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Un candidato consecuente

Santorum ganó por sorpresa en Iowa y siguió acumulando victorias en Estados conservadores Ha defendido enardecidamente la no separación de religión y Estado

Bush (derecha) y Santorum hacen campaña en Pensilvania en 2005.
Bush (derecha) y Santorum hacen campaña en Pensilvania en 2005. PABLO MARTINEZ MONSIVAIS (The Associated Press)

Rick Santorum irrumpió en las primarias republicanas por sorpresa. De ser un candidato poco conocido, con muy modestos resultados en todas las encuestas, pasó a pugnar con Mitt Romney por la nominación, gracias a una inesperada victoria en los caucuses de Iowa, la primera cita electoral del año. Marcando un notable contraste con Romney, un candidato millonario, Santorum se dedicó a recorrer los 99 condados de Iowa en una modesta camioneta, llamando de puerta en puerta, explicando sus propuestas a los vecinos directamente.

Santorum tuvo la suerte de ser el candidato que ascendió en las encuestas, auspiciado por las bases conservadoras y el movimiento ultra del Tea Party, justo al inicio de las elecciones, después de que subieran y cayeran en esos mismos sondeos otros políticos fugaces, como la congresista Michele Bachmann, el empresario Herman Cain o el expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. Su popularidad entre el sector más conservador de su partido le catapultó a 11 victorias, que llevaron a Romney a invertir más dinero del que había previsto en diversos Estados muy contestados.

El crucial fue Michigan. Allí, en febrero, Santorum llegó con ventaja en las encuestas. Fueron duros momentos para Romney, nacido en Detroit y cuyo padre había sido gobernador allí, en los años 60. Romney y sus grupos políticos asociados se gastaron 4,3 millones de dólares, para ganar sólo por 32.000 votos, con dos delegados de diferencia. Situaciones similares se repitieron en Estados como Ohio y Wisconsin, en los que quedó claro que Romney podía ganar, con buenos resultados en centros urbanos, pero a coste de invertir grandes cantidades de dinero en anuncios.

¿Por qué elegir a un candidato débil, como Romney, que ha aprobado una reforma sanitaria similar a la de Obama?", solía preguntar Santorum en sus mítines.

Mientras, Santorum fue acumulando triunfos en los Estados tradicionalmente republicanos, bastiones de la derecha con una gran cantidad de votantes evangélicos, como Oklahoma, Tennessee, Misisipi o Alabama. Las suyas fueron las críticas más duras a Romney, a quien acusó, sobre todo, de haber aprobado, cuando era Gobernador de Massachusetts, una reforma sanitaria idéntica a la del presidente Barack Obama. “¿Por qué íbamos a elegir a un candidato que no podrá debatir de forma eficiente en un asunto tan importante?”, solía decir en sus mítines.

La campaña de Santorum comenzó sin más organización que una camioneta y un acompañante. Frente al nutrido séquito de Romney, se dedicaba a viajar con miembros de su familia. Sólo pasadas unas semanas, cuando parecía tener opciones de ganar la nominación, la Casa Blanca le ofreció protección del Servicio Secreto. Dependía en gran medida de voluntarios, votantes fascinados por sus ideas ultraconservadoras, que se centran en el rechazo al aborto, a las uniones gais y a la expansión del poder del Gobierno federal.

En sus mítines solía citar siempre de memoria su parte preferida de la Declaración de Independencia, la que dice: “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables”. El énfasis, siempre, en “creador”, para demostrar que la democracia en EE UU depende de la religión.

Tal fue su lealtad a Bush que le brindó su apoyo incondicional en las elecciones de 2006 y perdió su escaño por casi 20 puntos.

En una entrevista de televisión dijo que un famoso discurso de John F. Kennedy en el que defendió una separación entre Iglesia y Estado absoluta, le daba “ganas de vomitar”. Era un desafío a la laicidad del Estado y una muestra de que, como candidato, Santorum era, ante todo, consecuente. No temía soliviantar a los votantes independientes si eso significaba reafirmar su conservadurismo. En cierto modo, ese rasgo de su carácter le hizo perder su escaño del Senado en 2006.

Entonces, en campaña electoral, defendió las políticas de la Casa Blanca más enardecidamente que el entonces presidente, George W. Bush. Justo fue el año en el que la impopularidad de la guerra de Irak y de las políticas republicanas le dio a los demócratas la mayoría en las dos cámaras del Capitolio. Y se derrumbó con fuerza. Perdió la reelección por 18 puntos, el mayor margen de derrota de un Senador en activo del que se tiene conocimiento. Ahora, ante el inevitable ascenso de Romney, ha decidido quitarse de en medio antes de que sean las urnas las que le vuelvan a enviar a casa.

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