2011: el año de una ‘primavera’
Los acontecimientos en Egipto no son un fenómeno radicalmente nuevo. Son una secuencia
Entre los acontecimientos del año se impone aquello de lo que, sin embargo, estamos muy lejos de ver ni siquiera el principio del fin. Es una primavera árabe, tal como se la ha bautizado en Occidente con esa propensión a convertirlo todo en artículo de consumo, sobre la que conviene ser especialmente circunspectos. Túnez es, por ahora, una buena noticia; Libia, quizá también, pero con dudas tan extensas como el desierto; Marruecos, una posibilidad; Yemen, un rompecabezas; y Siria, una catástrofe. Pero lo esencial es Egipto. Y sería, posiblemente, un error ver los recientes acontecimientos en el país como un fenómeno radicalmente nuevo. Más bien son una secuencia.
El colonialismo ha sido el gran partero del Egipto contemporáneo. El endeudamiento causado por la apertura del Canal de Suez en 1867 permitió la entrada en escena de Francia y Gran Bretaña, de las que pronto solo quedó la segunda. La lucha de El Cairo por librarse de la tutela británica comenzaba con la inútil rebelión del coronel Al Urabi en 1882, saldada con la creación de un protectorado de facto. Había sido una sublevación posfeudal que solo aspiraba a recobrar la independencia del jedivato. Pero fue de nuevo el colonialismo quien provocó la primera insurrección nacional moderna, dirigida por el Wafd (Delegación), en 1919, que tenía como modelo el propio desarrollo político europeo. Londres hacía como que cedía al convertir lo que ya era oficialmente en 1914 un protectorado en una anémica independencia en 1922, ratificada en 1936 bajo la presión de la Gran Revuelta palestina, a un paso del canal.
La tentativa siguiente militariza el sentimiento nacional en 1952 con el golpe de otro coronel, Gamal Abdel Nasser, que desencadena una revolución socializante, a la que la guerra fría impone un alineamiento estudiadamente prosoviético. La nacionalización del canal conduce a la guerra de 1956 y, como extensión del social-nasserismo, a una efímera unión con Siria, la decapitación de la monarquía iraquí y el desembarco de los marines para defender Líbano, en 1958. Pero la aplastante derrota ante Israel en 1967 liquidará el experimento. Las vicerrevoluciones anteriores han sido por el pan y, en segundo término, la libertad, y llamarlas o no democráticas responde a criterios solo coyunturales, donde democracia quiere decir independencia y liderazgo panárabe.
Sadat ensaya en los años setenta la apertura-sumisión a Estados Unidos —infitah— en lo geoestratégico y económico, pero sin aflojar el cerrojo de la dictadura, pasos que seguirá Mubarak desde 1981. Y en los últimos 30 años no faltan conmociones populares ahogadas en sangre, como ensayos de la actual primavera. Es esta, por tanto, la enésima tentativa de modernización, que entraña la aspiración a algún grado de democracia, protagonizada por Egipto.
En 2012 cabe extraer ya algunas conclusiones.
1. La revolución democrática, que puede que estuviera en la mente de una mayoría de manifestantes, ni siquiera ha comenzado. El derrocamiento del dictador era necesario para organizar algún tipo de consulta popular, pero sin que el Ejército dejara el poder.
2. Los generales no quieren democracia, como demuestra el juicio contra Mubarak, al que se acusa no de los repetidos desmanes de la dictadura, sino únicamente de los 800 muertos que costó su caída, porque los primeros en pagar serían los mismos militares que sostuvieron al tirano.
3. El Ejército necesita una Hermandad Musulmana que obtenga buenos resultados electorales, pero no como partido hegemónico, porque así la institución armada es la garantía ante Washington de que el yihadismo no llegue al poder.
4. Se ha dicho que la milicia persigue una situación similar a la turca en tiempo del kemalismo, en la que el ejército detentaba una hegemonía negativa, el poder de acotar el ejercicio de una semidemocracia. Si así fuera, no sería poco.
5. Se está fabricando una visión de la Hermandad como enemigo irreductible de Occidente, lo que puede ser una exageración, pero no es asunto de las cancillerías occidentales cómo se monta Egipto su futuro. No hay que salvar a quien no lo pide.
En casos como este se suele decir que el cambio es irreversible, pero ya se vio con la firma en 1993 de los Acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos que todo puede ir a peor. En Egipto se libra hoy una batalla que difícilmente concluirá en 2012, y ni siquiera está claro que sea la democracia lo que esté en juego. Esta quinta intifada —sacudida— del pueblo egipcio no tiene por qué ser por ello la definitiva.
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