Oro negro a cambio de arroz
Teherán recurre al trueque frente a las sanciones, pero los iraníes temen una subida de precios
El arroz humeante sigue llegando en porciones generosas a las mesas del Shandiz, un popular restaurante del norte de Teherán. Los iraníes adoran su arroz, hervido dos veces, reposado para que evapore el agua y servido con mantequilla. Es su alimento básico. Acompaña al cordero, al pollo y a cualquier verdura. No hay comida sin arroz. Pero el grano largo que se produce en Golestán hace ya mucho que se quedó escaso, obligando a comprar basmati de India y Pakistán. Ahora, las sanciones internacionales dificultan ésas y otras importaciones, lo que ha llevado al Gobierno iraní a ofrecer el pago en lingotes de oro o cargamentos de petróleo.
El recurso a ese trueque es el resultado de las crecientes restricciones financieras que EE UU y la UE han impuesto a Irán a causa de su programa nuclear. Las nuevas sanciones no impiden que se le vendan alimentos, pero obstaculizan su cobro en los mercados internacionales. Según la agencia Reuters, que ha entrevistado a agentes de materias primas en todo el mundo, Teherán está teniendo problemas para conseguir arroz, aceite de cocina, piensos y té. En algunos casos, barcos con cereales se han negado a descargar hasta que sus consignatarios han recibido el dinero.
“De momento, yo no he notado desabastecimiento”, asegura un ama de casa del barrio tehraní de Yusefabad, quien sin embargo no esconde su preocupación por el aumento de los precios. “La inflación es increíble. El enfrentamiento con EE UU y la mala gestión de nuestros gobernantes nos están costando muy caro”, añade. Ella y su marido, que trabaja como consultor autónomo, hace ya meses que decidieron guardar sus ahorros en euros ante el declive del rial iraní. Ya, hasta eso resulta difícil porque el Gobierno ha impuesto limitaciones a la compra de divisas y el precio del oro, otro refugio, se ha disparado.
Un 48% de los 74 millones de iraníes tuvo dificultades para llegar a fin de mes en 2011
El matrimonio ve en peligro el viaje a Europa que planeaban para las próximas fiestas de Nouruz, el año nuevo iraní que se celebra el 21 de marzo. Pero son afortunados. Según una encuesta de Gallup, un 48% de los 74 millones de iraníes tuvo dificultades para llegar a fin de mes en algún momento del año pasado, más del triple que quienes se declararon en esa situación en 2005. Y las perspectivas no parecen mejores. El mismo sondeo asegura que casi dos tercios de los iraníes piensan que las nuevas sanciones van a dañar su nivel de vida.
“Muchos de nuestros amigos y familiares están llenando la despensas, no por el temor a una guerra, sino porque creen que los precios subirán mucho después de Nouruz”, explica el consultor.
Los dirigentes iraníes, que solían desestimar las sanciones como “guerra psicológica”, han empezado a reconocer su efecto. “Nuestros bancos ya no pueden hacer transacciones internacionales”, admitió el presidente Mahmud Ahmadineyad ante el Parlamento el pasado noviembre. Más recientemente, el embajador ante la ONU, Mohammad Khazaei, ha hablado del “dolor que infligen las sanciones”. Y el gobernador del Banco Central, Mahmud Bahmaní, ha dicho que el país necesita actuar “como si se encontrara en estado de sitio”.
"Nos amenazan con un ataque para presionar al sistema a volver a negociar el caso nuclear"
La creciente preocupación por las consecuencias de esta crisis está reforzando las divisiones dentro de la élite gobernante, o al menos haciéndolas más visibles. Las críticas al líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí, ya no son patrimonio exclusivo de disidentes o reformistas. El Gobierno responsabiliza de las dificultades a la intransigencia de quienes frenaron el acuerdo de intercambio de combustible que Ahmadineyad respaldó en noviembre de 2009, un asunto en el que, como en todos los de seguridad nacional, el líder supremo tiene la última palabra.
Por ahí van sin duda las esperanzas de los países que han impulsado las sanciones. Sin embargo, esos problemas también pueden alentar los sentimientos anti occidentales de los iraníes y de paso reforzar su apoyo al régimen. Tal es el riesgo que se desprende del bajo nivel de simpatía hacia los dirigentes de EE UU, Reino Unido o Alemania que refleja la encuesta de Gallup. Incluso quienes se muestran críticos con el sistema islámico, consideran injusto que se les haga pagar por sus acciones y se muestran escépticos sobre los resultados.
“No sabemos quién se está beneficiando con las variaciones en la cotización, pero lo que es seguro es que alguien está sacando partido”, declara una profesora. Al igual que otros miembros de la menguante clase media, esta mujer ve como se deprecia el valor de su sueldo mientras quienes disponen de recursos y conexiones están haciendo el negocio de su vida comprando dólares al precio oficial (algo que los particulares solo pueden hacer en cantidades limitadas) y vendiéndolos por un importante beneficio en el mercado negro. Las malas lenguas incluso sostienen que es una maniobra de Ahmadineyad para favorecer a sus amigotes.
El deterioro de la economía preocupa mucho más que la amenaza de un ataque israelí. Los iraníes están vacunados contra los rumores de guerra. Ya los oyeron poco después de la invasión de Irak en 2003. En su día, hubo quienes consideraron una intervención estadounidense como una forma para acabar con el régimen islámico, pero no piensan lo mismo de una eventual ofensiva de Israel.
“Nos amenazan con un ataque para presionar al sistema a volver a negociar el caso nuclear; no me parece muy probable porque la situación regional de Israel se ha complicado mucho", señala Mahmud, un estudiante de química.
La mención de Israel concita un rechazo casi unánime. Casi todos los consultados responsabilizan a sus dirigentes y a los palestinos de los problemas de Oriente Próximo, y opinan que Irán debe vengarse si las amenazas de ese país se transforman en agresión. “Si Israel nos ataca, nosotros tenemos que responder, pero mientras Irán soborne a otros países con su petróleo, esto no ocurrirá", opina Nilufar, una estudiante de ingeniería.
Pero las mismas dificultades que Teherán encuentra para pagar sus importaciones, afectan también al cobro de sus exportaciones. Así que el crudo empieza a acumularse en los depósitos de almacenamiento. Y como es la fuente del 80%-90% de los ingresos en divisas del país, cada día que pasa aumenta el riesgo de que las mesas iraníes se queden sin arroz.
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