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La 'primavera árabe' aguarda en Kuwait

Crecen en el emirato las voces que piden una monarquía constitucional

Ángeles Espinosa
Un mitin electoral en Kuwait, el domingo pasado.
Un mitin electoral en Kuwait, el domingo pasado.Gustavo Ferrari (AP)

Los kuwaitíes acuden este jueves a las urnas para elegir su cuarto Parlamento desde 2006. El último fue disuelto el pasado diciembre después de una crisis política que llevó al asalto de la Cámara por un grupo de manifestantes y forzó la destitución del primer ministro. Las autoridades rechazan los paralelismos con la primavera árabe; aseguran que Kuwait ya tiene un sistema democrático, y confían en apaciguar las quejas con nuevas dádivas. Mientras, en la calle, el debate sobre la necesidad de limitar el poder de la familia real está sacando a la superficie las líneas de fractura de la sociedad kuwaití.

“Elijamos a 50 ángeles o a 50 demonios nada va a cambiar hasta que no se mueva la calle”, declara Saad Al Ajmi, el editor del periódico online Al Aan.

Al Ajmi se refiere a que sea cual sea el resultado de las urnas, es el emir quien, de acuerdo con la Constitución, elige al primer ministro. Además, la familia reinante, Al Sabah, también se reserva las carteras clave de Defensa, Interior y Asuntos Exteriores. En consecuencia no se produce la alternancia que cabría esperar en un régimen democrático. Además, los ministros (un máximo de 16 de los que solo uno tiene que ser diputado) disponen de escaño en la Cámara, con lo que pasa de 50 a 65 miembros, distorsionando el resultado electoral a favor de los progubernamentales.

De ahí que la oposición, una vaga coalición de islamistas, liberales, nacionalistas e independientes, haya hecho causa común de la petición de reformas constitucionales, a pesar de las diferencias que separan a los distintos grupos. En Kuwait, que fue pionero entre las monarquías petroleras de la península Arábiga en la adopción de una Constitución y un Parlamento tras su independencia en 1961, no están permitidos los partidos políticos, lo que complica aún más el ejercicio democrático.

Pero el asunto divide a los 1,2 millones de kuwaitíes, de los que 400.000 tienen derecho al voto. Suleiman al Onaizi, del Centro de Investigación y Estudios sobre Kuwait, considera “muy peligrosa” la reforma constitucional. “Terminará llevándose por delante a nuestra familia real”, asegura. “Si consiguen el derecho a elegir el Gobierno, el próximo paso será rechazar al emir. Van paso a paso, pero su objetivo último es el poder”, asegura. ¿Quiénes? “No están en la foto, son recién llegados al país, no las familias originales”, añade exponiendo una de las fallas que dividen a los kuwaitíes. También teme que los partidos políticos abran la brecha entre suníes y chiíes o entre urbanos y tribales.

A pesar de la riqueza que se asocia con el emirato, el sexto exportador de petróleo del mundo, la utilización del tesoro para comprar lealtades políticas ha generado desigualdades y rencillas que los kuwaitíes airean con una libertad inimaginable en otras monarquías petroleras.

“Olvídese de los buenos sueldos y los beneficios sociales que todos recibimos. Eso es una miseria. El dinero de verdad es el de los contratos que se reparten 20 grandes familias”, explica un funcionario para poner contexto a la gravedad de las acusaciones de corrupción que los opositores achacan los gobernantes.

Las grandes familias de comerciantes, los chiíes, algunas tribus... cualquiera que apoya al Gobierno se convierte en objetivo de la oposición. A la vez, quienes se sienten atacados reaccionan tachando a los opositores de oportunistas, agentes iraníes o kuwaitíes de segunda. La creciente polarización de la sociedad empieza a preocupar a los observadores.

“Las protestas que hubo el año pasado no han tenido que ver con la primavera árabe, pero si el Gobierno no lo gestiona bien pueden terminar convirtiéndose una”, señalan fuentes diplomáticas europeas. En cualquier caso, para quienes participaron en el asalto al Parlamento del pasado noviembre, Túnez y Egipto fueron una inspiración.

En lo que parece un aviso de lo que se avecina, miembros de la tribu Al Mutairi incendiaron en la noche del lunes al martes la jaima electoral de Mohamed al Yuwaihel, un candidato considerado progubernamental, al que acusaban de haberles insultado. Varios miles de Al Mutairi impidieron el acceso de los camiones de bomberos y permanecieron en el lugar hasta las cuatro de la madrugada para asegurarse de que no quedaba rastro.

“Vinieron las fuerzas especiales, pero igual que el día que asaltamos el Parlamento no dieron un paso porque sabían que si lo daban…”, confía un testigo a la vez que con la mano hace el gesto de cortarse la garganta.

El incidente motivó la reunión al día siguiente del Consejo de Ministros que advirtió que “la estabilidad de Kuwait es la línea roja”. Los opositores, por su parte, cancelaron sus mítines individuales y se reunieron en la carpa de Musalem al Barrak, uno de los candidatos más vocales contra el régimen, no para denunciar el incendio, sino para expresar su apoyo a los Al Mutairi. Uno tras otro los candidatos pidieron unidad y calma, pero también un cambio radical.

“Ya nadie cree en el régimen”, explica con el ruido de fondo de los discursos Mansur al Khuzam, fundador y secretario general del partido islamista Al Umma. A la pregunta de cuál es el objetivo, responde que “una transición pacífica hacia una democracia verdadera”. ¿Hay lugar para la familia real? “Depende de ellos. Si son flexibles y aceptan los cambios, tendrán un sitio, pero buscamos una democracia con los estándares europeos, no con los estándares árabes”, resume.

