Los regresistas
Tras destruir la mitología entera del progreso, toca ahora construir una nueva: la del regreso. Es probable que corresponda a uno de esos movimientos pendulares que nos hemos imaginado para comprender los cambios que suceden de forma sincronizada en las mentes humanas y que nos llevan a votar a partidos similares que hacen políticas muy parecidas y utilizan argumentos idénticos en zonas extensas del planeta. Pero vamos a vivirlo como si fueran verdades eternas, aunque dentro de muy pocos años un nuevo cambio de los vientos nos haga recuperar otra vez lo que ahora estamos abandonando.
Regresamos al capitalismo manchesteriano para competir con China, donde sus dirigentes hicieron un movimiento pendular bastante más brusco que el nuestro cuando pasaron directamente del comunismo a los tiempos en que Marx y Engels observaban la acumulación primitiva de capital mediante el trabajo infantil y las jornadas interminables.
Lo mismo sucede con la protección social, la cobertura de salud o la política medioambiental. Regresamos a etapas anteriores para poder competir en condiciones con los trabajadores y las industrias de los países emergentes donde todavía no han alcanzado lo que nosotros ya dábamos por conquistado. Olvidamos con frecuencia que el regreso de unos es el progreso de otros.
La ideología del regreso es vivida por unos con regocijo. Sabemos quiénes son, con mundo globalizado o sin él. Siempre prefirieron las glorias de las viejas sociedades jerárquicas y autoritarias, la democracia censitaria, up and down, ley y orden. Otros lo viven como el hundimiento de un mundo que nunca volverá. Los regresistas más genuinos, que no son pocos, intentan colarnos de matute su mercancía más vieja y averiada, que afecta a los derechos individuales, la igualdad entre sexos o la separación entre iglesia y Estado. Algunos se atreven a calificar de progresistas sus más reaccionarias propuestas —al revés te lo digo para que me entiendas—, como situar en pie de igualdad o por encima los derechos del embrión humano sobre los de la mujer.
Todos los regresistas, los felices y los amargados, están tan equivocados como los progresistas de antaño, sobre todo en su respectivamente frívola o fatalista contribución al mito. Así como hubo un antiprogresismo que actuó eficazmente en la demolición de ídolos y fetiches, se necesita un antirregresismo que impida adorar el retorno de las viejas naciones, los populismos extremistas, el racismo y la xenofobia, las guerras frías o calientes, y la correspondiente demolición de las construcciones mayores del progreso europeo. No habría mayor regreso que la pérdida de los valores ilustrados europeos y su sustitución por viejos valores regresistas de las nuevas potencias que progresan y emergen.
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