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Obama centra sus esperanzas en su maquinaria de movilización del voto

No es casualidad que Obama invite en todos sus mítines a que los espectadores animen a amigos y vecinos a votar por adelantado

Antonio Caño
El presidente Obama llama a un voluntario de su campaña después de votar en Chicago.
El presidente Obama llama a un voluntario de su campaña después de votar en Chicago.MANDEL NGAN (AFP)

Poco después de votar el jueves en Chicago, Barack Obama se reunió con un grupo de voluntarios demócratas y les comunicó la dura realidad: “Podemos perder estas elecciones”. Esta semana, a lo largo de su maratón por ocho estados decisivos, el presidente mantuvo en dos ocasiones tele conferencias con miles de trabajadores de su campaña, con el mismo mensaje: “Si no conseguimos llevar a las urnas todos los votos, podemos perder estas elecciones. La buena noticia es que tenemos votos suficientes para ganarlas, sólo hay que conseguir que voten”.

A diferencia de 2008, esta vez no se trata de sueños, se trata de matemáticas. Mitt Romney ha consolidado una ventaja en las encuestas nacionales, mínima, pero suficiente como para pensar en que puede ser presidente. Los demócratas tienen en sus manos aún impedirlo concentrando su actividad en los tres o cuatro estados en los que en estos momentos se juega el partido y, sobre todo, haciendo uso de un arma en la que, claramente, superan a su rival: la organización de base, el contacto directo con los electores.

La maquinaria del movilización del voto, única en la historia, que la campaña de Obama puso sobre el terreno en 2008 ha sobrevivido prácticamente intacta hasta la fecha. Es más, ha sido corregida y mejorada tras cuatro años de trabajo que comenzaron el mismo día que se ganaron las elecciones de hace cuatro años y no concluirán hasta el 6 de noviembre. Puede que Romney, con el apoyo de poderosos donantes, haya conseguido sobrepasar la recaudación de Obama –ambos presentaron ayer cifras por encima de los 1.000 millones de dólares-, pero, pese a haber mejorado con respecto a 2008, está muy lejos aún en organización popular.

De los tres estados decisivos en estas elecciones, Obama tiene 90 oficinas electorales más que Romney en Ohio, 60 en Florida y 30 en Virginia. En 2008, la campaña de Obama tenía 700 de esas oficinas en todo el país, ahora tiene más de 800. Los demócratas han conseguido registrar para votar medio millón de personas más que los republicanos en Florida y 125.000 más en Nevada, por mencionar solo los casos de estados electoralmente oscilantes.

Ahora se trata de que esos registrados acudan a votar y, para evitar problemas de última hora, que son frecuentes en los estados más competitivos y que suelen perjudicar más a los votantes demócratas, la campaña de Obama intenta que sus votantes vayan a las urnas con antelación, lo que es legalmente posible en la mayor parte de Estados Unidos.

El presidente ha votado antes, precisamente, para dar ejemplo. En años anteriores, especialmente en un punto tan delicado como Ohio, se registraron problemas en varios colegios que dejaron sin votar a miles de ciudadanos, mayormente afroamericanos. En Florida, Colorado o Nevada, una gran parte de los votantes latinos, cuya participación es determinante, están sometidos a horarios laborales o viven en lugares que les hace difícil el desplazamiento a las urnas en un día preciso.

La campaña de Obama ya está teniendo bastante éxito en esta operación. Entre los votantes anticipados, que pueden llegar a ser mayoría en algunos estados o cerca de la mitad en otros, Obama va por delante con diferencia de, a veces, más de 20 puntos. Ahora es necesario completar ese trabajo el próximo día 6.

Las razones por las que algunas personas no votan son, frecuentemente, aleatorias. Igual que se quedan en casa, podrían decidir votar si se les crea el incentivo adecuado. No es por casualidad que Obama, en cada uno de sus mítines, anima a los presentes a hablar con sus vecinos para invitarlos a votar, y a los jóvenes, a que se ofrezcan a llevar a sus abuelos hasta los centros de votación.

El director de la campaña de Obama, Jim Messina, ha confesado al periodista Ryan Lizza, de The New Yorker, que su biblia es el libro Get Out the Vote, de los profesores Donald Green y Alan Gerber, que sostienen que los millones de panfletos que se distribuyen estos días no valen para nada, que las miles de llamadas telefónicas que los partidos hacen a las familias estos días no valen para nada, que lo único que vale es el contacto personal, porque, según ellos, “muchos votantes solo votan cuando sienten que otros les observan, cuando sienten que su actitud deja constancia pública”.

Con ese propósito, los voluntarios de Obama, que no están tan emocionalmente comprometidos como hace cuatro pero sí lo suficiente como para tratar de impedir que gane Romney, se meten en peluquerías, cafeterías, iglesias, centros cívicos, penetran en todos los entornos en los que es posible discutir sobre la necesidad de votar.

Esa capacidad de movilización puede ahora verse contrarrestada por el factor de motivación, que esta vez favorece a Romney. Nadie puede llevar a las urnas a quien, definitivamente, no quiere hacerlo. Pero la motivación pesa más sobre aquel que, a estas alturas, tiene ya claramente decidido su voto. Y son los indecisos los que cuentan en estas horas finales.

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