Cuatro son las líneas que fracturan la sociedad kuwaití:

Suníes y chiíes

Un tercio de los 1,2 millones de kuwaitíes son chiíes. Pero sus orígenes son distintos. Parte de ellos llegaron desde Persia a finales del siglo XVII; otros proceden de los oasis chiíes de Arabia Saudí, y solo una minoría son emigrantes recientes desde Irán.


“Antes no distinguíamos entre suníes y chiíes, pero el avance islamista lo hace patente”, declara Ahmad al Bustan, profesor de la Universidad de Kuwait. “Dicen que los chiíes apoyamos al Gobierno. Es porque tenemos miedo de los radicales religiosos y nos sentimos protegidos”, explica. Admite que él respalda al Ejecutivo. “Me tienen en el bote, pero ¿estoy contento? No, no estoy contento. Mi alumno se ha convertido en mi decano y no me trata bien. Pasa todo el tiempo”, añade. Sin embargo, lo que más parece molestarle no es esa sutil discriminación sino que no confíen en su consejo. “Como todas las semanas con el ministro de Educación y cuando le digo que, si no se produce un cambio gradual, habrá una revolución, cree que exagero y me pregunta qué necesito”.


Uno de los motivos por los que la oposición se enfrentó al anterior primer ministro, el jeque Naser Mohamed al Ahmed al Sabah, fue por sus buenas relaciones con la comunidad chií.

Urbanos y tribales

“Todos en Kuwait venimos originalmente de tribus”, ha escrito Badrya Darwish en el Kuwait Times. Pero no todos se identifican como miembros de una. Según el censo de 1965, el 80% de los habitantes del emirato eran urbanos y un 20% beduinos. Hoy en día, a pesar de que la práctica totalidad de la población está asentada, las estadísticas identifican a un 40% como urbanos y al 60% restante como afiliado a una tribu.


El activista político y de derechos humanos Abdelaziz al Orayedh explica que ello se debe en parte a que en 1965 no incluyó a muchos nómadas (lo que hubiera dado una distribución más cercana al 60-40). Pero también a que los beduinos son más propensos a la poligamia (una media de dos esposas) y tienen más hijos.


Frente a la imagen occidentalizada que proyecta Kuwait, con rascacielos, centros comerciales y jóvenes a la última, su particular Estado de bienestar ha fomentado el mantenimiento de las estructuras tribales. Sus valores más conservadores han convertido a sus diputados en aliados naturales de los islamistas. Muchos liberales temen que si disponen de más poder lleven el emirato hacia el modelo saudí.


“La gente se lo toma a broma, pero no sabe donde se está metiendo”, alerta preocupado Al Orayedh. Los jeques tribales retrasaron el voto de las mujeres hasta 2006, favorecen la segregación sexual en los espacios públicos y son menos proclives a la apertura de la economía que reclaman los liberales.

Pata negra y advenedizos

Esta división resulta más difícil de cuantificar, pero es algo que se percibe. La sociedad kuwaití es muy elitista. No todo el mundo es ciudadano de primer grado. Aunque nadie lleva una marca en la frente, la pureza de las raíces figura en la cédula de nacionalidad y, además, se desprende de los apellidos. Pertenecer a una de las grandes familias o tribus fundadoras es un grado que se traduce en prebendas y contratos.


“Son gente baja”, intenta descalificar a sus oponentes políticos un destacado islamista. “Nosotros les llamamos esclavos porque aunque en Kuwait se abolió la esclavitud, son descendientes de los que eran nuestros esclavos”, explica sin reparar en la contradicción que supone propugnar un sistema democrático y establecer categorías de ciudadanos.


Quienes no pueden trazar sus raíces hasta siete generaciones de kuwaitíes, o han adquirido la nacionalidad en tiempos recientes, son vistos como advenedizos.


Esa misma línea de razonamiento parece subyacer para las objeciones que no sólo el Gobierno, sino la mayoría de los ciudadanos, oponen a la naturalización de varios miles de personas que desde la independencia del país en 1961 viven sin papeles, los llamados bidún. “No les ven como potenciales recursos humanos para construir la sociedad sino como competidores por unos recursos escasos”, explica una consultora estadounidense con larga experiencia en el país.


Los trabajadores extranjeros, que suponen dos tercios de los habitantes, ni siquiera entran en la foto, ya que carecen de derechos civiles.

La familia real

Después de un siglo de alternancia entre las dos principales ramas de la familia real kuwaití de los Al Sabah, en 2006 se rompió el pacto no escrito entre los dos hijos de Mubarak al Kabir, Yaber y Salem. Los descendientes de Yaber desplazaron a los Al Salem tras lograr que el Parlamento declarara “no apto” al jeque Saad, que padecía Alzheimer. El jeque Sabah consiguió los apoyos necesarios para ser proclamado emir y eligió como príncipe heredero a su hermano Nawaf. Para muchos kuwaitíes esa lucha palaciega subyace a los actuales enfrentamientos políticos que dividen el país.


“En nuevo emir dijo que quería convertir Kuwait en un centro financiero internacional y enseguida una parte de la familia real empezó a retirar su dinero de las inversiones en las que participaba”, explica el activista político y de derechos humanos Abdulaziz al Orayedh.


Para hacer frente a esos pagos, muchos empresarios pidieron préstamos millonarios. La crisis financiera de 2008 arruinó a algunos de ellos, creando una base de descontento entre uno de los apoyos tradicionales de la monarquía.


Cuando en marzo del año pasado empezaron las protestas estudiantiles, no sólo contaron con el apoyo de los diputados de la oposición, sino también con los de los rivales dentro de la familia real del entonces primer ministro, el jeque Naser, un hombre del emir. Ahora los observadores temen que estas querellas internas den profundidad al creciente descontento popular por la concentración de poder en la familia real y su despilfarro de los recursos públicos.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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