Obama, ante el reto de mostrar un proyecto para su segundo mandato
El último debate presidencial se centra en política exterior
Completada la serie de debates electorales, Barack Obama tiene aún dos semanas por delante para convencer a los norteamericanos de que tiene un proyecto para un segundo mandato, algo que no ha conseguido enteramente en esta campaña y la principal razón por la que su victoria está en peligro en estos momentos.
El último debate, que se celebró en Boca Ratón (Florida), estuvo dedicado a la política exterior, un asunto que no es de preocupación inmediata de los votantes, pero que podría ser una oportunidad para comparar la estatura presidencial y la visión de los dos candidatos. No se juzgó tanto lo que cada uno de ellos piensa sobre determinado conflicto internacional, sino cuál de los dos está más capacitado para defender los intereses de Estados Unidos. Pudo ser también una excusa para que Obama mire hacia el futuro y le dé a sus compatriotas razones por las que merece seguir en la Casa Blanca.
Es un axioma de la política que las elecciones no las gana el aspirante sino que las pierde el gobernante en el poder. Si Obama pierde estas elecciones, lo que no se puede descartar, a juzgar por el estado actual de los sondeos, se recordará siempre que las perdió en ese desastroso debate del 3 de octubre en Denver, en el que todo cambió.
Hasta ese momento, el presidente estaba por delante en todos los sondeos y gozaba de ventaja asimismo en todos los Estados decisivos para el resultado final. La duda al comienzo de octubre no era si Obama ganaría, sino el margen por el que lo haría. Hoy es Mitt Romney quien está al frente o empatado en la mayoría de las encuestas, y su situación en los Estados decisivos ha mejorado tanto como para estar en condiciones de obtener la victoria en muchos de ellos, los suficientes como para ser presidente.
Obama ganó el segundo debate, celebrado el día 16 en Nueva York, y con ello contuvo su caída en las encuestas y frenó la iniciativa tomada por su rival. Pero no fue suficiente como para provocar otro vuelco a su favor porque algunas de las incertidumbres surgidas en Denver sobrevivieron y sobreviven.
El mayor pecado de Obama en Denver fue el de que, con su actitud mortecina y displicente, no solo se mostró ante sus compatriotas como un hombre abatido, sino como un político con un proyecto agotado. El problema de Obama desde entonces no es que no se valoren sus primeros cuatro años –su gestión tiene una aprobación del 50%, en los niveles más altos de los últimos dos años y similar a la que tenía George Bush en 2004-. Tampoco es que su contrincante se haya revelado de repente como una alternativa esperanzadora, no. El principal problema de Obama es que no ha sido capaz hasta ahora de articular una convincente propuesta sobre lo que hará con cuatro años más, lo que, coincidiendo con una economía todavía débil, ha hecho pensar a los norteamericanos en la posibilidad de intentar otro camino.
El lema con el que la campaña de Obama intenta ganar los importantes Estados industriales del medio oeste, “Bin Laden está muerto, General Motors está vivo”, resume impecablemente dos de los méritos principales de su presidencia, pero no responde a la duda sobre el futuro.
Tal como muestran las encuestas, los norteamericanos aprecian algunas de las cosas que se han hecho hasta ahora. El paro ha descendido, sobre todo, precisamente, en esos estados decisivos, y el optimismo general de la población ha aumentado. Pero el temor a un estancamiento o una recaída de la economía no ha desaparecido, y los ciudadanos necesitan garantías más sólidas de que el futuro va a ser mejor.
Romney no se las da, o no se las da con pruebas tangibles. Pero Obama tampoco, y, en esa situación, la idea de cambiar de caballo es muy tentadora.
La campaña de Obama dedicó todo el tiempo transcurrido entre las convenciones y los debates, y ya antes, durante todo este año, a desacreditar la figura de Romney. Hizo un buen trabajo, con datos, por lo general, ciertos. Pero se olvidó de potenciar a su propio candidato. Ahora, Romney, ayudado por el deseo de victoria de su partido, se ha permitido un giro al centro que le ha dado una mejor imagen ante el público. Y el presidente se ha quedado con pocos argumentos y con poco oxígeno, quizá insuficiente para llegar a la meta.
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