Los Hermanos Musulmanes, en la encrucijada
En los próximos meses, el movimiento, considerado el padre del islamismo moderno, deberá tomar importantes decisiones que modelarán el Egipto pos-Mubarak y revelarán qué gobierno piensan para el país
Desde que Hassan al-Banna, un profesor de árabe con fuertes convicciones religiosas, fundara los Hermanos Musulmanes en Ismailiya en 1928, el movimiento islamista ha pasado por todo tipo de penurias: clandestinidad, torturas en las cárceles, el asesinato de sus líderes, etc. De un plumazo, la primavera árabe cambió esta atribulada historia, situando al grupo frente a su más viejo anhelo: asumir las riendas del poder en Egipto.
Después de haberse quedado a un paso de la mayoría absoluta en la Asamblea Popular, el Partido de la Libertad y la Justicia (PLJ), la marca electoral de los Hermanos Musulmanes, arrasó en las elecciones al Consejo de la Shura, la cámara alta. En concreto, obtuvo casi el 60% de los escaños. Con estos resultados, el PLJ gozará de un amplio margen de maniobra, pues podrá formar sólidas alianzas de gobierno tanto con la coalición salafista Nour, representante del islamismo radical, como con los partidos laicos.
En los próximos meses, el movimiento, considerado el padre del islamismo moderno, deberá tomar importantes decisiones que modelarán el Egipto pos-Mubarak, desde la elección de los miembros de la asamblea constituyente, a cuál es el candidato que apoyarán en las presidenciales de principios de verano.
“Nuestra prioridad es llegar a acuerdos transversales, no ideológicos, para construir un nuevo sistema político. Esta es una fase delicada, en la que aún no se ha derribado el antiguo régimen, ni edificado el nuevo”, explica a EL PAÍS Abdel Moaid Zaki, máximo responsable del PLJ en la populosa provincia de Giza, que abarca buena parte de El Cairo. “Estamos abiertos a pactos en base a una agenda común con todas las fuerzas políticas, liberales, izquierdistas, laicas, etc”.
Este discurso moderado encaja perfectamente con el que la organización ha mantenido desde mediados de los años setenta, cuando renunció formalmente a la violencia. Los Hermanos Musulmanes contaron en sus primeras décadas de vida con un brazo armado secreto, e intentaron derribar al gobierno en más de una ocasión. Es este bagaje histórico, además de la intolerancia hacia las minorías religiosas y los derechos de la mujer expresada por algunos de sus líderes, que hace dudar a muchos egipcios de las verdaderas intenciones de la Hermandad.
“Siempre han tenido dos caras, una es la que muestran a los medios de comunicación, sobre todo a los extranjeros, y la otra aparece a puerta cerrada, en sus reuniones”, sostiene Khaled Dawud, un analista político del periódico Al Ahram que cubrió durante años al movimiento islamista. Ante el temor de que la Junta Militar o EE UU apostaran por suspender la transición tras su victoria electoral, los dirigentes islamistas han acentuado versión más moderada, abrazando los acuerdos de Camp David, y la creación de un Estado de Derecho que no discrimine en función de religión o sexo.
La teoría de “las dos caras” ha sido muy popular durante lustros también entre académicos y think tanks de los países occidentales. Este discurso se ve respaldado por el hecho de que sus dirigentes, a diferencia de los líderes del Ennahda tunecino o del AKP turco, no han estado sometidos a la influencia de la cultura política occidental. “Se habla mucho del modelo Erdogan, pero cuando él visitó Egipto el pasado verano, los Hermanos rechazaron el modelo de laicidad vigente en Turquía. Creo que es revelador”, añade Dawud.
Después de más de ocho décadas de persecución y ostracismo, la Hermandad se dispone a asumir las riendas de Egipto por primera vez, lo que servirá para poner fin a los interminables debates sobre cuáles son sus verdaderas intenciones, y hasta qué grado pretenden llevar la islamización del país.
En los próximos meses, el movimiento deberá tomar importantes decisiones que modelarán el Egipto pos-Mubarak,
Sin embargo, antes de que los islamistas puedan dominar la escena política egipcia y formar gobierno, es necesario concluir la fase de transición pilotada por el ejército, poder omnímodo desde hace 60 años. En sus relaciones con la Junta Militar, los Hermanos han actuado con una enorme cautela, evitando cualquier tipo de fricción, lo que ha llevado a muchos observadores a considerar que existe un pacto secreto entre ambos para repartirse el poder en el Egipto pos-Mubarak.
“No tenemos ningún pacto secreto. El ejército se debe someter al poder político en la nueva Constitución. La Junta debe entender que tenemos unas líneas rojas que no puede traspasar. Por ejemplo, no es aceptable que esté involucrado en la economía y no rinda cuenta de sus acciones”, afirma Zaki, un veterano y reputado ingeniero industrial.
La principal diferencia entre la visión de los Hermanos que se tiene dentro de Egipto y fuera, en Occidente, hace referencia a su pragmatismo. En Europa, y sobre todo EE UU, se les suele percibir como un grupo fanático y dogmático, inflexible en su objetivo de aplicar la sharia, o ley islámica. En cambio, en el país del Nilo se les considera el ejemplo por antonomasia del político oportunista, especialista en el regate corto, y motivado por un único fin: aumentar su parcela de poder.
Quizás, este atributo, y no tanto las doctrinas establecidas en sus documentos internos, sea la mejor brújula para interpretar y predecir los próximos pasos de la Hermandad. Tanto la probable persistencia del ejército como un poder fáctico, como la realidad geostratégica de la región, y sobre todo, la delicada situación de la economía desaconsejan cualquier radicalismo de corte islamista. De hecho, al ser preguntados por la posibilidad de prohibir los bikinis o el alcohol, los líderes del PLJ responden “estar preocupados sólo por los verdaderos desafíos del país, y no estas cuestiones secundarias”.
Y es que los Hermanos son conscientes de que el principal mandato que recibieron de las urnas fue el mejorar las condiciones de vida de una sociedad con una tasa de pobreza del 40%, y que experimentó un gran incremento de las desigualdades sociales durante el régimen Mubarak. “No harán ninguna locura, ni caerán rendidos ante los cantos de sirena salafistas. Como referentes del proyecto islamista en la región, saben de su responsabilidad histórica. Lo que está por ver es si tienen respuestas a los acuciantes problemas de Egipto”, opina Samer Soliman, profesor de la Universidad Americana de El Cairo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.