Los observadores de la Liga Árabe visitan el corazón de la revolución en Siria
Un equipo de una decena de personas evalúa la situación en Homs. La multitud les grita “queremos protección internacional” El jefe de la delegación afirma que "todas las partes han cooperado"
Decenas de miles de manifestantes han recibido hoy en Homs a los observadores de la Liga Árabe. La multitud gritaba “queremos protección internacional” e intentaba atraer a los observadores hacia los barrios más castigados por la represión. El Gobierno sirio ha retirado a primera hora los tanques que en los últimos días cañonearon las zonas dominadas por los opositores y los ha ocultado en las afueras o en edificios oficiales, pero durante la jornada han proseguido los tiroteos y el lanzamiento de gases lacrimógenos.
“Vuelvo a Damasco y mañana estaré de nuevo en Homs; mi equipo permanecerá en la ciudad. El día ha sido bueno y todas las partes han cooperado”, ha declarado esta tarde el general sudanés Mustafá Dabi, jefe de la cincuentena de observadores enviados a Siria por la Liga Árabe, de los que diez se han desplazado a Homs. En unos días deberían llegar al país otros 100 componentes de la misión.
No está claro que los observadores puedan acceder a todos los rincones y hablar libremente con testigos, porque su seguridad y sus desplazamientos dependen del Ejército sirio. Fuentes de la oposición han denunciado que muchos soldados se vistieron de civil para camuflarse entre la población y evitar que los observadores captaran en toda su crudeza el asedio militar a Homs, la ciudad más representativa de la rebelión contra el presidente Bachar el Asad.
Como es habitual, las noticias son confusas porque no hay periodistas independientes en el país y dependen de los relatos y las imágenes proporcionados por la oposición a El Asad y de la versión, completamente distinta, ofrecida por medios oficialistas como la televisión y la agencia estatal Sana. En una de las imágenes difundidas por la oposición se ve a un hombre rogando a gritos a un observador que dijera en voz alta lo que acaba de comentarle confidencialmente al jefe de la misión. “Usted le explicaba a su jefe que no podía llegar a la próxima calle por los tiroteos, ¿por qué no nos lo dice también a todos nosotros?”, gritaba el hombre.
La misión de la Liga Árabe acaba de comenzar su trabajo y de momento no quiere emitir opiniones. Hacia el fin de semana podría tener ya un primer borrador del informe que debe presentar ante la organización regional. En caso de que la misión se mostrara crítica con la actuación del presidente El Asad, que se ha comprometido formalmente a acuartelar sus tropas y a propiciar un proceso de diálogo y reformas, y rechazara la versión del Gobierno de Damasco, según la cual el Ejército sirio no masacra a manifestantes desarmados sino que se ve obligado a combatir contra bandas armadas islamistas financiadas desde el exterior, la Liga Árabe pediría formalmente al Consejo de Seguridad de la ONU una resolución con duras sanciones contra Siria. En ese caso, ni Rusia ni China, aliados cada vez más distantes de El Asad, tendrían argumentos para seguir amenazando con su veto.
Pero eso sería todo. Nadie contempla la opción de una intervención militar extranjera en Siria, ni siquiera como fuerza de interposición. Y aunque las potencias regionales suníes, como Arabia Saudí, Catar y en menor medida Egipto, detestan el régimen de Bachar el Asad por su sólida relación con Irán, la gran potencia chií, temen por igual la supervivencia del régimen de Damasco y su implosión violenta.
El juego de los saudíes y de la gran mayoría de los componentes de la Liga Árabe es altamente delicado. Quieren acabar con Bachar el Asad y su régimen, una dictadura basada en la minoría alauí (una escisión del chiísmo) y hasta cierto punto en la minoría cristiana, con lo que ello puede implicar de discriminación contra la mayoría siria suní, porque su objetivo consiste en sofocar la pujanza de los chiíes (que tradicionalmente componen los sectores más pobres y oprimidos en Oriente Próximo) y aislar a Irán. No pueden permitir, sin embargo, que un cambio violento en Siria conduzca a una guerra civil librada sobre frentes religiosos, porque un conflicto de ese tipo podría engullir al vecino Irak y luego a la región entera: las propias monarquías petroleras tienen problemas con sus minorías chiíes y llevan meses reprimiéndolas con las armas.
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