Muere George McGovern, el gran pacifista norteamericano
El veterano demócrata sufrió una gran derrota contra Richard Nixon en 1972
A George McGovern se le recordará por algo de lo que el estaría orgulloso, y por algo que no consiguió, muy a su pesar. Queda aun presente, aún a día de hoy, su furiosa oposición a la guerra de Vietnam. Y permanece también para el recuerdo su estrepitosa derrota frente a Richard Nixon en las elecciones de 1972, una de las mayores debacles en la historia del Partido Demócrata. El veterano político, que fue legislador por Dakota del Sur durante 24 años, falleció este domingo en ese Estado, a los 90 años, a causa de un cáncer.
La principal propuesta electoral de McGovern era acabar con la guerra de Vietnam, que él consideraba inmoral, a cambio de la liberación de los presos de guerra en manos del Vietcong. El candidato había sido, de hecho, el primer congresista en hablar públicamente contra la guerra, en un discurso en el Capitolio en 1963. En aquella época, ningún legislador, excepto McGovern, osaba romper filas con el Gobierno respecto al conflicto en Asia. Finalmente, McGovern haría de ello su bandera en 1972.
Eran aquellos años convulsos. Nixon había polarizado a la nación. Los pacifistas se le enfrentaban. Pero una gran mayoría silenciosa apoyaba al presidente, recelosa del pacifismo y la psicodelia. El columnista conservador Robert Novak ayudó a difundir un lema no oficial para la campaña de McGovern, del que los operativos de Nixon se apropiaron con presteza: “Amnistía, aborto y ácido”. Era uno de los candidatos más a la izquierda que había visto EE UU. Y Nixon debía aprovechar la circunstancia.
No sólo eso le sirvió al presidente. Receloso por naturaleza, hizo que un grupo de asociados se infiltraran en el hotel Watergate, donde tenía sus oficinas centrales el Partido Demócrata, para espiar a sus oficiales. Aquello acabaría por hacer caer al presidente, dos años después. Pero entonces aún quedaban dos años en que Nixon orquestaría la mayor operación de engaño a la nación para lograr la mayor victoria de su larga vida política.
En un ejemplo de la pujanza de la televisión y de una política cautiva de ella, a McGovern le dañó que en la convención de su partido, en Miami, unas acaloradas negociaciones en su Partido retrasaran su discurso de aceptación a las tres de la madrugada. Solo 3,6 millones de personas le vieron. En principio eligió como compañero de candidatura al senador Thomas Eagleton, quien se vio obligado a dimitir cuando se supo que había recibido terapia de electrochoque por una crisis de nervios.
McGovern sufrió una de las mayores derrotas de la historia de la nación. Nixon logró 47 millones de votos. McGovern, 29 millones. El demócrata solo ganó Massachusetts y la capital federal. En el colegio electoral, el presidente logró 520 votos y McGovern, unos irrisorios 49. Este no llamó a Nixon. Se limitó a mandarle un telegrama: “Espero que en los próximos cuatro años nos lleve a una época de paz en el extranjero”. La guerra acabó formalmente en 1975. El número de soldados de EE UU muertos: 58.220.
Nacido en la pequeña localidad de Avon, en Dakota del Sur, en 1922, McGovern se alistó de joven en el Ejército. Sirvió en Italia en la Segunda Guerra Mundial. Allí vio con sus ojos los desastres de la guerra: la miseria, la pobreza, el hambre. Participó en el bombardeo de puestos nazis en Checoslovaquia, Austria, Polonia y Alemania. Tras volver a casa, acabó sus estudios y decidió dedicarse a la política. Sirvió, finalmente, en el Capitolio federal desde 1957 hasta 1981.
En sus últimos años, el veterano político fue la conciencia a la izquierda del Partido Demócrata, alguien que podía permitirse ir por libre, para tratar de contener un viraje al centro de su grupo político durante los años de reaganismo. En 1984 se presentó, de nuevo, a las primarias presidenciales. Sabía que eran una causa perdida. Pero empleó su campaña para poner sobre la mesa asuntos que pocos se atrevían discutir: desmilitarizacióm, desnuclearización, desarme, derechos civiles, igualdad de género.
Para el recuerdo de esta voz anómala en Washington, queda una de sus frases, que desde que la pronunciara en los años 70 ha sido inspiración y lema para pacifistas de todo el mundo: “Estoy harto de esos hombres viejos que sueñan con guerras a las que los hombres jóvenes van finalmente a morir”.
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