Tensiones en China
El poder tiene que elegir entre mantener la intransigencia o una apertura
En vísperas del congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), que es el equivalente a nuestras elecciones generales, están apareciendo tensiones que permiten pensar que existe discusión y que la situación china puede deteriorarse. Como siempre en este tipo de sistema, hay un debate entre los liberales que desean más apertura, ir hacia una especie de perestroika, y los que quieren conservar y endurecer el statu quo. En cualquier caso, es una situación que invita a poner fin a la idea de un dominio inevitable de China en el siglo XXI. Y, por tanto, a la de un declive también inevitable de Europa. Esta última, como Estados Unidos, se queja de una competencia que es más fuerte porque, en China, las condiciones sociales son malas y los costes, menos elevados. Pero eso es hacer abstracción de la inevitable —quizá irresistible— presión social que se sabía que iba a haber en China en cuanto surgiera una clase media. Y quien dice clase media y prosperidad dice, en general, una mayor aspiración de libertad. El primero que ha llamado la atención sobre ello ha sido el embajador de Estados Unidos en China, que hace poco no tuvo reparo en afirmar que el Partido Comunista Chino suscita en la población “un sentimiento de frustración” y que califica la situación política en el país de “preocupante”. El malestar tiene su origen, según él, en la corrupción y, más en general, las condiciones y los problemas de la vida cotidiana.
Se sabe que a los dirigentes chinos les asustó la revolución del jazmín del pequeño Túnez como la peste. Pero el embajador estadounidense describe una realidad china en la que se multiplican las manifestaciones, grandes y pequeñas, tranquilas y violentas. El caso de la ciudad de Wukan simboliza ese malestar y, al mismo tiempo, el debate vivo en China. A base de manifestarse, la población consiguió obligar a la dirección central del partido a apartar por completo a los dirigentes locales.
Este ejemplo ha permitido pensar que la tendencia “liberal” puede ganar tantos. Y es verdad, en vísperas de una cita en la que se va a establecer, para los próximos 10 años, una nueva generación de dirigentes chinos. Ahora bien, al mismo tiempo, asistimos a un endurecimiento a todos los niveles. Sin que sepamos distinguir bien si eso significa que la tendencia dura controla la situación, ni cuál es la verdadera dimensión del debate. Este endurecimiento comenzó con los problemas del artista de fama mundial Ai Weiwei; y, más recientemente, los de unos simples internautas, tanto un disidente histórico (Chen Xi) como otro más reciente (Chen Wei), que acaban de ser condenados a nueve y diez años de cárcel por haber hecho un llamamiento por Internet para que se hagan reformas políticas. La prioridad de los dirigentes, o al menos de los que se disponen a pasar el relevo, parece ser no permitir nada y, sobre todo, controlar Internet y las redes sociales. ¡Una vez más, el miedo a la primavera árabe! Y un miedo reforzado por lo que ha sucedido en Rusia.
Hace una decena de años, unos expertos anunciaron que la entrada de China en la Organización Mundial de Comercio en 2001 acabaría provocando la caída del PCCh. Como se ve, no ha sido así. Pero sí parece que la presión en favor de las libertades, alimentada sobre todo por las reivindicaciones sociales, empieza a tomar forma. Existe una combinación que favorece esa presión: por un lado, China no va a poder mantener eternamente un crecimiento de dos cifras y va a tener que absorber el plan de relanzamiento establecido en la crisis de 2008.
Es decir, al mismo tiempo, la población aspira a mejores salarios, a una verdadera protección social y, en definitiva, a unas libertades que deben comenzar por la libertad de circulación. A medida que el cambio social se acelere, el poder tendrá que escoger entre mantener la intransigencia o una especie de apertura que sea el preludio a otros cambios políticos.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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