con la documentación sustraída. La primera versión de Sciarpelletti fue que se lo había dado el mayordomo del Papa, con quien le unía una buena amistad y gustaban de comentar juntos los asuntos, no siempre ejemplares, del Vaticano. Luego se desdijo y acusó a uno de sus jefes, monseñor Carlo Maria Polvani, jefe de la Oficina de Información y Documentación de la Secretaría de Estado. Aquella acusación llevaba veneno dentro.

No solo porque Polvani, en función de su encargo, manejase material sensible, sino porque el sacerdote es nada más y nada menos que sobrino de Carlo Maria Viganò, un nombre crucial en esta historia de intrigas. No en vano, la primera noticia de las guerras intestinas en la cumbre de la Iglesia fue la divulgación de una carta del arzobispo Viganò, actual nuncio en Estados Unidos, en la que avisaba al Papa de diversos casos de corrupción dentro del Vaticano y le pedía no ser reemplazado de su cargo como secretario general del Governatorato —responsable de licitaciones y abastecimientos— para llegar hasta el fondo del asunto. Sin embargo, Benedicto XVI prefirió hacer oídos sordos y enviarlo lejos de Roma.

Durante la vista oral, monseñor Polvani —el sobrino de Viganò— contó que un día del pasado verano, al entrar en el despacho del informático, éste le dirigió unas extrañas palabras que en aquel momento no entendió: “Me dijo que lo había tenido que hacer por sus hijos, por su familia, que yo lo tendría que entender y perdonar”.

Nada se ha sabido de la investigación directa que encargó Ratzinger

En aquel momento —junio o julio pasados— ni Polvani ni prácticamente ninguna persona en el Vaticano sabía que el informático había sido detenido. Tras ser arrestado e interrogado el 25 de mayo, Sciarpelletti pasó una noche en prisión y luego fue puesto en libertad y se reincorporó a su lugar de trabajo. Aunque durante la segunda y última sesión del juicio el propio Paolo Gabriele admitió que fue él quien le confió el sobre con la documentación, el informático insistió en que tal vez sí pero que no se acordaba de nada, que todo sucedió hace demasiado tiempo y que quizá le entregó toda la documentación de una vez o tal vez poco a poco…

El caso es que el aluvión de filtraciones que tuvo en vilo al Vaticano durante varios meses, que sirvió para que el periodista Gianluigi Nuzzi escribiera un libro escandaloso de tremendo éxito y que llevó a L'Osservatore Romano —el diario oficial del Vaticano— a definir a Joseph Ratzinger como “un Papa rodeado por lobos”, se ha quedado prácticamente en nada. La versión oficial del Vaticano es, por el momento, la que recogen las dos sentencias. Que el mayordomo Gabriele robó y filtró la documentación secreta del Papa con la intención de ayudar al Santo Padre y a la Iglesia. Y que el informático Sciarpelletti es un pobre diablo que acusó a diestro y siniestro para quitarse el muerto de encima.

Nada se sabe de la investigación que, por encargo directo de Ratzinger, llevaron adelante tres octogenarios cardenales de su confianza. Nada tampoco de la veracidad o no de aquellas acusaciones de corrupción que le valieron el destierro al arzobispo Viganò. Hay que tener mucha fe, ninguna esperanza e infinita caridad para dar por buena la verdad oficial del Vaticano sobre el llamado caso Vatileaks.

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