Temor a acciones gadafistas en el aniversario de la revolución libia
Unos 125.000 hombres armados forman cientos de milicias distintas que controlan el país
“¡Mira esto!”. Fahmi, comerciante, observa desconcertado la escuela para adultos en el barrio de Berka, en Bengasi. De un día para otro, una milicia ha tomado posesión del edificio por el procedimiento expeditivo de destruir el muro de la entrada. “Hacen lo que les da la gana. ¿Pero qué se han creído? ¿Un nuevo ejército?”.
Lo son, de hecho. Derribada la dictadura de Muamar el Gadafi después de una guerra de nueve meses y 30.000 muertos, en Libia reinan las milicias. Entre 100 y 300, según las fuentes. Más de 125.000 hombres armados.
Con una policía diezmada e insignificante, y un Ejército debilitado ya por Gadafi -que creó sus propias fuerzas paramilitares- y luego machacado por la OTAN, estas milicias ciudadanas controlan la seguridad, pero actúan sin rendir cuentas y sin más límites que los que sus jefes -u otras milicias rivales- imponen. Son la principal garantía para la transición libia. Pero también la principal amenaza.
Desarmar las milicias va a ser un problema. Hace falta un plan para integrarlas en el Ejército y la policía, y someterlas a disciplina” General Adel ben Omran
En Bengasi, cada atardecer, los zowar (revolucionarios), como prefieren llamarse, toman posiciones en los cruces y plazas de la ciudad, con sus fusiles Kaláshnikov y camionetas con ametralladoras antiaéreas. A punto de cumplirse el primer aniversario de la revuelta, el próximo 17 de febrero, la capital del este de Libia, cuna de la rebelión, está en estado de alerta. Y no solo por los quintacolumnistas de Gadafi. Las nuevas autoridades, desgastadas por las divisiones internas y los permanentes cuestionamientos a su legitimidad, temen sobre todo las protestas de los ciudadanos, cada vez más impacientes ante la falta de resultados.
“Hemos encendido la luz roja. La gente tiene demandas, y hay quien puede usar esto para crear problemas”, explica Suleiman, antes químico y hoy un dirigente de la brigada 17 de Febrero. Ya en diciembre hubo manifestaciones para exigir más transparencia y la sede del Consejo Nacional de Transición (CNT), una suerte de Parlamento interino, fue atacada con granadas.
En Bengasi, las principales milicias han constituido la Unión de Fuerzas Revolucionarias, que agrupa a 12.000 hombres repartidos en unas 40 katibas, o brigadas, del este del país. La coalición ha prometido obediencia a las autoridades y se coordina con el Ejército y la policía.
No faltan los grupos que van por libre, como la brigada islamista Libia al Hurra. El sábado dinamitaron la estatua de Nasser, el líder panarabista egipcio admirado por Gadafi. Pese a todo, las armas y los tiroteos han desaparecido de las calles.
“En Bengasi las cosas marchan más o menos bien. Pero Trípoli es un desastre”, comenta el general Adel ben Omran. Las milicias que liberaron la capital, llegadas de otras poblaciones, han impuesto la ley de la selva. Los choques entre las poderosas brigadas de Misrata y las de Zintan (que controlan el aeropuerto) han sido frecuentes en los últimos meses. El pillaje y los robos han hartado a la población, que exige, en vano, la retirada de los grupos armados.
Los enfrentamientos se suceden también en las Montañas Occidentales. En un juego de equilibrios políticos, visto con recelo desde Bengasi, el Gobierno provisional ha nombrado al frente de Defensa e Interior a jefes milicianos de Zintan y de Misrata, respectivamente.
“Desarmar las milicias va a ser un problema. Hace falta un plan para integrarlas en el Ejército y la policía, y someterlas a disciplina”, señala el general Adel ben Omran. “Pero el Gobierno interino no tiene margen de maniobra”.
Además del mercado negro y de los arsenales gadafistas, las milicias han encontrado otras vías para pertrecharse. “Catar envía armas a grupos de Bengasi y Trípoli, sobre todo a los islamistas. Actúa de espaldas al CNT”, afirma Ben Omran.
Las milicias protegen el 85% de las refinerías y los campos petroleros del país, que cuenta con las primeras reservas de África. Actúan además como policía política y policía judicial, investigan y detienen, y controlan unos 60 centros donde malviven alrededor de 8.500 prisioneros, según cálculos de la ONU. Las denuncias por torturas se multiplican. El propio Saif el Islam, hijo y heredero de Gadafi, está en manos de la gente de Zintan, lo que da a ese grupo un poder inusitado.
De momento, ninguna milicia está dispuesta a dejar las armas. Pelearon con arrojo contra el régimen, pusieron los muertos y quieren garantizar que no hay marcha atrás. “Protegemos a este país y a su Gobierno. Si nos retiramos, la gente de Gadafi regresará. Hay grupos muy activos en el sur, en la frontera con Níger y Argelia”, explica Abduljawal Al Badin, que pasó varios años en las cárceles gadafistas y hoy dirige a los 3.000 hombres de la brigada Omar Mujtar. “Mi fusil aún está caliente. Y lo volveré a usar si es necesario”.
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